Hombres con gran fortaleza física han llevado algunas veces cargas escandalosamente pesadas: seiscientas libras, setecientas libras, ochocientas. Y han dicho: “Todavía no he sido probado del todo. ¡Ponme más peso!”. Con confianza toman la barra y con grandes esfuerzos y gemidos la levantan del suelo. Sin embargo, en todos los casos, llegan a un punto en el que han gritado : “¡Alto! He llegado a mi límite. No puedo soportar más peso”.
Me pregunto si alguna vez has considerado que la carga que Cristo llevó por nosotros no tenía límites. ¿Has considerado el tremendo peso que llevó en el Calvario?
Tenía su propia carga de hambre, sed y dolor, más la carga de los miles de insultos y ultrajes que le habían hecho. Encima de eso estaba la carga de ver el dolor de Su madre y amigos mientras lo veían sufrir y luchar por respirar. Por encima de todo eso estaba la carga de presenciar los crímenes de los soldados que le estaban dando muerte y las burlas de los criminales que colgaban a Su lado.
Y, mientras consideramos esto, nuestros corazones comienzan a gritar: “¡Detente! Seguramente no puede soportar más”.

Sin embargo, Cristo dice: “Agrega más. Añade los pecados del pueblo de Israel, que se rebeló y persiguió a los dioses falsos. También a eso, añade todos los pecados de toda la tierra que se están cometiendo en este mismo momento y luego amontona todos los pecados de la historia de la humanidad hasta el día de hoy, es decir, todos los pecados de todos aquellos que son Míos. Dame la rebelión de Moisés, el adulterio de David y las aventuras amorosas de Salomón. Dame la queja de Adán, la obstinación de Jacob y la lujuria de Sansón”.
Los ángeles del cielo parecen gritar: “¡Alto! ¡Seguro que ha llegado a Su límite!”.
Pero Él vuelve a hablar para decir: “¡Cárgame más! Añádeme el peso de todos los pecados de los próximos dos mil años, añádeme todos los pecados de todas las edades que seguirán. Carga sobre Mí la culpa del blasfemo, del perjuro, del asesino, del adúltero, luego la vergüenza del ladrón, del chismoso, del que odia, del ocioso. Dame los pecados de omisión y de comisión, los pecados espontáneos y los cuidadosamente planeados, los pecados que se hicieron y el bien que se dejó de hacer. Dámelo. Dámelo todo hasta que no quede ni uno solo”.

La tierra parece temblar cuando vuelve a hablar. “Ahora dame las penas, dame las pérdidas, dame los corazones rotos. Dame la creación misma mientras gime bajo el peso de lo que la humanidad ha hecho, de lo que han forjado. Amontónalo, porque me queda espacio para cargarlo, me quedan fuerzas para soportarlo”.
No es de extrañar, pues, que el sol se borre del cielo, que las tinieblas caigan sobre la tierra. Y mientras la luz se desvanece, hombres y ángeles por igual se detienen maravillados al ver a Cristo recibiendo sin refunfuñar, aceptando sin quejarse y soportando sin límites, soportando hasta que al fin es levantado por el único que tiene derecho a hacerlo.
Y tal vez esto sea solo un pequeño atisbo de lo que Isaías quiso decir cuando afirmó: “Ciertamente Él llevó él nuestras enfermedades, y cargó con nuestros dolores” (Is 53:4).
Inspirado por De Witt Talmage.
Publicado originalmente en Challies.