En uno de mis sermones favoritos de Sinclair Ferguson, él señala que Dios a menudo está trabajando no sólo para nuestro bien sino para el bien de los demás, a través de nosotros. A veces, en nuestro contexto occidental, podemos quedar envueltos en nuestro pequeño mundo. Podemos pensar que nuestro sufrimiento es todo acerca de nosotros y de Dios, que Dios sólo está haciendo algo en mi vida. Pero como el Dr. Ferguson también señala en su sermón que la verdad es que Dios siempre está trabajando en múltiples vidas y de múltiples maneras a la vez. El Dr. Ferguson usa la historia de José como ejemplo. Ciertamente, José aprendió una gran humildad y paciencia personal durante sus sufrimientos, que fueron intensos. Arrojado a un pozo por sus propios hermanos y luego esclavizado en Egipto, se enfrentó no sólo al sufrimiento físico del brutal trabajo de un esclavo (al menos en los primeros años), sino que también sufrió el trauma mental y emocional que le produjo el ser abandonado por su familia. Sin duda pasó muchos días y noches preguntándose dónde estaba Dios en todo esto. Pero como finalmente vemos, los sufrimientos de José lo estaban llevando a ser puesto en circunstancias en un momento crucial para salvar a su familia de la inanición. El sufrimiento es tanto para ti como para los demás.
¿Es «por qué» la mejor pregunta para nuestro sufrimiento?
A menudo la primera pregunta que nos hacemos cuando sufrimos es «¿por qué yo?» Me pregunto qué pasaría si cambiáramos esa pregunta por «¿para quién?». ¿Cómo cambiaría esta pregunta nuestra perspectiva sobre nuestros sufrimientos, moviéndola de un enfoque desde adentro a uno hacia afuera? Recuerdo que uno de los ancianos de la iglesia a la que fui en la universidad tenía la enfermedad de Parkinson. Una vez trajo a algunos universitarios a su casa. En un momento de abierta vulnerabilidad, compartió con nosotros lo difícil que era para él tener Parkinson, pero pensó que una de las razones por las que Dios permitió este sufrimiento era para poder simpatizar con los sufrimientos de los demás. En ese momento me pareció una declaración increíble. Cuanto más lo pienso, más creo que es cierto que un aspecto de nuestro sufrimiento, que a menudo podemos pasar por alto, es el cómo podría ser eso para los demás. Creo que vemos evidencia de esto en la Biblia. A través de la historia, Dios siempre ha usado el sufrimiento de la gente para sus buenos propósitos. El primer ejemplo es el mismo Jesús. Considere cómo los sufrimientos de Jesús no se referían a él. Sus sufrimientos se referían a los demás: sufrió para ser un sumo sacerdote comprensivo, sufrió para que su pueblo no tuviera que sufrir la condenación eterna por su pecado, sufrió en humilde obediencia a su Padre. Jesús sabía exactamente por qué estaba sufriendo, y sabía que tenía que ser Él. Esto no necesariamente hizo el sufrimiento más fácil, pero tampoco fue inútil. De manera similar, Dios usa nuestros propios sufrimientos tanto para nuestro crecimiento espiritual como para el de los demás. Nuestro sufrimiento puede ayudarnos a ser más empáticos con los sufrimientos de los demás y así compartir su carga. O la obra de Dios en tu fe puede ayudar a fortalecer la fe de otros, o Dios puede usar tu sufrimiento para sacar a relucir la conversión de alguien que de otra manera no vería el poder de Dios. Sea lo que sea, si somos capaces de verlo o no, Dios siempre trabaja para el bien en la vida de su pueblo. Y como el cuerpo de Cristo, el bien de los demás es tu bien y tu bien está relacionado con el bien de los demás (1 Cor. 12:14-26). Me pregunto cómo cambiaría nuestra actitud e incluso haría que nuestros sufrimientos produjeran el fruto de la piedad si tuviéramos en cuenta que nuestros sufrimientos no son sólo para nosotros. Si discerniéramos las oportunidades que nuestros sufrimientos nos dan para dar testimonio de Cristo y servir a los demás, ¿cómo se extendería el Evangelio y florecería nuestra fe? Dios usó los sufrimientos de Jesús para traer la redención al mundo y seguramente puede usar nuestros sufrimientos para buenos propósitos también. Y él puede llevarnos fielmente a través de esos sufrimientos a nuestra gloria y descanso eternos, así como lo hizo por Jesús (Heb. 2:9-10).
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