«Simplemente no la amo», dijo él. Habían pasado los años, las circunstancias habían cambiado, el afecto había decaído, el amor había menguado. Recordó algunas memorias de los primeros días —el rubor del amor juvenil, las primeras citas tentativas, el romance, la expectación, la boda. Pero eso fue entonces y esto es ahora. «Me enamoré de ella en el pasado. Hoy no estoy enamorado de ella». Nos gusta hablar de «enamorarse» como si el amor fuera un estado en el que nos hallamos repentinamente. Hablamos de enamorarse como si esta cosa del amor simplemente se desplegara en nosotros y a través de nosotros sin nuestro consentimiento, como si todo ocurriera en un lugar más allá del ámbito de la razón. El amor nos derriba, se apodera de nosotros, y nos mantiene maravillosamente cautivos. Y si bien en cierto sentido el amor casi parece desarrollarse de esta forma, implica mucho más que eso. Es mucho más complejo. ¿O es mucho más simple? La realidad es que el amor es un millón de pequeñas decisiones. El verdadero amor exige grandes actos de la voluntad. El amor duradero —incluso el amor romántico— está hecho de innumerables compromisos diarios para actuar por los mejores intereses de otra persona. Aunque a veces el amor son grandes oleadas de emoción, en muchos más puntos se trata de actos voluntarios, conscientes, y deliberados. Nos adueñamos del amor y lo aplicamos con cuidado a otra persona. El amor no se apodera tanto de nosotros como nosotros de él. El problema con esta noción de enamorarse es que también nos permite des-enamorarnos. Si el amor es algo que simplemente nos ocurre, también es algo que simplemente puede dejar de sucedernos. Si es la acción de una fuerza externa, esa misma fuerza puede retirarse, o una fuerza rival puede desplazarla. Entonces podemos culpar esas fuerzas, como si el surgimiento del amor fuera la razón por la que comenzamos a amar y su disminución fuera el motivo por el que dejamos de amar. Pero la realidad es que nadie se ha des-enamorado jamás. No salimos del amor; solo dejamos de actuar con amor. La decisión consciente de actuar con amor hacia otra persona es reemplazada por un descuido pasivo o una indiferencia activa. En lugar de actuar de formas amorosas actuamos de formas sin amor. En lugar de comprometernos con la alegría y el bienestar de la otra persona, nos comprometemos con la alegría y el bienestar de nosotros mismos. El amor no sale por la puerta: nosotros le pasamos su abrigo y lo ponemos en su camino. Repasemos aquel primer párrafo. Yo había escrito en voz pasiva, pero cambiémoslo a voz activa donde corresponda para que refleje mejor la realidad. «Simplemente no la amo», dijo él. Habían pasado los años, las circunstancias habían cambiado, él había descuidado a su esposa, de modo que sus afectos se habían apagado, había dejado de actuar por el bien de ella y esto había disminuido su amor. Recordó algunas memorias de los primeros días —el rubor del amor juvenil, las primeras citas tentativas, el romance, la expectación, la boda. Pero eso fue entonces y esto es ahora. «Escogí amarla en el pasado. Hoy he escogido no amarla».