¿Puedes pensar en un pastor famoso cuyo renombre se base en algo más que su predicación (o en sus libros que, con toda probabilidad, se basan en su predicación)? ¿Puedes pensar en alguien conocido más por sus oraciones que por sus sermones, por sus palabras delante de Dios que por sus palabras delante de los hombres? ¿Puedes pensar en alguien más conocido por sus visitas al hospital que por su proclamación desde el púlpito? ¿Puedes pensar en alguien alabado por su cuidado lleno de ternura más que por su predicación poderosa? Los pastores famosos son, en su mayoría, casi siempre conocidos por su predicación y enseñanza, es decir, por la parte más pública de su vocación. Eso está muy bien cuando se trata de los pastores que conocemos desde lejos, cuyos sermones y podcasts nos encanta escuchar y aprovechar. Sin embargo, podemos tener expectativas muy diferentes para nuestros propios pastores, ¿no? Cuando pensamos en nuestros propios pastores con cariño, o tal vez con frustración, a menudo les aplicamos un conjunto de criterios muy diferente. Después de todo, el ministerio pastoral implica mucho más que la predicación. Puede ser la parte más pública del ministerio de un hombre, pero no es necesariamente la más importante, la más impactante ni la que satisface nuestras necesidades más profundas. Si bien necesitamos que los pastores nos expongan fiel y audazmente las Escrituras cada domingo por la mañana, necesitamos pastores que hagan mucho más que eso. Cuando recordamos a aquellos hombres que nos pastorearon más fielmente, probablemente pensamos más que solo en sus sermones, y hay una razón para eso. El pastor fiel sirve a su pueblo con fidelidad no solo en el elemento más público de su ministerio, sino también en el más privado. Así como se reúne con toda la iglesia el domingo por la mañana, se reúne con individuos o familias durante toda la semana, y así, su tarea es ministrar la verdad de Dios. Él lleva el desafío y el consuelo de esa Palabra cuando su gente más lo necesita. Así, cuando hablo con pastores, me encanta recordarles, así como me recuerdo a mí mismo: El privilegio más alto y el mayor honor en el pastoreo no es estar en el púlpito de la iglesia, sino orar junto a la cama de hospital. No se trata de recibir el lugar más alto, sino de llevar a cabo el servicio menos visible. No se trata de transmitir la verdad a miles de personas, sino de susurrarla al oído de una sola. Los momentos más sagrados del pastoreo son los que son vistos por la menor cantidad de personas. Al final, estoy convencido de que estos son los que tienen más importancia. La mayoría de la gente olvidará gran parte de tus sermones, pero recordarán que cuando te llamaron, acudiste. Recordarán que estuviste allí cuando sus corazones estaban rotos, que estuviste allí para guiarlos al Señor y para hablar Su verdad en medio de las tristezas de ellos. No hay un gran truco para ser invitado a hablar frente a miles de personas en una conferencia. Simplemente haz crecer una audiencia, construye una plataforma y pronto te lloverán las invitaciones. Podrás pararte en un escenario frente a un centro de conferencias lleno y predicar la Palabra. Es un gran honor y no debe ser tomado a la ligera. Sin embargo, ser invitado a una habitación de hospital, ser invitado a los momentos más oscuros y difíciles de la gente, así como ser invitado a sus momentos más felices y alegres, eso es pastorear en su máxima expresión. Esta debería ser tu aspiración: no ser tan conocido por extraños que te inviten a hablar en sus conferencias, sino ser tan conocido y amado por tu gente que te inviten a servirlos cuando más lo necesiten. Hay algo tan santo en poner tus manos sobre otra persona e interceder en su nombre para que Dios les conceda esperanza y sanidad, que esté más presente con ellos en sus pruebas que tus manos lo están sobre su cuerpo. Hay algo que es tan sagrado cuando pones tus manos sobre una persona devastada por una enfermedad o trauma y orar para que Dios traiga sanidad a su cuerpo y a su alma. No es porque tus manos tengan una gran fortaleza espiritual o canalicen un gran poder espiritual, sino porque muestran amor y cariño: el amor y el cariño de Dios. La presencia y el contacto ofrecidos y recibidos en medio de los más profundos problemas, estos son tremendos privilegios y altos honores. Lo más alto del ministerio pastoral a menudo llega en las circunstancias y lugares más bajos. El pastor famoso que nunca hemos conocido, el que la mayoría de nosotros no podemos conocer, es el que es conocido por ser un gran pastor. Eso no es culpa suya; puede que sea el pastor de alguien, pero no es el nuestro. Puede que haga todas estas cosas buenas, pero nosotros no las vemos ni podemos verlas. El pastor que queremos y necesitamos quizá no pueda predicar con el poder de aquel otro hombre; quizá no pueda exponer con la fuerza de aquel cuyo podcast disfrutas; quizá no pueda estar nunca ante miles como predicador modelo; pero sí estará presente. Estará allí en las elevadas alturas y las terribles profundidades que trae la vida, y ministrará la verdad de Dios a través de todo eso. Ese es el pastor que todos necesitamos, el pastor que todos debemos honrar.