Cualquier persona que haya asistido a una iglesia por un buen tiempo es muy probable que haya escuchado las palabras “discípulo” y “discipulado”. El discipulado es un tema que consume la atención de muchos pastores, y con razón; el Señor Jesucristo antes de ascender al cielo nos dejó el gran mandamiento de «hacer discípulos en todas las naciones», y eso incluye nuestro contexto local. Pero muchos líderes, en su deseo de contribuir al desarrollo de discipulados, se han enfocado tanto en programas y estructuras que han descuidado el corazón de toda relación de discipulado: El Evangelio. El discipulado sano y piadoso, al igual que la membresía y la disciplina en la iglesia, nunca podrá realizarse desconectado del Evangelio y la sana enseñanza. Muchas veces creemos que la falta de crecimiento y madurez espiritual en una congregación se debe a falta de programas o ideas creativas, cuando en realidad se deben a la falta de una enseñanza sana y la constante predicación del Evangelio desde el púlpito y entre los miembros.
Necesitamos el Evangelio
Tristemente muchos pastores y líderes creen que el Evangelio es algo que solo se necesita una vez en la vida de la persona –cuando se convierte. Recuerdo en una ocasión escuché a un pastor decir que no predicaba el Evangelio cada domingo porque todos lo que asistían eran creyentes. Como se podrá imaginar, ellos no estaban creciendo y madurando espiritualmente. Era un cuerpo de creyentes estancado espiritualmente. Como dice mi amigo Jonathan Leeman, «el Evangelio es el corazón que bombea sangre a la Iglesia». Y esa congregación tristemente no estaba recibiendo sangre, y por eso lucía apagada y muerta. La realidad es que los cristianos necesitamos el Evangelio tanto como los no cristianos. Los cristianos nunca crecemos a un punto en que no es necesario el Evangelio. Es por eso que Pablo estaba deseoso de predicar las buenas nuevas a los creyentes en Roma (Ro. 1:15). Nosotros mismos debemos predicarnos el Evangelio todos los días. Ese mensaje que nos recuerda que Cristo es poderoso para salvar y transformar.
Sin el Evangelio no hay Iglesia
Amigo, es diferente hablar sobre el Evangelio que predicar el Evangelio. Ese mensaje que nos afirma que después de la Caída, todos hemos pecado contra Dios, por lo tanto, mereciendo juicio y muerte eterna (Ro 3:10; 6:23). Pero el Señor, en su gracia y misericordia, envió a su unigénito Hijo, el eterno Hijo del Padre, a vivir una vida perfecta y santa, y a morir como sacrificio sustitutivo por los pecados de todo aquel que se arrepienta de sus pecados y ponga su fe en Jesucristo como Señor y Salvador (Ro 3:25; 10:9). Ese mismo Cristo se levantó al tercer día declarando poder sobre la muerte, y librando a los creyentes de la esclavitud del pecado y la muerte. Sin el Evangelio no hay iglesia. Por lo tanto, para los cristianos vivir y crecer necesitamos el Evangelio. Necesitamos todo el consejo de Dios. Cuando las vidas y las relaciones dentro de la iglesia se basan en el Evangelio, la gente usa sus habilidades, dones y autoridad no para enseñorearse unos sobre los otros, sino para servir unos a otros. El Evangelio es el fundamento de la vida cristiana, y por lo tanto el fundamento del discipulado bíblico. Pasión por la plantación de iglesias, evangelismo y discipulado no puede ser generado o transmitido de forma artificial. Si es auténtico, rebosará de la convicción de Cristo es Señor y que el Señor salva a pecadores y sana vidas a través de la predicación de Su Evangelio.