Cómo vencer la ira: del descontrol al dominio propio

¿Justificamos nuestra ira como “justa”? Entonces necesitamos desnudar el corazón y abrazar el dominio propio que viene de Dios.
Foto: Ása Steinarsdóttir (Unsplash)

Cuando me pidieron que escribiera sobre el dominio propio y la ira, mi primera reacción fue pensar: “¡Soy la persona menos indicada para este tema!”. No lo dije por falsa modestia, sino porque justo en ese momento estaba lidiando con situaciones que sacaban a la luz la ira de mi propio corazón.

Una serie de eventos parecían alimentar este pecado en mí. Primero, a mi familia le pidieron que nos mudáramos de casa inesperadamente, lo cual me pareció una profunda injusticia. Poco después, mi esposa enfermó y su recuperación tardó más de lo previsto. Al hacerme cargo del cuidado de los niños, mis frustraciones e irritabilidad asomaron su fea cabeza. Para colmo, la nueva casa significaba pasar más tiempo en el tráfico, donde a menudo me encontraba hirviendo de ira por la forma de conducir de los demás.

Por eso, escribo esto no como un experto en una cumbre, sino como un compañero de viaje en el camino; un pecador que, al igual que tú, busca constantemente hacer morir estos pecados. Este artículo es una reflexión sobre las preguntas que ambos nos hacemos: qué es realmente nuestra ira y, con la ayuda de Dios, cómo podemos enfrentarla.

¿La ira puede ser justa?

Antes de avanzar, debemos abordar una idea que a menudo usamos como escudo: la “ira justa”. Cuando el tema surge, muchos corremos a citar Efesios 4:26, que nos dice, “enójense, pero no pequen”. Con este versículo en mano, es fácil concluir que nuestra ira está justificada o, al menos, intentamos excusarla, argumentando que las acciones de otros han provocado nuestra “justa” indignación.

Rara vez nuestra ira es justa; casi siempre nace del orgullo, no del celo por Dios. / Foto: Unsplash

Sin embargo, necesitamos entender que la ira justa, en su sentido bíblico, es la que surge al ver la ley de Dios quebrantada y su santidad ofendida. Si reflexionamos honestamente, nos daremos cuenta de que la gran mayoría de nuestras explosiones de ira no nacen de un celo por la gloria de Dios. Más bien, la ira es ese profundo descontento con personas, cosas o situaciones ante las que reaccionamos con palabras, emociones y actitudes pecaminosas. Es un diluvio de maldad que dirigimos hacia aquello que creemos es la causa de nuestro problema.

La Biblia nos enseña que el amor es paciente y amable; la ira, por el contrario, no lo es. Por lo tanto, si queremos ser sinceros y dejar de buscar excusas, debemos reconocer que nuestra ira, ante todo y sin pretextos, es pecado.

La Biblia nos enseña que el amor es paciente y amable; la ira, por el contrario, no lo es. / Foto: Unsplash

¿Qué es el dominio propio y qué tiene que ver con la ira?

Si la ira es un fuego que tiende a descontrolarse, el agua que nos presentan las Escrituras es el dominio propio. La ira no quiere ser contenida; no le gustan las riendas. El dominio propio es precisamente esa capacidad, otorgada por el Espíritu Santo, para gobernar nuestros impulsos y no ser esclavos de ellos. Pero ¿cómo funciona?

La clave está en nuestra manera de pensar. A lo largo del Nuevo Testamento, el dominio propio está íntimamente ligado a tener una mente sobria y clara. Pablo, al describir a los líderes de la iglesia, dice que deben ser “sobrios” y tener “dominio propio” (Tit 2:2). Pedro nos exhorta a mantener una “mente sobria” para resistir al diablo (1P 5:8-10). Esta conexión nos revela algo fundamental: una de las primeras cosas que debemos entender es que nuestra ira viene de pensar incorrectamente acerca de Dios.

El dominio propio es precisamente esa capacidad, otorgada por el Espíritu Santo, para gobernar nuestros impulsos y no ser esclavos de ellos. / Foto: Lightstock

Cuando nos enojamos porque las cosas no salen como queremos, en el fondo estamos declarando que lo que Dios ha permitido en Su providencia está mal. En el centro de mi enojo por la mudanza inesperada estaba la sensación de que me trataban injustamente. En ese momento, estaba olvidando la soberanía y la bondad de Dios. Aunque quería justificar mi ira por lo que otro había hecho, la verdad es que me faltó dominio propio porque había olvidado que Dios, en Su infinita gracia, no me trata como mis pecados merecen.

La ira florece cuando olvidamos la gracia. Por eso, la lucha por el dominio propio comienza con la renovación de nuestra mente, saturándola de la verdad de las Escrituras. Pablo nos dice que seamos transformados “mediante la renovación de [nuestra] mente” (Ro 12:2) y nos llama a ser “renovados en el espíritu de Su mente” (Ef 4:23).

La ira florece cuando olvidamos la gracia. / Foto: Pexels

¿Qué consejos prácticos tener en cuenta para luchar con la ira?

Transformar nuestra mente no es un acto mágico, sino una disciplina constante. Si queremos matar nuestra tendencia a gritarles a nuestros hijos, a irritarnos por las opiniones de otros o a enfadarnos con esos pilotos de Fórmula 1 en las calles, debemos tener nuestras mentes constantemente ancladas en la Palabra de Dios. Aquí hay algunos pasos prácticos:

  1. Deja de culpar a otros. El primer paso para pensar correctamente sobre nuestra ira es dejar de decir que se debe a lo que otros han hecho. Las personas y las circunstancias pueden darnos la oportunidad de pecar, pero la ira brota de nuestro interior. Nadie causa nuestra ira; nosotros elegimos responder con ella.

  1. Sé rápido para confesar. Una mente sobria reconoce su pecado con rapidez. Cuando notes esa respuesta insistente de querer criticar a alguien, frustrarte por tus expectativas no cumplidas o guardar resentimiento, ve inmediatamente a Cristo en confesión. Saca el pecado a la luz en lugar de ocultarlo.

  1. Sé rápido para pedir perdón. La persona con dominio propio no solo confiesa a Dios, sino que va a aquellos con quienes se ha enfadado y pide perdón. Ve la profundidad de su propia maldad y la confiesa abiertamente, como el recaudador de impuestos en Lucas 18, que clamaba a Dios por misericordia, deshecho por su pecado.

  1. Prepárate en tiempos de paz. Usa los momentos en los que no estás enojado para prepararte para la batalla. Reconoce que tu ira tiene consecuencias devastadoras y trátala como lo que es: un ataque a la ley de Dios.

  1. Identifica tus detonantes y memoriza las Escrituras. ¿Qué situaciones tienden a sacar lo peor de ti? Prepárate para ellas memorizando y meditando en pasajes bíblicos que renueven tu mente y te recuerden la gracia de Dios.

  1. Ora y busca ayuda. Pide a Cristo que te dé ojos para ver cómo la ira te hace perder el control. Pide a personas de confianza que te ayuden a ver las formas en que permites que la ira se apodere de tu vida. La ira le da al diablo un punto de apoyo, así que no luches solo.
Transformar la mente no es algo instantáneo, sino el fruto de anclar cada pensamiento en la Palabra de Dios. / Foto: Unsplash

Conclusión: verdadera paz

Querido santo, tu ira y tu falta de dominio propio nunca producirán la paz que anhelas. Pero correr hacia un Salvador que voluntariamente murió por pecadores airados como nosotros sí lo hará. En Cristo encontrarás no solo el perdón, sino también el poder para hacer morir este pecado. Él te otorgará la paz y el dominio propio que solo provienen de Su Espíritu, a través de la obra de Su Palabra renovando tu mente. ¡Alabado sea Jesús por eso!

Aaron Halbert

Aaron Halbert

Aaron Halbert, estadounidense, sirve en Tegucigalpa, Honduras, como uno de los pastores de la Iglesia Presbiteriana Gracia Soberana. Disfruta largas conversaciones sobre la plantación de iglesias, todo lo relacionado con los Voluntarios de la Universidad de Tennessee, casi cualquier comida hondureña (excepto la sopa de mondongo) y los Tottenham Hotspur. Aaron está casado con Rachel y tienen 5 hijos, a quienes les encanta servir junto a sus padres a través de la hospitalidad y encontrar formas de establecer relaciones en la iglesia, en actividades de los niños y con los vecinos.

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