El difunto profesor John Murray dijo: “El temor de Dios es el alma de la piedad”. Sin embargo, el temor de Dios es un concepto que a muchos cristianos en la actualidad les parece sin valor y pasado de moda. En otro tiempo un creyente sincero tal vez habría sido conocido como “un hombre temeroso de Dios”.
Hoy en día, probablemente, nos avergonzaría esa expresión. Algunos parecen pensar que el temor de Dios es un concepto estrictamente del Antiguo Testamento, y, por tanto, quedó atrás con la revelación del amor de Dios en Cristo. Al fin y al cabo, ¿no es cierto que el perfecto amor echa fuera el temor, como declara Juan en 1 Juan 4:18?
Si bien es verdad que el concepto del temor de Dios es abordado más ampliamente en el Antiguo Testamento, sería un error asumir que este no es importante en el Nuevo Testamento. Una de las bendiciones del nuevo pacto es la implantación del temor del Señor en los corazones de los creyentes. En Jeremías 32:40, Dios dijo: “Haré con ellos un pacto eterno, de que Yo no me apartaré de ellos para hacerles bien, e infundiré Mi temor en sus corazones para que no se aparten de Mí”.
“Nada podría ser más importante”, comentó John Murray, “que el hecho de que el temor del Señor debe ir acompañado del consuelo del Espíritu Santo como características de la iglesia del Nuevo Testamento: ‘Entretanto la iglesia […] era edificada, andando en el temor del Señor y en la fortaleza del Espíritu Santo’ (Hch 9:31)”. Tanto Pablo como Pedro usan el temor del Señor como motivación para vivir justa y santamente. El ejemplo del mismo Señor Jesús, de quien Isaías dijo: “Se deleitará en el temor del Señor” (11:3), debería eliminar cualquier duda. Si Jesús en Su humanidad se deleitó en el temor de Dios, nosotros sin duda necesitamos pensar seriamente en cultivar esta actitud en nuestras vidas.
Tal vez algo de la aversión a la frase “temor de Dios” se debe en parte a un entendimiento equivocado de lo que significa. La Biblia usa el término “temor de Dios” en dos formas distintas: una se refiere al miedo lleno de ansiedad, y la otra a la veneración, reverencia y admiración. El temor como miedo ansioso surge al darnos cuenta del juicio inminente de Dios por el pecado. Cuando Adán pecó, se escondió de Dios porque estaba asustado. Aunque este aspecto del temor de Dios debería caracterizar a toda persona inconversa que vive cada día siendo objeto de la ira de Dios, rara vez sucede así. La acusación final de Pablo contra la humanidad impía fue: “No hay temor de Dios delante de sus ojos” (Ro 3:18).
El cristiano ha sido librado del temor a la ira de Dios (1Jn 4:18). Pero el cristiano no ha sido librado de la disciplina de Dios contra su conducta pecaminosa, y en ese sentido todavía teme a Dios. Por tanto, se ocupa de su salvación con temor y temblor (Fil 2:12); y vive su vida aquí como un peregrino con temor reverente (1P 1:17).
Para el hijo de Dios, sin embargo, el significado principal del temor de Dios es veneración y honra, reverencia y admiración. Murray dice que este temor es el alma de la piedad. Es la actitud que despierta en nuestros corazones adoración, amor y reverencia. Esta no se enfoca en la ira de Dios, sino en la majestad, santidad y gloria trascendente de Dios. Podría compararse con la admiración que un ciudadano ordinario pero leal sentiría al estar cerca de su rey terrenal, aunque esa admiración ante un potentado terrenal solo puede asemejarse remotamente a la admiración que deberíamos sentir hacia Dios, el único y bendito Gobernador, el Rey de reyes y Señor de señores.
Los seres angelicales en la visión de Isaías 6 demostraron esta admiración cuando, con dos de sus alas, cubrían sus rostros en la presencia del excelso Señor. Vemos esta misma admiración en Isaías mismo y en Pedro cuando cada uno de ellos se dio cuenta de que estaba en presencia de un Dios santo. La vemos con total intensidad en la reacción del amado discípulo Juan en Apocalipsis 1:17, cuando vio a su Maestro en la plenitud de Su gloria y majestad celestiales y cayó como muerto a Sus pies.
Es imposible ser devoto a Dios si uno no tiene un corazón lleno del temor de Dios. Este profundo sentido de veneración y honra, reverencia y admiración, es lo que provoca en nuestros corazones la alabanza y adoración que caracterizan la verdadera devoción a Dios. El cristiano reverente y piadoso ve a Dios primero en Su gloria trascendente, majestad y santidad antes de verlo en Su amor, misericordia y gracia.
En el corazón de la persona piadosa existe una tensión saludable entre admirar con reverencia a Dios en Su gloria y confiar como un niño en Dios el Padre celestial. Sin esta tensión, la confianza filial de un cristiano puede degenerar fácilmente en engreimiento.
Uno de los pecados más graves de los cristianos en la actualidad, probablemente, es la familiaridad casi irreverente con la cual a menudo nos dirigimos a Dios en oración. Ninguno de los hombres piadosos de la Biblia adoptó la actitud casual que nosotros adoptamos frecuentemente. Ellos siempre se dirigían a Dios con reverencia. El mismo escritor que nos dice que podemos entrar confiadamente al Lugar Santísimo, la sala del trono de Dios, también nos dice que debemos adorar a Dios de forma aceptable, con temor y reverencia, “porque nuestro Dios es fuego consumidor” (Heb 10:19; 12:28-29). El mismo Pablo que nos dice que el Espíritu Santo morando en nuestro interior nos hace clamar “¡Abba, Padre!”, también nos dice que este mismo Dios “habita en luz inaccesible” (Ro 8:15; 1Ti 6:16).
En nuestra época tenemos que empezar a recobrar un sentido de admiración y profunda reverencia por Dios. Tenemos que empezar a verlo otra vez en la majestad infinita que le pertenece solo a Él que es el Creador y Gobernador Supremo del universo entero. Hay una brecha infinita de valor y dignidad entre Dios el Creador y el hombre como criatura, a pesar de que el hombre haya sido creado a imagen de Dios. El temor de Dios es un reconocimiento sincero de esta brecha, no es un insulto al hombre, sino una exaltación de Dios.
Incluso los redimidos que están en el cielo temen al Señor. En Apocalipsis 15:3-4, ellos entonan triunfantes el cántico de Moisés el siervo de Dios y el cántico del Cordero:
¡Grandes y maravillosas son Tus obras, oh Señor Dios, Todopoderoso!
¡Justos y verdaderos son Tus caminos, oh Rey de las naciones!
¡Oh Señor! ¿Quién no temerá y glorificará Tu nombre?
Pues solo Tú eres santo; porque todas las naciones vendrán y adorarán en Tu presencia, Pues Tus justos juicios han sido revelados.
Observa que ellos enfocan su veneración en los atributos del poder, la justicia y la santidad de Dios. Estos atributos, que manifiestan de manera particular la majestad de Dios, son los que deben generar en nuestros corazones una reverencia a Él. Esta misma reverencia la expresaron los hijos de Israel cuando vieron el gran poder de Dios manifestado en contra de los egipcios. Éxodo 14:31 dice: “El pueblo temió al Señor, y creyeron en el Señor y en Moisés, Su siervo”. Junto con Moisés, ellos entonaron una canción de adoración y gratitud. La esencia de esa canción se encuentra en el versículo 15:11: “¿Quién como Tú entre los dioses, oh Señor? ¿Quién como Tú, majestuoso en santidad, temible en las alabanzas, haciendo maravillas?”. Temer a Dios es confesar Su absoluta singularidad, es decir, reconocer Su majestad, santidad, grandeza, gloria y poder.
Las palabras no nos bastan para describir la gloria infinita de Dios que aparece retratada en la Biblia. E incluso ese retrato es borroso y opaco, pues por ahora vemos apenas un débil reflejo de Él. Pero un día le veremos cara a cara, y entonces le temeremos en el sentido pleno de esa palabra. Por tanto, no es sorprendente que Pedro, teniendo en mente ese día, nos diga que vivamos de forma santa y piadosa ahora. Dios está en el proceso de prepararnos para el cielo, para habitar con Él eternamente. Por eso Él desea que crezcamos tanto en santidad como en piedad. Él quiere que seamos como Él y lo veneremos y adoremos por toda la eternidad. Tenemos que estar aprendiendo a hacer eso ahora.
En nuestros días parece que hemos magnificado el amor de Dios casi al punto de excluir el temor de Dios. Debido a esta fijación, no estamos honrando a Dios ni reverenciándolo como debemos. Ciertamente deberíamos magnificar el amor de Dios, pero, aunque nos gocemos en Su amor y misericordia, nunca debemos perder de vista Su majestad y Su santidad.
Un concepto adecuado del temor de Dios no solo nos llevará a adorarlo correctamente, sino que también regulará nuestra conducta. Como dice John Murray: “Lo que adoramos o a quien adoramos determina nuestro comportamiento”. El pastor Albert N. Martin ha dicho que los elementos esenciales del temor de Dios son (1) conceptos correctos del carácter de Dios, (2) un reconocimiento constante de la presencia de Dios y (3) una consciencia permanente de nuestra obligación hacia Dios. Si tenemos una comprensión de la infinita santidad de Dios y Su odio hacia el pecado, junto con una percepción permanente de la presencia de Dios en todas nuestras acciones e incluso nuestros pensamientos, entonces ese temor de Dios tiene que influir en nuestra conducta y regularla. Así como la obediencia al Señor es una señal de nuestro amor por Él, esta también es una prueba de nuestro temor de Dios. “[Temerás] al Señor tu Dios, guardando todos Sus estatutos y Sus mandamientos” (Dt 6:2).
Levítico 19 contiene una serie de leyes y regulaciones que la nación de Israel debía obedecer en la Tierra Prometida. Ese es el capítulo del cual Jesús citó el conocido segundo mandamiento del amor: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (v. 18; ver también Mt 22:39). La expresión: “Yo, el Señor su Dios” o “Yo soy el Señor su Dios” o “Yo soy el Señor”, aparece dieciséis veces en Levítico 19. Por medio de esta repetición frecuente de Su nombre sagrado, Dios recuerda al pueblo de Israel que la obediencia a Sus leyes y regulaciones debe fluir de una reverencia y temor a Él.
El temor de Dios debe ser una de las principales motivaciones para obedecerle, y para generar esa obediencia. Si nosotros de verdad reverenciamos a Dios, vamos a obedecerle, puesto que todo acto de desobediencia es una afrenta a Su dignidad y majestad.
Extracto del libro La práctica de la piedad, páginas 8-14, puedes adquirirlo aquí.