Una de las promesas más notables que Jesús hizo es también una de las menos conocidas. En Marcos 10, tenemos el encuentro entre Jesús y el joven rico. Este último está aparentemente lleno de potencial para ser un gran discípulo, pero resulta que no está dispuesto a dejar atrás lo que Jesús le exige. Y así que se va triste. Todo es muy conmovedor. En este momento, Pedro (no conocido por ser una persona llena de sensibilidad emocional) decide recordarle a Jesús cuán grande son sus discípulos existentes: Pedro comenzó a decirle: «He aquí, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido» (Marcos 10:28). «Jesús», dice Pedro, con los ojos fijos en el horizonte lejano en caso de que a alguien se le ocurra tomarle una fotografía para Instagram, «nosotros estuvimos dispuestos a dejarlo todo por ti. Todo”. La respuesta de Jesús es impresionante: “Jesús dijo: En verdad os digo: No hay nadie que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o madre, o padre, o hijos o tierras por causa de mí y por causa del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo: casas, y hermanos, y hermanas, y madres, e hijos, y tierras junto con persecuciones; y en el siglo venidero, la vida eterna” (Marcos 10:29-30). Primero, Jesús asume que la gente dejará cosas para seguirlo. Esto es discipulado básico. Es lo que siempre ha dicho. Nunca escondió las cosas en letra pequeña. Jesús dice clara y directamente cuál es el costo de seguirlo. El discipulado es maravilloso, pero no está destinado a ser fácil. Segundo, Jesús asume que las cosas más costosas de dejar serán relacionales y familiares. Tener que dejar atrás ciertos patrones de intimidad, o toda nuestra familia y parientes. Para algunos discípulos, este es literalmente el caso. Las personas de algunos orígenes saben que en el momento en el cual sigan a Jesús serán rechazados para siempre por sus familias. Imagina eso. Nunca más ser capaz de ver a tus hermanos y hermanas. Nunca saber realmente cómo crecieron tus sobrinas y sobrinos. No ver a tus padres y parientes, o el hogar y la tierra en la que creciste. El discipulado es costoso. A veces es muy costoso. Pero, tercero, nota cómo Jesús responde a todo esto. Él no les dice que simplemente aprieten los dientes y esperen a la era venidera cuando finalmente todo valdrá la pena. No. Jesús les muestra que valdrá la pena incluso en esta vida. Incluso aquellos que dejan atrás redes familiares enteras por amor a Jesús recibirán de Él mucho más, cien veces más. Jesús promete familia: «casas, y hermanos, y hermanas, y madres, e hijos, y tierras”. Es una promesa extraordinaria. Seguirlo significa obtener una enorme familia espiritual. La naturaleza solo puede habernos dado una madre y un padre; el evangelio nos da mucho más. Esto es aún más significativo para los que son solteros. Jesús nos muestra que no tener una familia biológica propia no es lo mismo que no tener ningún tipo de familia en absoluto. Lo que nos lleva al desafío de esta promesa. Es fácil leer un versículo como ese y pensar: «Ah. Es tan lindo que Dios haga eso”. Pero el hecho es que en realidad es un desafío profundo. Porque nosotros somos las madres y padres, hermanas y hermanos, e hijos e hijas que Jesús promete. Esto hace que la promesa de Jesús sea bastante inusual: hay un sentido en el que depende de nosotros cumplirla. Aquellos que de otra manera estarían solos son injertados en la vida comunitaria de su pueblo. Cuando Dios atrae a personas a Sí mismo, los atrae unos a otros también.