[dropcap]N[/dropcap]o tienes derecho a una vida sexual secreta. Si estás casado, no tienes derecho a hacer nada sin al conocimiento y el consentimiento de tu cónyuge. Eso incluye el adulterio, por supuesto, pero también incluye fantasías pecaminosas y todo tipo de autosatisfacción. Es simple. Es obvio. Es bíblico. Pero es algo que se ignora ampliamente. No tienes derecho a una vida sexual secreta porque no tienes los derechos de tu cuerpo. El primer derecho de propiedad es de Dios. Dios te creó, y como tu creador, tiene derecho sobre todo en ti. Es por eso que Dios pudo declarar la manera en que Adán y Eva debían usar sus cuerpos: «Los bendijo con estas palabras: “Sean fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar y a las aves del cielo, y a todos los reptiles que se arrastran por el suelo”» (Genesis 1:28). Él les dio brazos, piernas, manos y pies y les dijo que los usaran en el ejercicio del dominio sobre el mundo; les dio órganos sexuales y les dijo que los usaran en la procreación (aclarando más adelante que el placer también es un uso legítimo de sus cuerpos). No puedes hacerle nada a tu cuerpo o con tu cuerpo que no esté de acuerdo con el propósito para el cual Dios lo creó. El segundo derecho de propiedad es de Dios. Sí, Dios es su propietario una segunda vez, aunque esta vez vemos al Hijo y al Espíritu Santo uniéndose al Padre en el ejercicio de sus derechos de propiedad. Dios el Padre es su dueño como tu creador, Dios el Hijo es su dueño como tu redentor, y el Espíritu Santo es su dueño como aquel que reside en tu cuerpo. En el pecado, tú esencialmente usurpaste el derecho de propiedad de Dios, pero la obra de Cristo en la cruz lo compró y lo recuperó. Así lo dice Pablo: «¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños; fueron comprados por un precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios» (1 Corintios 6:19-20). No puedes hacerle nada a tu cuerpo o con tu cuerpo que no esté de acuerdo con el propósito para el cual el Hijo lo redimió y para el cual el Espíritu Santo lo habita. Debe ser presentado como un sacrificio vivo, comprometido con el propósito de Dios (Romanos 12:1). El tercer derecho de propiedad es de tu cónyuge. Si estás casado, le has cedido todos los derechos sobre tu cuerpo a tu cónyuge, al menos en el área de la sexualidad. «La mujer ya no tiene derecho sobre su propio cuerpo, sino su esposo. Tampoco el hombre tiene derecho sobre su propio cuerpo, sino su esposa» (1 Corintios 7:4). Por lo tanto, «el hombre debe cumplir su deber conyugal con su esposa, e igualmente la mujer con su esposo» (7:3). En el matrimonio, le das voluntariamente tu cuerpo a tu cónyuge, reconociendo que lo haces en sus términos, no los tuyos. Tácitamente estás diciendo: «Este cuerpo ahora es tu cuerpo, para que lo uses como bien te parezca cuando bien te parezca». Esto requiere que el esposo y la esposa se entreguen voluntaria y alegremente sus cuerpos el uno al otro, y voluntaria y alegremente nieguen sus cuerpos a cualquier otro, incluidos ellos mismos. «Mi cuerpo, mis reglas. Este es mi cuerpo y lo usaré como a mí me plazca». Este es el credo de los paganos y el credo del cristiano que rehúsa ser obediente a Dios. No obstante, fuimos creados para declarar: «El cuerpo de Dios, las reglas de Dios. Dios creó mi cuerpo y solo lo usaré de formas acordes a su voluntad». Y, en asombro por el regalo de Dios de un cónyuge, decir: «Su cuerpo, sus reglas». «Le entrego mi cuerpo a mi cónyuge y solo lo usaré de formas acordes a su voluntad». Esposo, tu cuerpo es de ella. Se lo diste y no tienes derecho sobre él, no tienes derecho a hacer algo a lo que ella no consienta. Esposa, tu cuerpo es de él. No tienes derecho a hacer lo que él no sabe. Esposo y esposa deben tomar todo el deseo, energía y actividad sexual que tienen y cederlo libre y alegremente a su cónyuge. Esa es la manera de Dios.