Despertamos el domingo en la mañana con la noticia del peor tiroteo masivo de la historia Americana, como un asesinato terrorista el cual hirió más de cien personas en un club nocturno para homosexuales en Orlando. En las secuelas, hemos visto algunos de los mejores aspectos de América: personas haciendo filas (líneas), por ejemplo, para donar sangre a las víctimas. También hemos visto de lo peor – ver las secuelas convertirse en una excusa para las guerras en redes sociales acerca de todo, desde control de armas hasta política presidencial. Lo que me pregunto es si el país aún tiene la capacidad de afligirse, unido, en momentos de crisis nacional. Cuando estamos acostumbrados a ver noticias en tiempo real en la pantalla de nuestros televisores y nuestros teléfonos celulares, a veces es fácil olvidar que la noticia que estamos viendo es real. Al menos cincuenta personas – creados a la imagen de Dios – fueron asesinadas a sangre fría. Familias que esperaban ver a sus seres queridos están enterándose hoy que nunca mas volverán a verlos en esta vida. Esto debería llevarnos a llorar. Nuestra nación ha compartido momentos de crisis y tragedia anteriormente. Piense en Pearl Harbor, cuando el país se unió en apoyo al Presidente Roosevelt hacia un propósito común de derrotar los Poderes del Eje. Piense en el asesinato de John Kennedy cuando el país – aún los enemigos de la familia Kennedy – parecía llorar unido. Piense en el once de Septiembre – antes de los problemas por la guerra de Irak – cuando el país iba en pos de expresiones culturales comunes desde el servicio en la Catedral Nacional a la fría apertura del programa Saturday Night Live para una sensación de lamentar juntos. Pareciera ahora, sin embargo, que rara vez hay un tiempo de duelo juntos. El tiempo de lamento se transforma casi de inmediato en argumentos acerca de qué debió decir el Presidente ó si eso valida ó invalida el punto de vista de alguien sobre armas ó inmigración o lo que sea. Mucho de esto, por supuesto, es sólo la velocidad de las redes sociales. Las personas son capaces de discutir, de manera pública, problemas mucho más rápido de lo que podían antes. Pero parece que hay más que eso. Las divisiones a nivel nacional nos dificultan no sólo trabajar juntos, pero incluso pausar y llorar juntos. Nos preocupamos más de protegernos a nosotros mismos de los pronunciamientos políticos de los demás que de llorar con aquellos que lloran. De alguna manera, entonces, crisis nacionales como ésta se sienten menos como la de 1963 con el asesinato de John Kennedy que como el intento de asesinato de George Wallace de 1972. Los informes son que algunos en la administración de Nixon, argumentan que el Presidente incluso, contemplaron plantar literatura de campaña de George McGovern en el apartamento del futuro atacante Arthur Bremer. El tiroteo en Laurel, Maryland, era, para ellos, la campaña en sí misma. Ese grado de cinismo es, fundamentalmente, deshumanizante.
¿Entonces cómo lloramos con los que lloran?
Llamemos a nuestras congregaciones a orar juntas. Entendamos que, en este caso, nuestros vecinos homosexuales y lesbianas están asustados. ¿Quién no lo estaría? Demostremos el amor sacrificial de Jesús a ellos. No tenemos que estar de acuerdo en la definición de matrimonio y sexualidad para amarnos los unos a los otros y ver el cruel pecado que es el terrorismo. También oremos por nuestros líderes quienes tienen que tomar decisiones difíciles en medio de la crisis. Movilicemos nuestras congregaciones y otros para donar sangre a las víctimas. Llamemos a las autoridades de gobierno a su trabajo elemental de mantener a las personas a salvo de malhechores. Y soportemos con paciencia a quienes rápidamente discuten sobre políticas en las redes sociales. Porque para muchos de ellos, el hablar acerca del control de armas o Islam o la preparación militar o cualquier otro problema no se trata tanto de ponderar como lo es de frustración. Ellos, como todos nosotros, quieren que este horror llegue a su fin, y quieren hacer algo – así sea sólo expresándose en Twitter. Como el cuerpo de Cristo que somos, sin embargo, podemos amar y servir y llorar. Y podemos recordarnos a nosotros mismos y a nuestros vecinos que esta no es la manera en como debería ser. Nosotros lloramos, pero lloramos en la esperanza de un reino en donde la sangre no es derramada y las balas nunca vuelan.
Publicado originalmente en RussellMoore.com | Traducido por Yirenni Pérez de Paden Crédito de Fotografía: Phelan M. Ebenhack/AP