“Deberías venir algún día”, dijo. “La orquesta está aprendiendo una nueva pieza. Creo que disfrutarías escucharla ”.
Como había prometido, se reunió conmigo en el vestíbulo y me condujo a través de una puerta cerrada. Mientras caminábamos por un largo pasillo, empecé a oír música procedente de algún lugar más adelante. Entramos en una sala de ensayos y vi a toda la orquesta sentada allí. El director estaba de pie ante ellos, dirigiéndolos en una de las piezas que estaban aprendiendo y que pronto interpretarían.
Aunque no soy músico, ni siquiera yo pude pasar por alto el error que cometió el violonchelista principal. El director paró a todos, habló brevemente con él y luego volvió al principio de la pieza. A continuación, fueron los violines los que tuvieron que hacer un pequeño ajuste y después los oboes. A veces los errores eran evidentes y otras veces sutiles. El director demostró una gran paciencia al guiar suavemente a los músicos a través de la práctica y hacia la perfección.
Mientras tocaban, parando y empezando, saltando rápidamente algunas partes y deteniéndose en otras, empecé a entender la pieza, a comprender sus subidas y bajadas, sus momentos de intensidad y de serenidad, su maravillosa belleza cuando todos los instrumentos se combinaban para calmar el corazón y agitar el alma. Cuanto más la comprendía, más ansiaba escuchar la producción final, oírla por fin exactamente como el compositor la había creado.

Y me di cuenta de que ahora mismo el pueblo de Dios es como una orquesta que está ensayando. Hemos sido llamados a desempeñar nuestro papel y estamos aprendiendo a hacerlo. Quizás cada uno de nosotros no toque un instrumento, pero cada uno aporta una variedad de dones, talentos y maneras de servir al Señor. Procedemos de entornos variados y hemos vivido diferentes experiencias de vida. Representamos a distintas generaciones, clases sociales, países de origen y razas. Sin embargo, Dios ha hecho de todos uno: un pueblo, una nación, un cuerpo. Esto es cierto a nivel mundial y, de manera más evidente, a nivel local.

Hoy somos como esa orquesta en la sala de ensayos, cada uno aprendiendo la melodía y cada uno ejercitando la parte que le toca desempeñar. Estamos aprendiendo a usar nuestros instrumentos con destreza, pero también a tocarlos en armonía con los demás. En esta época de ensayo esperamos errores y contratiempos. Sabemos que de vez en cuando el director nos detendrá para corregirnos o incluso reprendernos. No debemos sorprendernos ni sentirnos especialmente consternados cuando los demás se equivoquen o cuando nosotros fallemos, ya que todos estamos aprendiendo y adquiriendo destreza. Pedimos perdón, perdonamos y seguimos adelante.

Entonces, cuanto más practicamos, mejor tocamos nuestros instrumentos con alegría y destreza y mejor desarrollamos nuestro rol en la orquesta. Cuanto más practicamos juntos, más natural nos resulta desempeñar el papel que se nos ha asignado. Cuanto más ensayamos, más bellos y armoniosos nos volvemos. Y a medida que seguimos practicando, nuestros corazones se inquietan y anhelan el final del ensayo y el comienzo de la verdadera actuación: el día en que la pecaminosidad le dé paso a la santidad y la práctica defectuosa le dé paso a una actuación impecable.
Inspirado en parte en el libro de Conrad Mbewe, Unity [Unidad].
Publicado originalmente en Challies.