Esta es la era del experto, la era del especialista. Y ciertamente, hay un creciente énfasis en el mundo cristiano donde la experiencia es un prerrequisito necesario para la autoridad. Si quieres saber acerca de la crianza de los hijos, necesitas hablar con uno de los padres. Si quieres saber acerca del matrimonio, necesitas hablar con alguien que ha estado casado. Si quieres saber cómo sufrir bien, hablas con alguien que ha sufrido. Esta forma de pensar es muy común y a la vez atractiva. Y aunque no tiene nada intrínsecamente malo, creo que contiene un peligro sutil. Nos dice que la autoridad se obtiene a través de la experiencia. Sin embargo, como cristianos, debemos recalcar que la autoridad no se deriva primordialmente de la experiencia, sino de las Escrituras. Más grande que nuestra necesidad de personas que han vivido la experiencia, es nuestra necesidad de personas que nos enseñen por medio de la Palabra. Pero tengamos cuidado. No debemos reaccionar de manera exagerada. Para mí tiene mucho valor el que las personas se comprometan a estudiar y comprender un área en particular de la vida o de la teología. Creo en el valor que tienen los libros y las conferencias y otros medios para la enseñanza especializada. Existe un gran beneficio en aprender de alguien con amplia experiencia. Pero no necesitamos a este tipo de personas. Y no es que no estén calificados para enseñar o dirigir o aconsejar debido a las experiencias por las que han pasado. Su experiencia es valiosa para nosotros sólo en la medida en que es consistente con lo que Dios deja claro en su Palabra. Es posible que necesites saber cómo resolver un conflicto. ¿Cómo puedes hacer las paces con alguien que te ha hecho daño? ¿Cómo puedes arrepentirte y reconciliarte con las personas a las que le has hecho daño? Podrías consultar a columnistas dedicados a la consejería o a expertos en relaciones humanas. Podrías incluso acudir a un ministerio de reconciliación que fuera específicamente cristiano. Sin embargo, ¡tu primer instinto debe ser encontrar a un hombre con una Biblia abierta! Pídele que te guíe versículo por versículo a través de Mateo 18 y te enseñe sobre la sabiduría divina para sanar relaciones dañadas. Puede ser que no tenga mucha experiencia, pero podrá enseñarte con autoridad porque acudirá a la fuente suprema, la Biblia. Es posible que necesites saber cómo criar a tus hijos en la disciplina e instrucción del Señor. Podrías ir a la biblioteca y leer algo sobre el tema. Podrías inscribirte en una conferencia. Buenísimo. Pero primeramente y aún mejor, dirígete a una mujer de tu iglesia que abra su Biblia contigo, que te lleve a los pasajes relevantes y que te ayude a entender lo que Dios dice. Es un gozo asistir a un seminario de matrimonio dirigido por un hombre que habla con la sabiduría adquirida por una larga experiencia. Pero es aún mejor hablar con un hombre que ha puesto su entera confianza en su Biblia. Es mucho mejor escuchar un sermón sobre el matrimonio de un hombre soltero con una Biblia abierta que de un esposo experimentado que solamente aporta su propia sabiduría. El hecho es que un huérfano puede enseñar cómo cuidar a los padres de edad avanzada. Un hombre soltero puede enseñar sobre el matrimonio. Una mujer sin hijos puede enseñar sobre la crianza de los hijos. Un hombre pobre puede enseñar acerca de las tentaciones que vienen con el ser rico. La Palabra de Dios habla de cada uno de estos temas y la autoridad en estos asuntos no se deriva de la experiencia sino de la Escritura. Cualquier cristiano puede enseñar estas cosas con confianza y poder porque la confianza y el poder no provienen de la experiencia o de los elogios, sino de la Biblia. El trabajo de un maestro no es hablar primero de sus propias experiencias ni a partir de ellas, sino hablar a partir de la Palabra de Dios.