Después de que fui bautizado a la edad de 10 años, recuerdo que la parábola de las ovejas y los cabritos me causó una gran impresión. En Mateo 25:31-46, Jesús afirma que llegará un día de juicio cuando todas las personas serán reunidas delante del Señor, con un grupo siendo como ovejas y el otro como cabritos. A las ovejas, Jesús se volverá y dirá:
Vengan, benditos de Mi Padre, hereden el reino preparado para ustedes desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui extranjero, y me recibieron; estaba desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; en la cárcel, y vinieron a Mí (Mt 25:34-36).
Cuando las ovejas preguntaron cuándo hicieron estas cosas, el Rey (Jesús) responde: “En verdad les digo que en cuanto lo hicieron a uno de estos hermanos Míos, aun a los más pequeños, a Mí lo hicieron” (Mt 25:40). En el lado opuesto están los cabritos, que son reprendidas y condenadas a un castigo eterno en el infierno, porque: “En verdad les digo que en cuanto ustedes no lo hicieron a uno de los más pequeños de estos, tampoco a Mí lo hicieron” (Mt 25:45).
Recuerdo haber escuchado esta parábola y, al dejar una huella profunda en mí, sentir un profundo deseo de servir al Señor y a Su pueblo. Me acerqué al pastor de la iglesia a la que asistíamos en ese momento y le pregunté dónde podía servir y qué podía hacer.
¿Su respuesta? Me entregó una aspiradora y me dijo que me pusiera a aspirar.

Ahora bien, por supuesto, él no lo expresó exactamente así, pero alabado sea el Señor que reconoció la importancia de permitirme servir en lo que muchos considerarían una manera muy pequeña. Cuando me preguntó si estaría interesado en ayudar a limpiar la iglesia, no había duda en mi mente de que quería, más que cualquier otra cosa, hacer exactamente lo que me pedía. Sería el mejor aspirador de iglesia que pudiera ser, para la gloria de Dios.
Años después, he llegado a descubrir que este deseo de servir con frecuencia es expresado por nuevos creyentes, pero que a veces disminuye con el paso de los años. En lugar de tomar con gozo la aspiradora o la escoba o sostener la puerta para recibir a las personas y repartir boletines los domingos por la mañana, muchos en cambio evadirán tales responsabilidades con una actitud de superioridad o descuido. Algunos incluso han preguntado: “¿Por qué debería hacer algo tan pequeño?”.
Por supuesto, nunca hay algo pequeño hecho para la gloria de Dios. Como dijo Jesús: “En cuanto lo hicieron a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a Mí lo hicieron”. Pero esto plantea una pregunta muy seria: ¿Cómo empezamos a ver incluso estas tareas aparentemente pequeñas como infinitamente más grandes de lo que podemos imaginar? ¿Cómo empezamos a cultivar y nutrir un deseo de servir a Cristo y a Su iglesia en nuestros corazones?

Muchas partes, un solo cuerpo
La iglesia de Corinto evidentemente enfrentaba un problema similar al que estamos tratando aquí. Había algunos que se creían mejores que otros. Algunos pensaban que estaban por encima de servir en diversas capacidades. Pero Pablo les escribió:
Porque, así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero, todos los miembros del cuerpo, aunque son muchos, constituyen un solo cuerpo, así también es Cristo. Pues por un mismo Espíritu todos fuimos bautizados en un solo cuerpo, ya judíos o griegos, ya esclavos o libres. A todos se nos dio a beber del mismo Espíritu (1Co 12:12-13).
Él continúa explicando que hay algunas partes del cuerpo que, desde nuestra perspectiva, tienen menos importancia que otras. Pero el cuerpo todavía necesita todas estas diferentes partes. Así como nuestros cuerpos físicos necesitan ojos para ver, narices para oler, oídos para oír, pies para caminar, y así sucesivamente, así el cuerpo de Cristo necesita miembros que realicen diferentes funciones. En verdad, “el ojo no puede decirle a la mano: ‘No te necesito’; ni tampoco la cabeza a los pies: ‘No los necesito’” (1Co 12:21).

En el nivel más básico, esto significa que la persona que recibe a otros en la puerta es tan importante como el que dirige la música, quien es tan importante como el que predica, y el que limpia el baño también es igualmente esencial. El que trabaja en la cocina es tan necesario como el que ora por la comida, y tampoco debe olvidarse a quien limpia después. Algunas de estas tareas pueden ser más evidentes de inmediato para otros o incluso ser más elogiadas que otras. Pero cada una de ellas es importante y necesaria para que las iglesias prosperen.
El punto es que toda tarea hecha en servicio a Cristo y a Su iglesia es esencial. ¿Necesitamos orar para que más hombres calificados sean llamados a servir como ancianos? Absolutamente. ¿Necesitamos orar para que el Señor dote a más jóvenes con la capacidad de dirigir una adoración bíblicamente sana? Por supuesto. Pero también necesitamos orar por personas que reciban en la puerta, que limpien y que cocinen. Cada parte de este cuerpo es esencial.
Por supuesto, necesitamos hacer más que orar para que estas posiciones sean ocupadas. Necesitamos realmente servir en aquellas áreas en las que estemos tanto calificados como necesitados.

El peligro de no servir
Reconocemos que la salvación viene por la fe en Jesucristo solamente, y que incluso la fe en sí misma es un regalo de Dios. La fe no es el intelecto de un individuo asintiendo por sí solo al conocimiento y la verdad de Jesucristo; la fe es la obra interior del Espíritu Santo en el corazón del pecador por la cual, según la gracia de Dios, el pecador es atraído a Cristo. Como deja claro Efesios 2:8-9: “Porque por gracia ustedes han sido salvados por medio de la fe, y esto no procede de ustedes, sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. La salvación no es obra nuestra. La gracia no es obra nuestra. La fe no es obra nuestra. Todo es el regalo de Dios para que nos gloriemos solo en Él.
Sin embargo, aunque las obras no tienen ningún factor que contribuya a nuestra justificación, aquel que ha sido justificado mostrará buenas obras. Pablo y Santiago están en completo acuerdo cuando ambos escriben: “Porque somos hechura Suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas” (Ef 2:10), y, “así también la fe por sí misma, si no tiene obras, está muerta” (Stg 2:17). No hay contradicción en afirmar que solo la fe salva, y sin embargo, la fe nunca estará sola. Las buenas obras, en este caso, el servicio al Señor y a los demás, fluirán necesariamente de nuestra salvación.

El peligro de los complejos de superioridad, la pereza y la negligencia voluntaria es que una total falta de buenas obras bien puede ser una indicación de una fe deficiente o falsa. Las palabras de Jesús deberían impulsar a todo cristiano a servir al Señor y a los demás cuando dijo: “En verdad les digo que en cuanto ustedes no lo hicieron a uno de los más pequeños de estos, tampoco a Mí lo hicieron” (Mt 25:45). De manera similar, sabemos que las ovejas con buenas obras son llevadas eternamente a la presencia de Dios en el cielo, mientras que los cabritos sin buenas obras son enviadas al castigo eterno del infierno. “Estos irán al castigo eterno, pero los justos a la vida eterna” (Mt 25:46).
Pero, si eso no es suficientemente convincente, consideremos la manera en que la Biblia habla de aquellos que se rehúsan a servir. En Nehemías 3, el Señor nos ha dejado registrado el relato de aquellos hombres que trabajaron para restaurar el muro de Jerusalén. Vemos a nobles como Nehemías trabajando, al igual que los plateros, los levitas y muchos más. Hay una gran cantidad de hombres trabajando juntos para llevar a cabo la obra. Y eso es lo que hace que el versículo cinco sea aún más impactante.

Como un pulgar dolorido, el versículo 5 sobresale entre todos los demás versículos de este capítulo con su declaración directa: “E inmediato a ellos restauraron los tecoítas; pero sus grandes no se prestaron para ayudar a la obra de su Señor” (RVR60). En todo el capítulo, solo se encuentra un grupo de hombres que no están construyendo: los “grandes” (RVR60) o “nobles” (NBLA) de los tecoítas. Otros nobles están trabajando arduamente, como Nehemías, pero no los nobles de los tecoítas. Ellos “no se prestaron para ayudar a la obra de su Señor”. Se demostraron a sí mismos como cabritos.
¡Que nunca se diga de nosotros que no quisimos humillarnos para servir al Señor! Qué acusación tan condenatoria contra estos nobles. Ellos no lograron verse a sí mismos por lo que realmente eran: criaturas creadas para servir y glorificar a su Creador. En cambio, con una visión inflada de sí mismos, pensaron que estaban por encima de servir al Señor. Neciamente, vieron el servicio al Señor como “rebajarse”, en lugar de percibir correctamente todo servicio al Señor como algo realmente “elevado” a un lugar de honor.

Mejor ser barrendero en la casa de Dios que ser contado entre los que no quisieron “rebajarse”
Nunca deberíamos pensar de nosotros mismos que somos tan grandiosos, tan espectaculares, tan maravillosos, como para convencernos de que estamos por encima de servir al Señor en alguna capacidad. Nuestra distinción criatura/Creador importa mucho; Dios nos hizo del polvo de la tierra, y al polvo volveremos. No debería ser algo difícil “rebajarnos” delante del Rey de reyes y Señor de señores, porque, aparte de Cristo, no somos más que gusanos que se arrastran en el lodo y la decadencia. Además, servir a Dios no nos rebaja, sino que en realidad nos enaltece.
Vemos la actitud correcta que los siervos del Señor deberían poseer en el Salmo 84. En este salmo, los hijos de Coré se colocan en oposición a los nobles de los tecoítas que no quisieron “rebajarse” para servir al Señor. Los hijos de Coré, como ovejas, se acercan a Dios con la actitud correcta. En el Salmo 84:10, el salmista escribe: “Porque mejor es un día en Tus atrios que mil fuera de ellos. Prefiero estar en el umbral de la casa de mi Dios que morar en las tiendas de impiedad”. ¿Ves la diferencia? Los nobles de los tecoítas ni siquiera considerarían trabajar en un muro para servir y glorificar a Dios, pensando que estaba demasiado por debajo de ellos. Pero los hijos de Coré dicen: “¡Sería maravilloso simplemente ser portero en la casa de Dios!”. En verdad, sería mejor ser el barrendero designado de tu iglesia local que ser hallado como alguien que no quiso “rebajarse” en servicio a Dios y a Su pueblo.
Los hijos de Coré tenían la visión correcta de Dios y de Su majestad, lo cual se transformó en una respuesta correcta respecto al servicio al Señor. No solo estaban dispuestos a actuar básicamente como los conserjes del Templo, sino que se complacían en “rebajarse” en tal servicio a su Señor, porque sabían que era una bendición mucho mayor servir a Dios de alguna manera que rehusar hacerlo por un sentido de orgullo pecaminoso.
Una nota final: probablemente los nobles de los tecoítas creían que, al no humillarse para reparar y reconstruir el muro, sus súbditos pensarían mejor de ellos. Pero ocurre lo contrario. Nehemías 3:3 no es solo un registro de su negativa a rebajarse y servir a Dios; es un juicio contra ellos. No son bien considerados por los demás, sino vistos por lo que realmente son: pecadores y cabritos.
Aquellos que se rehúsan a inclinarse, humillarse y servir al Señor ahora, descubrirán que, al final, el Señor los llevará de todos modos a doblar sus rodillas delante de Él. La salvación ya no será posible cuando se vean obligados a rebajarse ante su Creador, pero cumplirán el propósito para el cual fueron creados cuando, bajo el juicio de Dios, glorifiquen al Señor reconociendo a Jesucristo como Señor.
Pero, mientras se dice hoy, sirvamos al Señor. Somos miembros de Su cuerpo, y cada parte y función son esenciales. Y, cuando servimos de esta manera, podemos esperar escuchar aquellas dulces palabras: “Vengan, benditos de Mi Padre, hereden el reino preparado para ustedes desde la fundación del mundo”.
Publicado originalmente en G3 Ministries.