—Recibir la unción; buscar la unción; transferir la unción; no te metas con el ungido— Estas y otras expresiones parecen hacerse cada vez más comunes en la jerga de una naciente “cultura evangélica”. Todas ellas relacionadas con un concepto bíblico que debe ser observado cuidadosamente a fin de no ir más allá de lo que la Palabra de Dios dice: La unción. Como cristianos nuestra única regla de fe y práctica debe ser la Escritura (2 Tim 3:16) y es por eso que es ella la que debe regir nuestra conducta y no la experiencia o la percepción subjetiva de ciertos fenómenos. Pero, ¿cuál es el peligro que pueda tener el mal entendimiento de un concepto o práctica como la que estamos mencionando? Bien pudiéramos reducir el asunto a algo meramente académico, para lo cual sólo haría falta hacer las correcciones respectivas; sin embargo, toda mala comprensión, en este caso de un concepto teológico, inevitablemente desembocará en una mala práctica, por lo que además de llamar la atención sobre los correctivos teológicos necesario, también debemos advertir sobre las implicaciones nocivas de la mala práctica asociada. En ese sentido, un mal entendimiento del concepto de la unción puede llevarnos a la práctica de cosas que no son correctas a la luz de la Palabra de Dios, entre ellas el considerar que algunos cristianos son más “ungidos” que otros; de acuerdo a la posición de liderazgo, influencia o simpatía que ostenten dentro de la iglesia.
¿Qué es la unción?
Lo primero que tenemos que definir, antes de continuar, es el término unción. De acuerdo con el Nuevo Diccionario de la Biblia, la palabra Ungir [o unción] se define como el acto de derramar aceite sobre una persona o un objeto (Gn. 28:18).[1] La práctica, propia de las culturas del Medio Oriente, era empleada con frecuencia en ceremonias de transferencia de propiedades, esclavos y hasta en matrimonios; sin embargo en Israel el uso se limitaba a la consagración de los Sacerdotes (Éx. 28:41) de los Reyes (1 Sam 9:16) y de los utensilios del templo. Los usos antes mencionados son frecuentes en la práctica ritual del Antiguo Testamento. En un sentido más estricto, la unción era la representación de la capacidad dada por Dios por medio de su Espíritu para ejercer la función sacerdotal, el reinado o la separación exclusiva de algún utensilio relacionado con el culto y la adoración.
La unción del Santo
En el Nuevo Testamento no tenemos muchas referencias a esta práctica; de hecho, una de los pocos textos que encontramos es 1 Jn 2: 20: «Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas.» En el contexto el Apóstol Juan, ya anciano para entonces, exhorta a los hermanos a permanecer en la verdad e identificar el error puesto que muchos habían entre ellos que no eran verdaderos cristianos sino anticristos porque negaban la deidad de Cristo. Es en armonía con eso que Juan nos recuerda que la “Unción del Santo” que está [y permanece (1 Jn 2: 26)] en nosotros, nos permitirá reconocer el error y permanecer en la verdad en la que fuimos enseñados (v27). Pero, ¿a qué se refiere Juan con “La unción del Santo”? Para poder responder a esta pregunta es necesario dar una mirada a la Teología que Juan desarrolla alrededor del ministerio del Espíritu Santo. En su Evangelio el Apóstol escribe lo siguiente: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14:26). No hay ninguna razón para no pensar que cuando Juan se refiere a la “Unción del Santo” se esté refiriendo a un aspecto del ministerio del Espíritu Santo, el cual es enseñarnos todas las cosas, esto es: instruirnos de acuerdo a la Verdad de Cristo a fin de no ser engañados.
Todos Somos sacerdotes según Dios
Hemos visto que en el Nuevo Testamento la unción es mencionada no como un símbolo, sino como la realidad de la obra del Espíritu Santo, capacitándonos para andar en la verdad. Pero ¿Quiénes tienen este privilegio? Una de las enseñanzas más cruciales que encontramos en las Escrituras es la manera en que hemos sido redimidos por Cristo para ser convertidos en Sacerdotes (1 Ped 2:9). No es posible concluir que algún creyente haya recibido algún favor más especial que otro puesto que todos hemos sido comprados por el mismo precio. Con esto en mente, todos aquellos que han sido redimidos por Dios han recibido el don del Espíritu Santo por igual, todos hemos sido marcados por el Espíritu Santo que mora EN nosotros (Efe 1:13), todos hemos sido igualmente ungidos por el Santo.
No hay cristianos más ungidos
En la práctica, algunos creyentes pueden llegar a disfrutar una comunión mucho mayor con el Espíritu Santo que otros por causa de un aprovechamiento mayor de los medios de Gracia; sin embargo, eso no puede llevarnos a pensar que ellos han alcanzado un nivel mayor de unción. Ningún creyente puede ser más ungido de lo que ya está. Nosotros hemos sido revestidos del Espíritu Santo y debemos ahora ser llenos de él, evidenciando los frutos de su obra y control en nuestra vida (Gál 5:22). No debemos confundirnos. La simpatía o el carisma de un líder no son una evidencia de que en él exista más unción que en el resto de los creyentes. Los pastores que están entre nosotros no deben ser observados como una categoría especial que ha alcanzado un grado mayor de unción o algo por el estilo. Es cierto que pudieran tener dones que sean más reconocibles públicamente, pero ello nada tiene que ver con alguna superioridad espiritual o “unción superior” como algunos la llamarían. Finalmente, y de acuerdo con el testimonio del Nuevo Testamento; si hay algo a lo que debe llevarnos la unción del Santo, no es a la superioridad sobre otros, sino a reconocer la Verdad de Cristo, y habiéndola identificado, a postrarnos en adoración ante el que merece toda la Gloria y la Honra. Él es el Ungido de Jehová (Is 61: 1).
[1] Lockward, A. (1999). En Nuevo diccionario de la Biblia (p. 1040). Miami: Editorial Unilit.