Perder el sentido de la santidad de Dios es la primera señal de advertencia de que estamos ingresando a un lugar espiritualmente peligroso. Por fuera, todo podría verse bien: Nuestras familias podrían estar bien, nuestros ministerios podrían estar floreciendo, podríamos estar recibiendo reconocimiento y caminando poderosamente en nuestros dones espirituales. Pero por dentro, estamos deambulando. Los fenómenos externos no indican confiablemente nuestra salud espiritual. Las familias y los ministerios pueden tener luchas y equivocaciones por razones que no tienen nada que ver con nuestros estados espirituales. Y la historia está llena de ejemplos de hombres y mujeres que ejercieron los dones espirituales con gran poder durante un período de tiempo, incluso cuando estaban involucrados en un enorme pecado secreto. Además de eso, los externos son generalmente indicadores tardíos de decadencia espiritual. En el momento en que nuestra decadencia comienza a emerger, a menudo ha alcanzado un grave estado. ¿Qué debemos cuidar? Lo que debemos cuidar es nuestro sentido de la santidad de Dios. “La pérdida del sentido de la santidad de Dios siempre produce la pérdida del sentido de la pecaminosidad del pecado.” No me refiero a nuestro conocimiento doctrinal de la santidad de Dios. Eso es algo que podríamos afirmar e incluso enseñar cuando en secreto estamos en un lugar de decadencia. La doctrina de la santidad de Dios es real para nosotros sólo cuando tenemos verdadero temor de Dios. Y una clara evidencia de esto es nuestro miedo al pecado. La pérdida del sentido de la santidad de Dios siempre produce la pérdida del sentido de la pecaminosidad del pecado. Cuando Dios no es temido, el pecado no es temido. Una tolerancia a la habitual indulgencia del pecado, una falta de temor sobre lo que la esclavitud al pecado podría implicar (Jn. 8:34), es un indicador de que el temor de Dios no nos está gobernando. Y cuando estamos en tal estado, Jesús nos dice lo que debemos hacer: cortarnos la mano.
Realidad absolutamente aterradora
Mateo 18 es una lectura sobria. Jesús se toma muy en serio las consecuencias extremadamente horribles del pecado. Y dice esto: ¡Ay del mundo por sus piedras de tropiezo! Porque es inevitable que vengan piedras de tropiezo; pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo! Y si tu mano o tu pie te es ocasión de pecar, córtatelo y échalo de ti; te es mejor entrar en la vida manco o cojo, que teniendo dos manos y dos pies, ser echado en el fuego eterno. Y si tu ojo te es ocasión de pecar, arráncatelo y échalo de ti. Te es mejor entrar en la vida con un solo ojo, que teniendo dos ojos, ser echado en el infierno de fuego. (Mt. 18:7-9) Note las palabras “fuego eterno” en el versículo ocho. Durante la mayor parte de la historia de la iglesia, algunos han afirmado alguna forma de salvación universal definitiva para todos o la aniquilación definitiva de los perdidos. Pero durante toda la historia de la iglesia, la gran mayoría de los cristianos y la gran mayoría de los teólogos más eminentes y confiables de la iglesia han afirmado que lo que Jesús y los apóstoles enseñaron sobre el infierno es un castigo eterno y consciente. Esas cuatro palabras describen una realidad absolutamente aterradora.
Metáfora, pero no hipérbole
Utilicé las palabras “extremadamente horrible” y “absolutamente aterradora” muy cuidadosa e intencionadamente. Ellas están entre las únicas palabras apropiadas que tenemos para describir el infierno, la muerte eterna que es la paga del pecado (Rom. 6:23). Nadie quiere experimentar esto. Y será la realidad experimentada por todos los que son esclavos del pecado y no son liberados por el Hijo (Jn. 8:36). “Si no reverenciamos a Dios como santo en nuestras vidas privadas, estamos en un camino peligroso que conduce a la destrucción” Es por eso que Jesús usa la metáfora extrema de cortarnos la mano y arrancarnos los ojos. El peligro extremo requiere medidas extremas de escape. Sí, las imágenes de mutilación son una metáfora, pero no son hipérboles. Sabemos que es una metáfora porque la pérdida literal de una mano o un ojo no llega a la raíz del problema del pecado. Pero la amputación radical y dolorosa de los tropiezos de nuestras vidas puede ser la única manera de escapar de la precipitada caída en la trampa insidiosamente engañosa del pecado. Es posible que tengamos que “mutilar” (cortar) un hábito, una relación, una carrera, ciertas libertades personales, lo que sea que nos esté haciendo tropezar. Porque es mucho mejor que entremos en la vida habiendo perdido esas cosas que haberlas guardado y perder nuestras almas (Lc. 9:25).
Corta cada mano
Cuando perdemos el sentido de la santidad de Dios, las advertencias de Jesús en Mateo 18 no nos afectan mucho. Razonamos que tal advertencia es para otra persona. No creemos seriamente que se aplique a nosotros. Tampoco pensamos seriamente que se aplica a otros hermanos y hermanas que se caracterizan por sus preocupaciones y búsquedas mundanas y que están bastante insensibilizados cuando se trata del pecado. Puede que nos consuele que nuestra afirmación de doctrina ortodoxa, las afirmaciones externas y las labores “fructíferas” demuestren que estamos en el camino correcto. Pero si en el lugar secreto, estamos tolerando el pecado, tolerando la relativa falta de oración, tolerando la falta de urgencia sobre las almas perdidas, es un indicador de que algo está mal. Si no reverenciamos a Dios como santo en nuestras vidas privadas, estamos en un camino peligroso que conduce a la destrucción (Mt. 7:13). “La tolerancia a la indulgencia habitual del pecado es un indicador de que el temor de Dios no nos gobierna.” Jesús nos da la cura para esta infección mortal: corta toda mano que te haga tropezar. Y lo dice en serio. “Si oís hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones.” (Heb. 4:7). Ya sea que nos hayamos aventurado en este camino o que hayamos estado en él demasiado tiempo, ahora es el momento de arrepentirnos y tomar la medida extrema de amputar todo lo que esté enredando nuestros pies en el pecado (Heb. 12:1). Debemos suplicarle al Señor y hacer lo que sea necesario para ver el temor del Señor restaurado en nuestros corazones.
Elije la vida
Para el cristiano, el temor del Señor no compite con nuestra alegría en el Señor. Más bien, es una fuente de nuestro gozo en el Señor. Isaías profetizó esto acerca de Jesús: “Se deleitará en el temor del Señor” (Isa. 11:3). Jesús se deleitó en el temor de su Padre, y Dios quiere que nosotros también disfrutemos de este deleite. Porque “El temor del Señor es fuente de vida, para evadir los lazos de la muerte” (Prov. 14:27). Y “Los secretos del Señor son para los que le temen, y Él les dará a conocer su pacto” (Sal. 25:14). “El principio de la sabiduría es el temor del Señor” (Prov. 9:10). Por el contrario, perder el temor del Señor es el principio de la insensatez. La recompensa de tal sabiduría es la vida eterna (Jn. 3:16) y plenitud de gozo (Sal. 16:11). La recompensa de tal insensatez es absolutamente aterradora. Cuando notemos una disminución de nuestro temor saludable a Dios, la pérdida del sentido de su santidad, es el momento de tomar acción. Arrepintámonos cortando toda mano insensata y, como dice Deuteronomio 30:19; escojamos la vida.
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