Me encanta asistir a las bodas. El 2019 fue uno de los años más hermosos que guardo en mi memoria ya que asistí a ocho bodas, la mayoría de ellas de mis más queridos amigos y hermanos en la fe. Sin embargo, hay una boda aquí en la tierra a la que aún quiero asistir. Una boda que no sé cuándo y dónde ocurrirá y tampoco sé completamente si llegará a ocurrir. Sí, la mía, a esa boda me refiero. La soltería sigue siendo una época maravillosa para mí, no porque me siga enseñando sobre el noviazgo, las amistades, el matrimonio y la sexualidad; sino porque me ha enseñado profundamente sobre Cristo y su evangelio, ha abierto mis ojos a mentiras que he creído y me ha recordado que la meta de mi vida sigue y seguirá siendo la misma: servir a Dios, serle fiel y darle gloria en todo lo que haga. Por este motivo, es totalmente posible tener contentamiento cuando todos tus amigos se están comprometiendo, casando y teniendo hijos. Permíteme explicarte por qué.
El matrimonio no es un invento humano
¿Alguna vez te has preguntado por qué existe el matrimonio? Antes de que se instituyera la iglesia y se predicara el evangelio por primera vez (Gén. 3:15), Dios instituyó el matrimonio. El matrimonio fue diseñado por Dios para ser una representación en la tierra de una unión mucho más grande: la de Cristo con Su iglesia: una unión que nada ni nadie podrá separar (Efe. 5:32) y una representación del evangelio: el único mensaje capaz de dar vida en este mundo caído que desesperadamente necesita al Salvador (Jn. 3).
Tu mayor necesidad no la puede suplir el matrimonio sino Dios
Adán y Eva pecaron contra Dios y también se fallaron mutuamente. La relación gozosa que tenían tanto con Dios como mutuamente fue destruida cuando pecaron. Adán debía proteger a su esposa del engaño de la serpiente, y Eva debía protegerlo de pecar contra Dios cuando le ofreció del fruto prohibido. Ambos pecaron y desde ahí, el pecado entró a este mundo y hoy vemos las consecuencias en el matrimonio como son los conflictos y divorcios; pero gracias a Dios podemos tener fe y esperanza de restauración gracias a Jesucristo. No importa cuánto anhelemos un esposo. La necesidad más grande de nuestros corazones es el perdón de Dios, ese perdón por el pecado que mora en nosotras solamente puede ser hallado en Jesucristo. Ningún hombre, por más encantador que sea, puede satisfacer tu alma igual que Cristo, porque en su estado natural (antes de nacer de nuevo) también está separado de Dios y necesita del mismo Salvador que tú (Rom. 3:23). Solo Cristo puede dar perdón eterno a tu alma y, por tanto, plenitud y gozo que nunca te serán quitados (Sal. 16:11). ¿Ves por qué es posible tener contentamiento cuando tus amigos se están casando? El gozo en Cristo no depende de tu estado civil sino del amor de Cristo derramado en la cruz.
Confíale a Dios tu historia de amor
Me encanta esta frase de Marshall Segal en su libro Soltero por Ahora: “Bebe y come, trabaja y diviértete, conoce a alguien y cásate de forma que contribuyas a ganar el mundo para Jesús”. Conocer a alguien y casarse de forma que contribuyamos a ganar el mundo para Jesús. Esa sí que es una gran meta y ambición santa. Sin embargo, para lograr esto, estarás de acuerdo conmigo en que nuestras emociones son pésimas consejeras para tomar decisiones de tanta importancia como con quién casarse, sobre todo si hay una fuerte atracción física. Por esto es necesario que pongas tu confianza en Dios si anhelas que tu vida se trate enteramente de Él y contribuyas a ganar el mundo para Jesús al casarte.
Confía en el Señor con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio entendimiento. Reconócele en todos tus caminos, y Él enderezará tus sendas (Prov. 3:5-6).
Confía en que, si el matrimonio es la voluntad de Dios para tu vida, Él en Su providencia y soberanía lo traerá en el momento más adecuado. Tus tiempos no son sus tiempos, pero tus tiempos sí están en sus manos (Sal. 31:15). Gloria a Dios por ello. Mientras esto ocurre, Dios ya te ha encomendado una misión: “… la mujer que no está casada y la doncella se preocupan por las cosas del Señor, para ser santas tanto en su cuerpo como en espíritu” (1 Cor. 7:34). Creo que la mejor forma en que puedes prepararte para glorificar a Dios en el matrimonio, y varias mujeres casadas con las que he conversado me dan razón en esto, es buscando primeramente el reino de Dios y amándolo a Él sobre todas las cosas. Así podrás más adelante amar a tu esposo bíblicamente de modo que Dios sea glorificado y contribuyas a ganar el mundo para Cristo.