La amistad que el evangelio permite que disfrutemos Jason y yo, es un simple reflejo de la gloriosa manifestación de unidad que es la Iglesia del Señor Jesucristo. Para vivir en unidad, mi amigo y yo tuvimos que superar algunas barreras (principalmente la barrera de mi difícil personalidad). Pero el mundo está desgarrado por divisiones mucho más profundas que éstas. Me vienen a la mente asuntos étnicos, de posición social y de género. Nuestra sociedad se enorgullece de su tolerancia e inclusión, pero la realidad es que docenas de divisiones profundamente arraigadas separan a grandes grupos de gente. Y aun peor, tales divisiones enfrentan a las personas, a pesar de los muchos buenos esfuerzos en contra. Por ejemplo, en la América actual, la discriminación racial no solo está legislada, sino también estigmatizada. No obstante, el racismo aún corre profundamente por nuestras venas y no le cuesta mucho salir a la superficie. Pero la iglesia sí que transciende de verdad esas diferencias y divisiones: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gá 3:28; ver Col 3:11). ¿Cómo puede Pablo decir esto? ¿Cómo puede la iglesia trascender estas divisiones que continúan desafiando los mejores intentos del mundo de superarlas? En Gálatas, Pablo considera la unidad de los judíos y los griegos, de los esclavos y los libres, de los hombres y las mujeres como una consecuencia del hecho de que somos justificados —declarados justos por Dios— en base a la fe sola, no en base a ninguna buena obra que hagamos. Los gálatas estaban empezando a confiar en la circuncisión y en observar la ley para salvación (Gá 3:1; 5:2-4). Debido a ello, Pablo tiene que recordarles que: “El hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo” (Gá 2:16). Esto quiere decir que ni los judíos de nacimiento, ni los conversos al judaísmo entre ellos, podían reclamar superioridad sobre sus hermanos gentiles: “Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham” (Gá 3:7). Tener una posición justa delante de Dios —incluyendo la pertenencia a la familia de Dios— es dado por la sola gracia de Dios a través de la sola fe en Cristo solo. Por tanto, tener una posición justa delante de Dios y ser miembro de la familia de Dios está a disposición de todos los que vienen a Cristo en fe, sin importar su etnia, su posición social, su género, ni ninguna otra cosa. En otras palabras, la doctrina de la justificación solo por la fe es el fundamento de la unidad de la iglesia. Todos aquellos que han venido a Cristo y han confesado su fe a través del bautismo, están “revestidos” de Cristo (Gá 3:27) y son herederos de todas las promesas de Dios (Gá 3:29). Y como todos en la iglesia estamos revestidos de Cristo, somos todos uno en Cristo (Gá 3:28). Solo Cristo es la puerta de entrada a la iglesia. No necesitas ser capaz de trazar tu genealogía hasta Abraham. No necesitas pertenecer a cierto partido político o vivir en cierta parte de la ciudad. No necesitas tener una licenciatura o ganar un salario alto. Todos son invitados a poner su fe en Cristo y, todos los que lo hagan, son bienvenidos en la iglesia como hermanos y hermanas, miembros de la familia con la misma posición en la casa de Dios. La unidad de la iglesia está fundamentada en —y fluye de— la doctrina de la justificación por la fe sola. Esta es una de las muchas maneras que la sana doctrina sirve para la unidad.
La sana doctrina sirve para la unidad
Podemos encontrar una lección similar en 1 Corintios. Pablo tuvo que escribir a los corintios a causa de sus disputas y de sus deseos de superioridad: “Cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo” (1Co 1:12). La respuesta del apóstol a esta división es impresionante: “¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?” (1Co 1:13). Pablo está diciendo que la iglesia no debería estar más dividida que Cristo. ¿Por qué? Porque la iglesia es el cuerpo de Cristo, tal y como Pablo explica en detalle en el capítulo 12. Además, la gente no debería rendir completa lealtad a nadie aparte de Cristo, ya que solo Él fue crucificado por nuestros pecados (ver 1Co 15:14). Los cristianos son bautizados en el nombre del trino Dios, no en el de algún maestro humano (ver Mt 28:19). Por tanto, los cristianos pertenecen al Señor y no a ningún maestro. Todas estas preguntas retóricas en 1 Corintios 1:13 acumulan argumentos teológicos para la unidad de la iglesia. Puesto que somos el cuerpo de Cristo, deberíamos estar unidos, no divididos. Puesto que nuestra completa lealtad es para Él —y somos bautizados en Su nombre—, no debemos dividir nuestras iglesias en facciones alrededor de nuestros líderes favoritos. La unidad de la iglesia está fundamentada en la sana doctrina, y fluye de ella. De nuevo, la sana doctrina es un resumen de la enseñanza bíblica que es tanto fiel a la Biblia como útil para la vida. Por este motivo, cuando la unidad de la iglesia en Corinto está en peligro, Pablo excava profundamente hasta los fundamentos teológicos para traerlos de vuelta en conformidad con el plan divino. La sana doctrina no es solamente el fundamento de la unidad, es la restauradora de la unidad. No solamente provee el patrón para la unidad, ayuda a realinear una iglesia con el patrón cuando se ha torcido y ha perdido su forma original. La sana doctrina sirve para la unidad. Vemos la misma dinámica en Efesios 4, donde Pablo nos urge a andar como es digno de nuestro llamado (Ef 4:1). ¿Cómo podemos hacerlo? Siendo humildes, mansos, pacientes y soportándonos los unos a los otros en amor, y siendo: “Solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (vv. 2-3). Uno de nuestros principales llamamientos como cristianos es amarnos los unos a los otros, soportarnos con humildad los unos a los otros y luchar duro para preservar la unidad de la iglesia. ¿Por qué debemos hacerlo? Pablo responde llevándonos a las realidades más profundas de nuestra fe: “Un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos” (Ef 4:4-6). Todo lo concerniente a nuestra fe proclama: ¡Unidad! Solo hay un cuerpo de Cristo. Solo hay un Espíritu que nos da nueva vida. Solo hay una esperanza a la cual somos llamados. Solo hay un Señor Jesucristo, una fe en el mismo Señor y un bautismo en Su nombre. Solo hay un Padre sobre todos. Y Padre, Hijo y Espíritu Santo son un solo Dios. La unidad de la iglesia está fundamentada en la unidad de la fe. Por tanto, somos llamados a preservar el vínculo de la paz que nos mantiene unidos, la unidad que el Espíritu nos ha dado. Porque la Iglesia es una, somos llamados a ser uno. Este artículo fue extraído del libro La sana doctrina publicado por Poiema Publicaciones. Además, puedes leer más artículos sobre este tipo de libros en El Blog de Poiema.