Una de las principales razones por las cuales nos resulta tan difícil lidiar con la crítica es por nuestro insaciable deseo de ser aceptadas y aprobadas. Aunque pidamos la opinión de otras personas sobre decisiones que tomamos o cosas que hacemos, humanamente, siempre esperamos escuchar lo que quisiéramos; un “está bien”, “tienes razón”, “es justificable tu acción” es lo que deseamos escuchar. Pero hablando de la crítica, definitivamente debemos hacer mención de las dos formas en que se presenta. Sé que ya las hemos oído y, además, creo que a veces hemos usado mal el término crítica para justificar el chisme; pero definitivamente existen críticas constructivas y críticas destructivas. Según el diccionario de la lengua española, “una crítica es un conjunto de opiniones expuestas sobre una persona, una cosa o un acontecimiento”. Lo que hace que una crítica sea constructiva o destructiva sería el propósito de aquél quien la está haciendo. Me explico, si quien te critica quiere corregirte para que mejores, eso sería constructivo; si solo quiere hacerte ver lo mala que eres en o para algo sin oportunidad de rectificar, entonces esa sería una crítica destructiva. A todas nosotras en algún momento nos ha tocado enfrentarnos a la crítica, y con los años, Dios me ha guiado a lidiar con ambas formas, la crítica constructiva y la destructiva. Hay ocasiones que me afectan más de lo que debieran, y por eso constantemente debo recordar cuál debe ser mi actitud como hija de Dios ante las críticas.
Aprovechando las críticas constructivas
Ese deseo de aprobación constante que tenemos los seres humanos en un mundo caído, fue precisamente el que llevó a Caín a matar a su hermano Abel. En Génesis 4:1-7 podemos ver en el relato cómo Dios acepta la ofrenda de Abel con agrado, pero desaprueba la ofrenda de Caín. Esto provocó tanta frustración e ira en este hombre, que llegó a matar a su hermano. Algo que llama la atención de esta historia es que, en su pecado, Caín realiza un acto que además de ser atroz e impensable, era completamente innecesario; pues aun cuando Dios ya le había dicho lo que debía hacer si quería ser aceptado (vv. 7), al parecer era más fácil para Caín matar a su hermano, que cambiar de camino. Me atrevería a decir que a ninguna nos gusta recibir críticas, pues siempre creemos que nuestro actuar es correcto o al menos tiene justificación; no es fácil recapacitar y cambiar, y esa es una de las primeras razones por las que nos resulta tan incómoda esta situación. Un ejemplo común es cuando tenemos problemas de carácter. He escuchado a muchas mujeres decir para justificar una imprudencia: “es que yo no soy hipócrita”, “Así soy yo y que se aguante” y dan por sentado que todo mundo debe tolerarles, aunque saben que han errado, que a lo mejor exasperan a su esposo o avergüenzan a sus hijos siendo incapaces de admitirlo, o disculparse y menos de cambiar. Esto las lleva a caer en el pecado de Caín, llevándose por delante a cualquiera que, como Abel, les recuerda su pecado. Es más fácil dejarle de hablar a tu esposo un par de días o no volver a visitar a una hermana en Cristo que te confrontó por una mala actitud, que dejar el orgullo de lado y reconocer que el problema está en ti y que como le dijo Dios a Caín (parafraseando) “si haces bien serás aceptado”. El Señor le advirtió a Caín que el pecado le acechaba y debía estar alerta, Dios sabía que Caín estaba a un paso de ser maldito para siempre. Las confrontaciones que recibimos por nuestro pecado, son advertencias, oportunidades que Dios usa para moldear nuestro carácter. Más allá de sentirnos acusadas y ponernos a la defensiva, si en el fondo sabemos que hemos errado, demos gracias a Dios que nos está abriendo los ojos a nuestro pecado a través de la crítica de alguien y no sigamos el camino de Caín, quien se dejó dominar por el pecado y empeoró su condición. “No seas sabio a tus propios ojos, teme al Señor y apártate del mal” (Pr. 3:7).
Manejando la crítica destructiva
Sin embargo, no todas las críticas son constructivas o son dadas con el objetivo de edificar tu vida. La mayoría criticamos según nuestra condición y cómo percibimos las cosas desde donde las vemos. Así que debemos tener cuidado y discernir de quién y con qué propósito viene una crítica. Para el caso, particularmente me ha tocado escuchar críticas sobre algunas decisiones personales o familiares que no van acorde con lo que dictan los parámetros sociales actuales. Por ejemplo, el educar a mis hijos en casa, o dedicarle apenas un poco de tiempo a mi carrera y dejar más tiempo para atender a mi familia. No pienso que esté mal si trabajas fuera de casa a tiempo completo y menos que tus hijos estudien en escuelas regulares; pero traigo mi ejemplo a colación porque la mayoría de los argumentos que escucho en contra de mi estilo de vida, tienen que ver con la reducción de mis posibilidades para obtener cosas materiales. Lastimosamente, el mundo nos ha metido en la cabeza que tener a los hijos en escuelas caras, comprarles buena ropa, vivir en un vecindario de alta plusvalía, manejar un auto de modelo reciente y salir de vacaciones a la playa todos los años, es indispensable para la vida. Cuando prestamos oído a estas ideas podemos perder de vista lo más importante que es glorificar a Dios con nuestra vida y sucumbiremos ante la desaprobación y las expectativas de los demás. “Porque de Él, y por Él, y para Él, son todas las cosas. A Él sea la gloria por los siglos. Amén” (Rom. 11:36). Si tus acciones son motivadas por el anhelo santo de dar gloria a Dios y vivir conforme a Su voluntad, deja que Él y Su Palabra te guíen, no prestes oídos a esas expresiones de desaprobación humana cuando sabes por la palabra que Dios se complace en ti. Te puedo asegurar que, aunque el viento sea contrario, si estás haciendo la voluntad del Padre con corazón sincero, irás a puerto seguro.
“Y el mundo pasa, y también sus pasiones, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Jn. 2:17).
Pidamos a Dios discernimiento para saber cundo es Él quien nos habla, ya sea para que cambiemos de camino y nos arrepintamos, o para que continuemos en el viaje que hemos emprendido. Que nos de la humildad para aceptar la reprensión y el valor para hacer Su voluntad.