[dropcap]T[/dropcap]emo que hoy haya una plaga de complacencia entre los cristianos. ¿Qué pasó con el celo? ¿Qué pasó con los cristianos fervorosos por conocer y obedecer a Dios, quienes (en palabras de John Reynolds) tienen «un ferviente deseo y preocupación por todas las cosas que corresponden a la gloria de Dios y el reino del Señor Jesús entre los hombres»? No obstante, si bien el celo es una noble cualidad, debe estar debidamente orientada, porque no todo celo es bueno. Estas son algunas indicaciones para distinguir el verdadero celo del falso. El falso celo es ciego. Pablo acusó a algunos entusiastas religiosos de su tiempo de tener «celo por Dios, pero su celo no se basa en el conocimiento» (Romanos 10:2). El fuego que los consumía no era el fuego del Espíritu Santo sino un incendio descontrolado. Asimismo, los atenienses eran celosos de la religión, pero ignoraban la identidad del verdadero Dios vivo. El falso celo busca el propio interés. Es hipócrita, y usa la religión como un medio de ganancia. Busca el beneficio personal en vez de la gloria de Dios. Este es el celo de aquellos que hacen una gran ostentación de piedad, pero cuyo mayor objetivo en realidad es el propio enriquecimiento. El falso celo está mal encaminado. Se orienta hacia doctrinas menores y asuntos disputables mientras que deja de lado los asuntos más importantes de la ley de Dios. Se obsesiona con las tradiciones e instituciones más bien que con la obediencia. Los fariseos estaban mucho más preocupados por lavar las copas que por limpiar el alma. El falso celo es impulsivo. Está inspirado por reacciones impulsivas más bien que por una convicción reflexiva. Jacobo y Juan sugirieron pedir que descendiera fuego del cielo, pero Jesús los reprendió por su impetuosidad. El celo de ellos era falso, inútil, impío. Todas estas son características del falso celo. El verdadero celo se caracteriza por cualidades muy distintas. El verdadero celo está orientado hacia Dios. No soporta ver que se dañe la reputación de Dios o que se le robe la honra. Este era el celo de la iglesia de Éfeso, de la cual Jesús dijo: «Conozco tus obras, tu duro trabajo y tu perseverancia. Sé que no puedes soportar a los malvados, y que has puesto a prueba a los que dicen ser apóstoles, pero no lo son; y has descubierto que son falsos» (Apocalipsis 2:2). Este celo está preocupado por defender la gloria y el honor de Dios. El verdadero celo es intrépido. Es fortalecido por la oposición y resistente al desaliento. El celo hará que el cristiano enfrente peligros que parecen insuperables o enemigos que parecen invencibles. Es un fuego que arde con más fuerza cuando es avivado por la hostilidad. El verdadero celo es informado. No se basa en la impulsividad o la ignorancia, sino en una profunda comprensión de la verdad. Comienza con el conocimiento de Dios y termina en conformidad con Dios. La sabiduría ilumina la senda del celo y la santidad va a la retaguardia. El verdadero celo es apasionado. Defenderá la verdad aun cuando esa verdad sea despreciada o contrariada. «Señor, ya es tiempo de que actúes», dice David, «pues tu ley está siendo quebrantada» (Salmo 119:126). Mientras más rechazan la verdad los incrédulos y desprecian a los que la creen, más valientes se vuelven los cristianos frente a la oposición de aquellos. El verdadero celo genera obediencia. Nos hace escuchar la Palabra de Dios con reverencia, orar con persistencia, amar a los demás con afecto fraternal. Es el colmo de la hipocresía para un cristiano ser externamente celoso y estar internamente comprometido con el pecado. Un corazón piadoso desborda un santo afecto por Dios y las personas. El verdadero celo es persistente. No puede ser apagado, sin importar el viento que sople en su contra o el agua que le arrojen. Tal como el calor del cuerpo se mantiene mientras haya vida física, el calor del celo se mantiene mientras haya vida espiritual. El celo que no perdura demuestra que solo fue un espejismo. Este artículo fue extraído del libro The Godly Man’s Picture, el cual estoy leyendo con un gran grupo de personas como parte de mi esfuerzo continuo de leer clásicos en conjunto.