Vivimos en una sociedad que no encuentra dificultad en crear ídolos. Si bien es cierto que esta palabra normalmente se usa para referirse a imágenes o estatuillas, como cristianos entendemos que los ídolos son también aquellas cosas o personas que ocupan el lugar que solo le corresponde a Dios en nuestro corazón. Somos llamados a amar a Dios por sobre todas las cosas (Dt 6:5-9; Mt 22:37-39). No debe haber en nuestro corazón nada que quite el trono que le corresponde solo a Dios. Para la sociedad, la salud se ha convertido en una obsesión y, desdichadamente, esto es una realidad también para muchos creyentes.
No me malinterpretes, cuidar tu salud no es algo malo, pero me gustaría que lo consideres a la luz de la enseñanza bíblica. Está bien cuidar nuestro cuerpo, pero ¿en qué medida? ¿Qué tan importante es cuidar nuestra salud? ¿Conviene dedicar determinada cantidad de dinero, esfuerzo y tiempo al cuidado de nuestro cuerpo? (1 Co. 10:23). No hay mejor lugar para encontrar un balance que en la Palabra de Dios.
Diagnóstico
Comencemos por preguntar algo básico: ¿Quién eres? La respuesta es sencilla, ya que como creyentes hemos sido comprados por un precio (1Co 6:20; 7:23). Hemos sido comprados con la sangre preciosa de Cristo (1P 1:18-19). Esto significa que ya no te perteneces a ti mismo. Las condiciones que Jesús dio para poder ser Su discípulo se resumen en que la persona debe negarse a sí misma, tomar su cruz y seguirlo (Mt 16:24).
Recuerda que, a raíz de esta nueva identidad en Cristo, se produce un cambio de dirección en el comportamiento del creyente. Ya no se comporta como antes lo hacía (1P 4:1-3). Este cambio de vida es algo evidente porque genera esa sorpresa en aquellos que conocían cómo era su vida antes (v 4). Ahora el creyente es llamado a mostrar ese contraste entre la luz y las tinieblas (Fil 2:15).

Como creyentes resulta importante recordar que estamos de paso por esta tierra. La muerte es inminente; pero lejos de atemorizarnos, esto trae consuelo, ya que conocemos nuestra esperanza futura (Heb 13:14). Nuestra esperanza no radica en obtener posesiones y logros en esta tierra. Sabemos que nuestro galardón está en los cielos (Stg 1:12; 2Ti 4:8).
Querido hermano, así como tienes una identidad en Cristo, tu propósito también es claro. Jesús nos ha encomendado a todos Sus discípulos dar a conocer el evangelio de salvación a todo el mundo (Mt 28:18-20; 1P 2:9). No te confundas con el consejo de este mundo. Lejos de ser afectado por las ideas que puedan venir de parte de la sociedad, el creyente ya no vive como el mundo, porque su identidad está en Cristo y su ciudadanía se encuentra en los cielos (Ga 2:20; Ef 4:17-21; Fil 3:20). Una vez que hemos descrito la identidad del creyente y su propósito, es necesario establecer el plan de trabajo.

Plan de trabajo
¿Qué debo hacer? El apóstol Pablo le escribe a Timoteo, llamando su atención con un imperativo: “Disciplínate a ti mismo para la piedad” (1Ti 4:7). Piedad significa “devoción, conducta santa”. Aquí, el mensaje es que Timoteo es llamado a disciplinarse teniendo como objetivo crecer en una devoción y una conducta correcta delante de Dios. Esto quiere decir que de la misma manera que vemos a un atleta disciplinarse para presentarse listo para su competencia, el cristiano debe prepararse con gran devoción cada día para vivir piadosamente. De hecho, de igual manera, el apóstol Pablo le comenta a la iglesia en Corinto que, así como los atletas corren por una corona corruptible, como creyentes corremos por una incorruptible (1Co 9:24-27).
Retomando nuevamente las palabras de Pablo a Timoteo, él explica: “Porque el ejercicio físico aprovecha poco, pero la piedad es provechosa para todo, pues tiene promesa para la vida presente y también para la futura” (1Ti 4:8). Definitivamente, Pablo no está negando el beneficio del ejercicio físico, más bien lo pone en perspectiva. En otras palabras, lo pone en una balanza que explica cuál de estos dos tiene mayor importancia a la luz de la eternidad.

Piensa en un creyente cuya rutina radica en correr por las mañanas y llevar una dieta rigurosa. Su dedicación es admirable, porque está pensando en correr un maratón. Su plan de trabajo radica en correr casi diariamente. Por desdicha, esto repercute en que los domingos suele llegar cansado a la iglesia o, en ocasiones, simplemente no llega debido a los horarios de entrenamiento. Además, debido a su dieta tan rigurosa, es difícil que pueda sentarse a la mesa con otros hermanos y disfrutar de la comida que otra persona preparó, además de la comunión. De esta manera, puede llegar a pecar al no congregarse con sus hermanos y, por lo mismo, se priva del uso de sus dones para la edificación mutua en el contexto de la iglesia local (Ro 12:6-8; Heb 10:25; 1P 4:10).
El cristiano, antes de identificarse como ingeniero, doctor, ama de casa, abogado o atleta, debe recordar que es un pecador salvo por gracia. Por lo tanto, su identidad primeramente es ser siervo de su Señor (Ro 1:1; Fil 1:1; Stg 1:1; 2P 1:1). Su identidad da luz a su profesión y a sus labores en esta tierra. Todo lo que hace, incluido su tiempo libre, el cuidado de su cuerpo y su profesión, van en función de ser un buen administrador para su Señor (1Co 10:31). Es importante que el creyente cuide su cuerpo, pero sin olvidar sus prioridades (1Co 6:19).

No se trata de descalificar a cualquier cristiano que aspire a correr un maratón. No se trata de criticar a hermanos que, por cuestiones de salud, deban llevar una dieta rigurosa. Simplemente, es un llamado para entender el balance que debe existir según las Escrituras.
Un balance adecuado nos lleva a apreciar que nuestras prioridades deben girar en torno a nuestra identidad y nuestro llamado como miembros del cuerpo de Cristo (Ro 12:5). Pero, sobre todo, recordemos que como creyentes lo que debe distinguir nuestro comportamiento entre hermanos es el amor (Jn 13:35; Ef 4:2).

Conclusión
El apóstol Pablo entendía bien la lucha que todo creyente tiene con su carne (Ro 7:17-20). Él comprendía que aun con la mayor disciplina externa, si somos dominados por los apetitos de la carne, podemos ser llevados al pecado (Col 2:23). Por lo tanto, el llamado de Dios para nosotros es que nos ejercitemos para la piedad y entendamos su gran valor en comparación con el ejercicio corporal. Un control apropiado de nuestras prioridades permitirá que tomemos las mejores decisiones para el cuidado responsable de nuestro cuerpo.
Debemos recordar que no podemos permitir que nuestras agendas e inversiones se desvíen en la dirección que marcan las prioridades de esta sociedad sin Cristo. Con un diagnóstico y plan de trabajo basado en la Palabra de Dios, podemos vivir piadosamente a la luz de la muerte.

Nada puede separarnos del amor de Dios. Él ha prometido perfeccionar la obra que ha comenzado en nuestras vidas y también afirmó que todo obraría para nuestro bien (Ro 8:28, 31-39; Fil 1:6). Puedes confiar en Sus promesas. Procura que tus prioridades estén alineadas con las Escrituras. No dejes que el temor a la muerte o la enfermedad gobiernen tu vida. No permitas que el cuidado de tu salud se convierta en una obsesión. No cedas ante la tentación de un cuerpo perfecto para así vivir más años. Conduzcamos nuestra vida con temor reverente en nuestro tiempo en esta tierra (1P 1:17).
No olvides que todo esto se puede convertir en un ídolo que cobre prioridad por encima de lo que realmente es importante. Encuentra un balance al recordar quién eres y qué debes hacer. Recuerda tu identidad para que esta proporcione el enfoque correcto a tus prioridades en esta tierra. Que todo lo que hagas, incluido el cuidado de tu cuerpo, glorifique a Dios, para quien vivimos (Ro 14:8).