Nota del Editor: Esta es la tercera y última parte de nuestra serie especial titulada «El poder de Dios en el evangelio». Primero respondimos la pregunta: ¿Qué es el evangelio?; luego hablamos sobre cual es el modelo bíblico del evangelismo bajo el tema: Predicando a muertos; hoy cerramos la serie exponiendo cual es la evidencia de una verdadera conversión. Recomendamos al lector buscar las referencias bíblicas para un mayor provecho del tema.
Nuevas Criaturas
Cuando un pecador está en Cristo es hecho una nueva criatura (2 Co. 5:17). No solamente recibe perdón de pecados y se convierte en un hijo de Dios, sino que también es transformado. El corazón de piedra ha sido quitado y en su lugar Dios ha puesto un corazón de carne (Ez. 36:26). Esta vida espiritual o regeneración producida por Dios cambia radicalmente la totalidad del ser, de manera que produce un cambio en los afectos de la persona convertida y en su manera de andar. Es decir, aunque la regeneración es interna e invisible, su fruto es externo y visible ante los demás (Mt. 7:15-22). El pecador comienza a aborrecer el pecado que antes amaba y a amar a Dios a quien antes aborrecía. Este cambio es la evidencia segura de que hemos nacido de Dios (1 Jn. 3:9). La enseñanza moderna de que sabemos que somos cristianos simplemente porque tomamos una “decisión por Cristo en el pasado” no tiene apoyo bíblico. Tampoco es suficiente para tener certidumbre de nuestra salvación poder identificar un cambio temporero en nuestra vida luego de nuestra profesión por Jesús. Cristo fue claro al establecer la diferencia entre una conversión falsa y una verdadera. La persona que hace una profesión falsa oye la Palabra y la recibe con gozo, pero el resultado es pasajero. Las dificultades que conlleva seguir a Cristo son consideradas muy pesadas de manera que la persona se vuelve atrás, mostrando así que su decisión por Cristo fue superficial (Lc. 8:13; 1 Jn. 2:19). En cambio, los que verdaderamente se han convertido a Cristo “retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia” (Lc. 8:15). El mismo contraste entre discípulos verdaderos y falsos se ve en Juan 6:60-71. Los falsos se volvieron atrás mientras que los verdaderos permanecieron con Él. Toda persona cuyo estilo de vida es caracterizado por rebeldía y desobediencia a las Escrituras debe examinarse a ver si realmente es salva (2 Co. 13:5). Es la enseñanza clara y abundante de la Escritura que aquellos que aman y practican el pecado están bajo condenación, fuera del reino de Dios (1 Co. 6:9-10; Ga. 5:19-22; Ro. 2:8-9; 1 Jn. 3:8). El fruto continuo de obediencia a Dios no nos salva, pero es evidencia y el resultado de que hemos sido salvos. Somos salvos por medio de la fe sola, pero una fe real producirá buenas obras (Stg. 2:14-26). Cuando vemos que una persona viene a nosotros dudando de su salvación y le decimos que es salva porque hizo una profesión en el pasado, no solo le hacemos un grave daño, sino que tomamos para nosotros una prerrogativa que no nos corresponde. Es el Espíritu Santo el que da testimonio al creyente de que es hijo de Dios (Ro. 8:16). Si viéramos una noche a diez personas hacer una profesión de fe en Cristo, ¿cuántos de ellos podemos decir que fueron salvos? Por supuesto, la respuesta correcta es que no sabemos (puede ser cualquier número entre cero y diez), ya que solo Dios ve el corazón y nosotros no tenemos el poder de diferenciar entre una conversión verdadera y una falsa. La manera bíblica como un creyente puede llegar tener certidumbre de que ha sido regenerado es examinándose a ver si hay en su vida evidencia de regeneración. Dios no falla en transformar a los que salva, de manera que donde no ha habido transformación tampoco ha habido regeneración (Jn. 10:27; Mt. 7:15-20; 1 Jn. 3:9-10, 5:18). La Escritura es clara en que afirmar que aquellos que no dan fruto de obediencia irán a condenación mientras que aquellos que aman a Dios y le siguen disfrutarán de Su reino eterno. El que practica el pecado es del diablo (1 Jn. 3:8), en el día final los que hicieron lo malo irán a resurrección de condenación (Jn. 5:28-29) y serán malditos todos aquellos que no aman al Señor Jesucristo (1 Co. 16:22), aun cuando hayan hecho una profesión por Jesús (Mt. 7:21), mientras que resucitarán para vida los que hicieron lo bueno (Jn. 5:28-29; Mt. 7:21; 1 Jn. 2:17) y entrarán a Su reino aquellos que le aman (Stg. 2:5).
Marcas de un verdadero creyente
A continuación, algunas evidencias tomadas de 1 Juan que caracterizan al verdadero creyente en Cristo:
- El creyente anda en obediencia (1 Jn. 1:6-7; 2:1-6, 28-29, 3:6-10, 24, 5:18).
- El creyente tiene tristeza por su pecado y lo confiesa a Dios (1 Jn. 1:8-10).
- El creyente ama a Dios y a su hermano (1 Jn. 2:9-11, 3:10-18, 4:7-12, 16, 18-21, 5:1-3).
- El creyente no ama al mundo, sino que hace la voluntad de Dios (1 Jn. 2:15-17, 5:4-5).
- El creyente permanece en la fe (1 Jn. 2:19).
- El creyente tiene una creencia correcta en cuanto a quién es Cristo (1 Jn. 2:22-24, 4:1-6, 15, 5:1).
- El creyente tiene el Espíritu Santo que le enseña las Escrituras (1 Jn. 2:27, 1:20).
- El creyente es rechazado por el mundo (1 Jn. 3:1, 13).
- El creyente crece en santidad (1 Jn. 3:2-3).
- El creyente tiene el testimonio en sí mismo de que tiene vida eterna en Cristo (1 Jn. 5:10-13).
No perfeccionismo sino un cambio de dirección
En este punto es importante mencionar que esta enseñanza bíblica puede ser mal usada hacia el perfeccionismo (la idea de que el creyente puede llegar al punto de vivir sin pecar), lo cual es un error que debe ser evitado (1 Jn. 1:8-2:1; Ro. 7:14-25; Flp. 3:12-14). Un creyente no solo peca, sino que puede caer en pecados que consideramos graves o escandalosos. La epístola de 1 Juan (y el resto de Nuevo Testamento) reconoce esta realidad y nos consuela con la promesa de que en tales situaciones tenemos a Jesucristo como abogado delante del Padre (1 Jn. 2:1). Sabemos por la Palabra que un creyente no puede caer de manera total o final. No puede volver atrás de manera definitiva (Jd. v.24; Jr. 32:39-40; Ez. 36:26-27; Mt. 7:18; 1 Jn. 3:9). Abraham dudó de la promesa de Dios, Lot se emborrachó y durmió con sus hijas, David adulteró, Jeremías decidió renunciar a su llamado divino y Pedro negó a Jesús tres veces la misma noche. Sin embargo, todos dieron fruto de salvación por medio del arrepentimiento. Una cosa es que un creyente cometa el pecado que aborrece (Ro. 7:14-25) y otra es cuando el estilo de vida de una persona está marcado por deleite en el pecado y desobediencia continua. No es un asunto de perfección, sino de dirección. Examinémonos a ver si estamos en la fe. Este examen no consiste en que haya ausencia de pecado sino en que esté presente en nuestras vidas la evidencia que es de esperarse en aquellos que dicen ser nuevas criaturas en Cristo. Procuremos hacer firme nuestra vocación y elección (2 Pe. 1:10). Todo creyente ha pecado y se ha comportado de manera deshonrosa hacia Su Señor, mas todo creyente también se puede identificar con las palabras de John Newton (escritor del himno Sublime Gracia):
“No soy lo que quiero ser,
No soy lo que debo ser,
No soy lo que un día seré,
Pero no soy lo que era,
Y por la gracia de Dios soy lo que soy.”
(cita libre)
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