¿Qué sucede si un hermano cercano a ti en la iglesia comete un pecado? ¿Qué pasaría si este hermano posee patrones de egoísmo, gula, o ha fornicado/adulterado? ¿Cómo reaccionarías? O más aun, ¿Qué sucedería si una hermana peca chismeando o mintiendo sobre ti u otro delante de ti? ¿Cómo reaccionaríamos? Por lo que he visto y vivido, usualmente reaccionamos de dos maneras: o no enfrentamos a la persona que ha pecado, o los enfrentamos sin compasión y sin amor. Sin embargo, creo que la primera es muy común, tal vez la más común entre nosotros. ¿Por qué? ¿Por qué es tan difícil amonestar a otros cuando pecan? Creo fielmente que una de las cosas que como creyentes estamos llamados a hacer, es practicar la amonestación o reprensión entre nosotros. Esto es un mandamiento claro por parte de Jesús para su iglesia, “Y si tu hermano peca, ve y repréndelo a solas…” (Mateo 18:5). Si es un mandamiento tan claro, ¿Por qué entonces es tan difícil llevarlo a cabo? Considero que es difícil por al menos dos razones: por un lado, creemos que al enfrentar al prójimo perderemos su amistad o la misma será afectada. Creemos que, al momento de decirle a nuestro hermano que ha pecado contra nosotros u otra persona nuestra amistad podría dañarse. Creemos que al momento de decirle a nuestro amigo “esto que has hecho es pecado” y mostrarle en amor que necesita arrepentirse perderemos su amistad. Y tal vez sea así. Tal vez al enfrentarlo la amistad sea afectada, después de todo a nadie, de manera natural, le gusta recibir reprensión o amonestación. Nuestro orgullo se levanta con impiedad y molestia. Con facilidad levantamos paredes para cerrarnos contra esa persona que marca nuestro pecado y nuestras faltas. Y por otro lado, entendemos que (consciente o inconscientemente) al enfrentar al prójimo, no estamos mostrando amor. Podemos tener la idea de que al marcar el pecado de nuestro hermano estamos “juzgando” y siendo “inmisericordes”, dejando el amor a un lado. Sin embargo, creo que ambas razones no encuentran apoyo alguno a la luz de la Palabra de Dios. De hecho, todo lo contrario ocurre. En primer lugar, aunque el amonestarnos los unos a los otros puede crear una situación incómoda, la realidad es que si ambas personas ponen el orgullo a un lado podrán ver que el que reprende lo hace por el bien de su hermano, y el reprendido podrá ver su falta y el amor de su hermano hacia él. Y, en segundo lugar, mostramos realmente amor por nuestros hermanos al protegernos los unos a los otros de crear una conformidad con el pecado, o una consciencia cauterizada. Es lo que el autor de Hebreos nos recuerda en Hebreos 3:13.
“Antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado.”
Nuestro amor los unos por los otros, se muestra no solo en el cuidado que tenemos el uno por el otro, sino porque tenemos una cultura o costumbre de exhortarnos cada día para no endurecernos. Tenemos ejemplos de esto en el Nuevo Testamento. Podemos ver a Pablo escribiéndole a la iglesia en Tesalónica, acerca de cómo debían tratar con aquellos que no deseaban trabajar. Los mismos andaban “desordenadamente, no trabajando en nada, sino entremetiéndose en lo ajeno” (2 Tesalonicenses 3:11). Justo luego de esto le dice a la iglesia:
“Si alguno no obedece a lo que decimos por medio de esta carta, a ése señaladlo, y no os juntéis con él, para que se avergüence. Mas no lo tengáis por enemigo, sino amonestadle como a hermano.” 2 Tesalonicenses 3:14-15
Pablo hizo esto con la congregación en Éfeso. De hecho, mostró su amor y su cuidado por ellos al hacerlo.
“Por tanto, estad alerta, recordando que por tres años, de noche y de día, no cesé de amonestar a cada uno con lágrimas.” Hechos 20:31
Es también el ánimo que Pablo les da a los hermanos en la iglesia de Roma:
“En cuanto a vosotros, hermanos míos, yo mismo estoy también convencido de que vosotros estáis llenos de bondad, llenos de todo conocimiento y capaces también de amonestaros los unos a los otros.” Romanos 15:14
Igualmente lo hizo con los de Corinto, Pablo les recuerda que les escribió las cartas no para avergonzarlos “sino para amonestaros como a hijos míos amados” (1 Corintios 4:14). Es de hecho lo que las iglesias en Colosas debían hacer, “enseñándoos y amonestándoos unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales” (Colosenses 3:16). Al final, el pecado es cuestión de vida o muerte, y uno de los frutos que como creyentes debemos dar, es una vida de constante arrepentimiento. Aprendamos a amar a nuestros hermanos y sus almas, a tal punto de que nos salgamos de nuestra zona de confort y en amor y misericordia podamos exhortarlos. De igual manera, aprendamos en humildad y abramos las puertas a nuestros hermanos, para que ellos puedan amarnos de tal manera que nos exhorten y seamos protegidos del engaño del pecado.