Unidos a Cristo en Su vida y en Su muerte

Si eres un hijo de Dios, eres partícipe de la vida de Cristo y de la muerte de Cristo. Y eso es maravilloso.
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Unidos a Cristo

La Biblia nos enseña que todo aquel que es un discípulo del Señor Jesús está unido a Él de una manera profunda e íntima. Él habita en nosotros, y nosotros estamos en Él. El Señor eligió la imagen de una vid para ilustrar esta hermosa verdad (Jn 15:5). Él es la vid, nosotros los sarmientos. Con esto, nos hizo entender de qué manera nuestras vidas dependen de Él. Sin Él, no somos nada.

La maravilla del evangelio consiste precisamente en esto: que nosotros, enemigos de Dios como éramos, fuimos reconciliados con Él y obtuvimos su perdón por medio de Cristo (2Co 5:19). Los hijos de Dios estamos “en Cristo” porque ya no somos sus enemigos, sino que hemos sido incluidos como parte de su familia.

La Palabra de Dios nos permite mirarnos a nosotros mismos y a nuestra condición caída para entonces dirigir nuestra mirada al Salvador. / Foto: Lightstock

Unidos en Su vida

Al estar unidos a Cristo, tenemos vida. Precisamente para eso el Padre envió al Hijo (Jn 3:16). Es más, solo aquel que cree en el Hijo puede experimentar lo que la vida es (Jn 3:36). Esa es la maravilla que el evangelio nos da a conocer. La vida de Cristo es nuestra vida.

Lo primero que la Palabra de Dios nos permite saber acerca de nosotros mismos es que, a causa de nuestra pecaminosidad, estábamos muertos (Ro 6:23). Pero aun cuando estábamos muertos, Dios nos amó y nos dio vida con Cristo (Col 2:13) al perdonar nuestros pecados. La Palabra de Dios nos permite mirarnos a nosotros mismos, ser conscientes de nuestra miseria y condenación, para entonces dirigir nuestra mirada al Salvador. Él transforma nuestra vida de una manera profunda, a tal grado que ya no vivimos en nuestra vanidad, perdidos en lo superficial, sino que disfrutamos de plena comunión con nuestro Creador (Ef 2:1-3).

Al estar unidos a Cristo, tenemos vida. / Foto: Unsplash

Cuando escuchamos el evangelio y entendemos estas cosas, podemos ver a Cristo como el Redentor de nuestras almas, el Cordero de Dios que quita nuestro pecado, nuestro precioso Libertador. Cuando nuestro pecado es perdonado, nuestras vidas sucias y manchadas se vuelven blancas “como la nieve”, “como blanca lana” (Is 1:18). Somos realmente bienaventurados de haber recibido su gracia y su misericordia (Sal 32:1-2).

Y porque hemos recibido ese perdón, la muerte ya no es nuestra dueña (1Co 15:55-57), porque ahora hemos conocido la fuente inagotable de vida.

Unidos en Su muerte

Es maravilloso saber que, estando “muertos en nuestros delitos, [Dios] nos dio vida juntamente con Cristo” (Ef 2:5). Cuando Dios nos atrajo a Él y nos hizo nacer de nuevo para estar “en Cristo”, hizo que Su vida sea nuestra vida. Ahora bien, para que eso sucediera, era necesario que el Señor muriera, y es necesario también que nosotros muramos, debido a nuestra identificación con Él. En otras palabras, estamos unidos a Cristo en su vida, porque estamos unidos a Él en su muerte. Para vivir, es necesario morir.

Hemos muerto con Cristo para que, al ser nuestra Su muerte, sean también nuestras su vida y su resurrección. Si morimos con Él, también resucitaremos con Él. ¡Y esa es nuestra esperanza!

Cuando Dios nos atrajo a Él y nos hizo nacer de nuevo para estar “en Cristo”, hizo que Su vida sea nuestra vida. / Foto: Lightstock

Ya que hemos muerto con Cristo, deseamos “las cosas de arriba, donde está Cristo” (Col 3:1), “nuestra vida” (Col 3:4). Él es nuestra vida, y nada en este mundo se compara a su valor infinito. Por eso, esperamos con ansias Su manifestación en gloria (Col 3:4). Entonces, debemos hacer morir en nosotros lo terrenal y revestirnos del nuevo hombre que se va renovando conforme a la imagen del Señor (Col 3:5-17; 2Co 4:16). Estamos unidos a Cristo en su vida. Su vida es nuestra, porque estamos unidos a Él en su muerte.

Estar unidos a Él lo cambia todo

Ser de Cristo llena nuestros corazones de confianza y seguridad. Estoy unido a Él, la muerte no tiene la palabra final, ya que ha sido vencida. Tengo la esperanza viva de la resurrección (1P 1:3). Ser de Cristo nos hace identificarnos con Él en Su muerte, en Su vida y en Su resurrección. Por medio de Cristo, morimos a nuestro pecado, nacemos de nuevo a la vida abundante en Él y tenemos la esperanza cierta de que seremos resucitados por Él (1Co 15:21).

Ser de Cristo llena nuestros corazones de confianza y seguridad. / Foto: Unsplash

Que la muerte de Cristo en la cruz sea nuestra gloria, sabiendo que estamos crucificados con Él. Para nosotros, los que creemos, la vida que vivimos es para Él, y la muerte que nos espera tarde o temprano está bañada de esperanza. Que la vida que Dios nos da la vivamos para Él y su gloria. Que sigamos anhelando con esperanza resucitar un día para vivir adorándolo por toda la eternidad.

Sebastián Winkler

Sebastián Winkler

Adrián Sebastián Winkler, argentino, sirve en la Iglesia Bautista de Lincoln, Buenos Aires, Argentina. También escribe el devocional «Gracia y Sabiduría» junto a su familia, y es el director de traducciones en «Volvamos al Evangelio». Además, es profesor de Literatura y está cursando un diplomado en Biblia y Teología en el Instituto de Expositores de Argentina (IDEAR). Adrián disfruta mucho la música, leer, pasar tiempo al aire libre, hacer cosas con sus manos y, sobre todo, compartir lo que el Señor le enseña a través de su Palabra. Contribuyó como escritor en El orgullo, Dominio propio y La sabiduría, está casado con Karina y tienen dos hijas: Julia y Emilia.

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