Aunque profesamos que Dios lo ve y lo conoce todo, que no solo entiende las acciones de nuestras manos y los pensamientos de nuestras mentes, sino incluso, las intenciones de nuestros corazones, a veces sentimos como si tuviéramos que abstenernos de decirle todo lo que hemos pensado, todo lo que hemos hecho, todo lo que hemos deseado. Sin embargo, si vamos a confesar nuestros pecados ante Él, debemos confesarlos todos, porque de todos modos, Él los conoce. Estas palabras de F. B. Meyer te animan a decirle la verdad, la verdad sin tapujos.
Has perdido la luz del rostro de Dios, no porque Él la haya retirado arbitrariamente, sino porque tus iniquidades se han interpuesto entre tú y tu Dios; y tus pecados, como una nube delante del sol, han ocultado Su rostro de ti.
No pierdas el tiempo mirándolos en conjunto. Enfréntate a ellos uno por uno. El bóer [soldado sudafricano de origen holandés] es un tremendo enemigo para el soldado británico porque ha sido entrenado desde su infancia para apuntar con precisión y dar en el blanco, mientras que nuestros soldados disparan en salvas. Al tratar con el pecado, debemos imitarlo en la definición y precisión de su objetivo.
Pídele a Dios que te escudriñe y te muestre qué camino de maldad hay en ti. Pon toda tu vida ante Él, como Josué puso a Israel, revísala, tribu por tribu, familia por familia, hogar por hogar, hombre por hombre, hasta que al final encuentres al Acán que te ha robado la bendita sonrisa de Dios.
No digas: “Señor, soy un gran pecador, he hecho lo que no debía, no he hecho lo que debía”; sino di: “Señor, he pecado en esto, y en esto, y en lo otro”. Llama a cada pecado rebelde, por su nombre correcto, para que reciba sentencia de muerte. Tu corazón está ahogado por los pecados; vacíalo, como se vacía una caja, sacando primero los artículos que están en la superficie.
Cuando los hayas retirado, verás más en la parte inferior. Sácalos también. Cuando los hayas quitado, probablemente verás algunos más. No descanses hasta que se hayan ido todos.
La confesión es el proceso de contarle a Dios la historia sin tapujos, la triste, triste historia, de cada pecado maldito: cómo empezó, cómo lo permitiste pecaminosamente, cómo lo has amado y seguido a un precio amargo.
Publicado originalmente en Challies.