En el último mes, ¿qué has oído de tus seres queridos? ¿Divorcio, soledad, despidos, cáncer, dificultades con los hijos, decepción, traición, conflictos? Todos nuestros seres queridos sufrirán y pasarán por momentos dolorosos. Aunque sentimos compasión, a menudo no sabemos qué hacer. Ya sea un cónyuge en dificultades, un amigo afligido o un miembro de nuestra iglesia que está sufriendo, queremos ayudar, pero no estamos seguros de cuál es el mejor enfoque. Caminamos por una delgada línea entre dar espacio a las personas y estar presentes, entre decir la verdad y ofrecer un oído atento. Tememos hacer o decir lo incorrecto. Es difícil desenvolverse. Entonces, ¿cómo ayudamos a quienes sufren? ¿Cómo podemos crecer en mostrarnos con amor y sabiduría?
¿Cómo quiere Dios que nos involucremos con quienes sufren?
Primero, considera lo que Dios desea para ti cuando has sufrido.
Pablo nos recuerda que Dios es “el Padre de las misericordias y el Dios de todo consuelo. Él nos consuela en todas nuestras aflicciones, para que podamos consolar a los que están en cualquier tipo de aflicción, a través del consuelo que nosotros mismos recibimos de Dios” (2Co 1:3-4).
En todas tus aflicciones, Dios quiere consolarte.
Pero ¿qué significa consuelo? Cuando pensamos en consuelo, pensamos en algo envolvente: la comida reconfortante normalmente significa algo que gotea queso derretido, una manta cómoda nos rodea con su suavidad, nos hundimos profundamente en una silla cómoda. Estas imágenes nos dan la sensación de estar rodeados y cubiertos.
Esto es exactamente lo que Dios quiere hacer en tu sufrimiento. Quiere rodearte totalmente con Su cuidado. Él es el Dios de todo consuelo. Y así es como Él quiere que nos involucremos con los demás. El método de Dios es dar consuelo a Su pueblo y luego dar consuelo a través de Su pueblo.

¿Qué tipo de consuelo podemos dar a los que sufren?
A medida que experimentamos y reflexionamos sobre las diversas formas en que Dios nos ha consolado en nuestro sufrimiento, nos equipamos para ofrecer el mismo consuelo a los demás. Considera la variedad de formas en que Dios nos ha consolado y cómo esto dirige nuestro consuelo a los demás.
1. Ver
Dios: no hay dolor secreto. Nunca sufres solo en la oscuridad. Dios ve tu dolor (Sal 31:7), tu herida, tu dificultad y tu decepción. No eres pasado por alto o ignorado. Sus ojos están sobre ti.
Nuestro llamado: es fácil distraerse y preocuparse por uno mismo. A veces estamos tan ocupados que no vemos el sufrimiento de los que tenemos delante. No vemos la lágrima en el ojo, el rostro sombrío o la ausencia. Debemos empezar por desarrollar ojos para vernos unos a otros (Fil 2:4; Pr 22:9).

2. Cuidar
Dios: Dios no es indiferente ni frío ante tu dolor. Cuando Dios se presenta, una de las principales formas en que se describe es diciéndonos que es compasivo (Ex 34:6). Jesús lloró cuando vio el sufrimiento de aquellos a quienes ama. No es diferente para ti. Él siente profundamente tu dolor y tristeza. Él se preocupa (1P 5:8); está lleno de compasión.
Nuestro llamado: nuestro objetivo no debería ser simplemente hacer que los demás se sientan mejor (Pr 25:20); ¡tal vez nosotros necesitamos sentirnos peor! Debemos entrar en su dolor, llorando con los que lloran (Ro 12:15). No descartamos ni ofrecemos un pequeño estímulo como decir: “Podría ser peor” o “todo se resolverá”. Empezamos donde Dios lo hace, sintiendo profundamente con compasión (Col 3:12).

3. Tocar
Dios: la Biblia da imágenes de Dios aferrándose a nosotros (Is 41:10), metáforas para transmitir que Dios no está distante. Y en la encarnación obtenemos más que una metáfora. Jesús se encarna y a menudo expresa Su cuidado por los que sufren a través del contacto físico (Mr 8:22). Como un padre que lleva a su hijo, un afectuoso apretón de manos, un aliento en el hombro o el fuerte abrazo de un amigo querido, la mano de Dios está sobre ti en tu sufrimiento.
Nuestro llamado: tal vez hayas dicho: “No sé qué decir”. A veces las palabras no son suficientes. Somos personas corpóreas (Hch 20:36-38). A veces necesitamos dejar que nuestros brazos hablen y simplemente dar un abrazo, o poner una mano para orar.

4. Traer gozo
Dios: Dios no solo se siente mal por nosotros. Él realmente quiere transformar nuestra experiencia. Él trae gozo (Sal 94:19) en medio de la tristeza, luz en medio de la oscuridad y canto a nuestro sufrimiento silencioso.
Nuestro llamado: las personas que sufren no quieren que todas las conversaciones sean sobre el problema o que todos los mensajes de texto sean para saber cómo están. Todavía quieren divertirse, jugar y experimentar alegría. Proverbios dice que un corazón alegre es una gran medicina (Pr 17:22). Encuentra maneras de incluir a tus amigos que sufren en actividades divertidas y conversaciones.

5. Orar
Dios: Cuando sufres, Jesús ora por ti (Heb 7:25). Nunca te dice que va a orar y luego se olvida. Nunca está demasiado cansado u ocupado para acordarse de ti. Cuando te quedas sin palabras y ni siquiera sabes qué necesitas llevar ante Dios, Jesús, en Su perfecta sabiduría y amor, intercede en tu nombre.
Nuestro llamado: hablar con Dios sobre los demás puede parecer improductivo. Pero por fe creemos que Dios escucha y responde a las oraciones (2Co 1:10-11). Por eso, oramos. También significa que en lugar de limitarnos a decir: “Oraré por ti”, debemos orar los unos por los otros en el momento. Además, cuando enviamos un mensaje de texto y decimos: “Estoy orando”, debemos ser más específicos. Debemos compartir aquello por lo que estamos orando. Pablo a menudo comparte el contenido de sus oraciones por los demás (Ef 1:17-19), y sirve como un gran estímulo.

6. Ayudar
Dios: Dios no solo se ocupa de nuestras emociones; Él nos sirve y nos ayuda de manera tangible (Sal 46:1). Él se preocupa por nuestras necesidades prácticas (Mt 6:8). Jesús sanó, alimentó y comió con la gente. Incluso ahora, se nos dice que Él ayuda respondiendo a las oraciones y enviándonos al Espíritu Santo como Ayudador.
Nuestro llamado: puede parecer espiritual decir: “Todo lo que necesito es a Dios”. Pero, si con eso queremos decir que estamos por encima de las cosas materiales, entonces nos perderemos de cómo Dios realmente satisface nuestras necesidades. Cuando Pablo estaba solo en prisión, pidió ayuda. No solo dijo: “Oren por mí”. Pidió cosas específicas: sus libros y su capa (2Ti 4:13). Puede parecer que son las peticiones de un niño en edad preescolar, pero la cuestión es que necesitamos expresiones tangibles de cariño. No basta con orar. Piensa en cómo puedes aliviar cargas (Ga 6:2) trayendo un regalo, una comida, un café, cuidando de los niños, limpiando la casa, etc. No te limites a decir: “¿Qué puedo hacer?”, sino que ofrece detalles diciendo: “Déjame hacer…”.

7. Hablar
Dios: Dios no permanece en silencio ante nuestro sufrimiento (Sal 119:50). Necesitamos escuchar la verdad en nuestra confusión, aliento en nuestra desesperación y palabras de esperanza en nuestra pérdida. Las palabras de Dios te han dado vida a la que aferrarte cuando todo temblaba. Sus promesas han sido tu refugio. Su voz ha sido tu fuerza. Él habla.
Nuestro llamado: es fácil tener miedo de hablar. Tal vez hemos fallado antes, o simplemente no sabemos las palabras correctas. Pero no debemos dejar que nuestro miedo nos lleve al silencio. Las palabras sabias pueden animar y sanar (Pr 12:18, 25). Podemos consolar compartiendo nuestra compasión (“Estás en mi corazón”, “siento que esto sea horrible”) o compartiendo recordatorios, en particular de los Salmos, de quién es Dios y lo que Él hace (“Dios ve”, “Dios se preocupa”, “Dios está contigo”).

8. Estar presentes
Dios: el sufrimiento se siente aislante y solitario. Pero nunca has sufrido solo. En cualquier valle que hayas atravesado, Dios ha estado ahí contigo (Sal 23:4). Incluso si el dolor permanece, Él también lo hace. Él está presente en cada habitación de hospital, casa vacía, viaje en coche y habitación con la puerta cerrada. Nunca te dejará ni te abandonará.
Nuestro llamado: necesitamos la presencia de otros para reconfortarnos (2Co 7:5-6). Incluso el apóstol Pablo suplicó a Timoteo que acudiera a él cuando estuviera angustiado (2Ti 4:9-21). A veces basta con estar allí unos minutos. A veces puede ser un vuelo nocturno. O puede ser una visita semanal de rutina. Puede que no haya nada que puedas hacer o cambiar, pero aún así puedes ir, presentarte y estar con los que sufren.

9. Comprender
Dios: Dios comprende cada dolor que tenemos. Él realmente nos entiende. Él nos creó y conoce nuestra condición. Pero, aún más, Cristo lo vivió Él mismo. Experimentó la debilidad, el dolor y la muerte de esta vida. No hay dolor que tengamos que Él no pueda entender (Heb 2:17-18).
Nuestro llamado: puede que no entendamos cada experiencia por la que alguien ha pasado, pero podemos entender las raíces. Todos hemos sentido experiencias humanas básicas, al menos en cierto grado. No hay tentación que no sea común al hombre (1Co 10:13). Esto significa que nos acercamos unos a otros; escuchamos, les pedimos que nos cuenten más, o les decimos: “Si quieres hablar, me encantaría saber cómo te va…”.
Cuanto más recibimos, más podemos dar
No debemos ser autosuficientes en nuestro sufrimiento. No te lo guardes, no te des la vuelta ni busques escapar. Dios quiere consolarte. Por cada dolor que tengas, Su consuelo es mayor. Acude a Él, derrama tu corazón en todo momento (Sal 62:8) y recibe del Dios de todo consuelo.
Al hacer esto, nos llenaremos de consuelo para dar. El consuelo de Dios es tanto un regalo como una herramienta. Él nos está entrenando y equipando para el ministerio. Todos los que amamos pasarán por el dolor y el sufrimiento, pero Dios nos ha dado lo que necesitamos para ayudar con amor y sabiduría. Has sido consolado y comisionado.
Publicado originalmente en For The Church.