Cuidado con el lobo interior: seis signos de un liderazgo enfermo

Seis señales de un liderazgo enfermo que todo pastor debe vigilar.
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“¿Realmente dijo eso?”.

Me imagino a uno de los ancianos de Éfeso dirigiéndose a otro anciano para decirle esas palabras después de oír decir al apóstol Pablo: “Sé que después de mi partida, vendrán lobos feroces entre ustedes que no perdonarán el rebaño. También de entre ustedes mismos se levantarán algunos hablando cosas perversas para arrastrar a los discípulos tras ellos” (Hch 20:29-30). Todo pastor puede comprender fácilmente la primera parte de la advertencia de Pablo, pero la segunda es otra historia.

Como pastores, nos entrenamos para estar vigilantes y alerta. Inherente a nuestra vocación de pastores está la tarea de velar por el rebaño de Dios y protegerlo de lobos salvajes y falsos pastores. Sin embargo, Pablo subraya aquí que una de las mayores amenazas para la iglesia puede surgir de dentro de sus propias filas de liderazgo, lo que convierte el autoconocimiento en un aspecto crítico del liderazgo pastoral. Un pastor que no conoce las tentaciones de su propio corazón no puede guardarlo de lo que podría hacer que se convirtiera en una fuente de peligro espiritual para su congregación.

Surge entonces la pregunta: ¿qué señales de peligro pueden observar los pastores para protegerse de un liderazgo enfermo? Permíteme sugerir seis señales de advertencia para que los pastores presten atención a sí mismos.

Un pastor que no conoce las tentaciones de su propio corazón no puede guardarlo de lo que podría hacer que se convirtiera en una fuente de peligro espiritual para su congregación. / Foto: Lightsock

1. Orgullo

La Biblia es clara sobre la naturaleza destructiva del orgullo: “Delante de la destrucción va el orgullo, y delante de la caída, la arrogancia de espíritu” (Pro 16:18). El orgullo engaña, desviando la atención del líder hacia su interior y corrompiendo su cuidado del pueblo de Dios. Para los pastores, el orgullo puede ser una tentación sutil, fomentando un sentido hinchado de autoestima.

El oficio del pastor viene con autoridad, y un pastor puede olvidar fácilmente que su autoridad se deriva de Cristo mismo. Intoxicado por su propia percepción de autoimportancia, un pastor puede desarrollar un complejo de “Diótrefes”: amar ser el primero y no estar dispuesto a ser corregido (3Jn 1:9). Ambas son señales de decadencia espiritual. Si no se le pone remedio, se aislará de la retroalimentación constructiva y de la rendición de cuentas, aspectos esenciales para la protección de un pastor.

El basurero de los pastores caídos está lleno de hombres que empezaron a creer en lo bueno que se decía de ellos, lo que les llevó a pensar más de sí mismos de lo que deberían. Los pastores deben estar en guardia y nunca olvidar que “Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes” (1P 5:5).

El orgullo engaña, desviando la atención del líder hacia su interior y corrompiendo su cuidado del pueblo de Dios. / Foto: Getty Images

2. Negligencia

Uno de los primeros signos de decadencia espiritual en el corazón de un pastor es la disminución de su vida espiritual personal. Es común que los pastores se consuman tanto con las demandas externas del ministerio ―predicación, enseñanza, consejería, administración― que descuidan su caminar con el Señor Jesús. La oración se vuelve superficial, la predicación se vuelve mecánica, la consejería se vuelve trivial, y el hombre se transforma en una cáscara carnal de su ser espiritual. En ese punto, se convierte en un blanco fácil para la codicia de los ojos, la lujuria de la carne y el orgullo jactancioso de la vida, y el pueblo de Dios cosecha el fruto podrido del alma marchita del pastor.

La advertencia de Pablo de “ten cuidado de ti mismo” (1Ti 4:16) sirve como un poderoso recordatorio a los pastores de que no podemos guiar a otros a donde nosotros mismos no vamos. Predicar sobre el gozo de la dulce comunión con Cristo mientras se descuidan personalmente los medios de gracia convertirá al pastor en un perfecto hipócrita. La brecha entre su ministerio público y su vida privada se convertirá inevitablemente en un lugar donde el diablo tiende sus trampas devoradoras.

Al guardar su corazón, un pastor hará bien en prestar atención a las palabras de Robert Murray M’Cheyne: “No son los grandes talentos lo que Dios bendice tanto como una gran semejanza con Cristo. Un ministro santo es un arma terrible en las manos de Dios” (Memoir and Remains of Robert Murray M’Cheyne [Memorias y restos de Robert Murray M’Cheyne], 243). Y la santidad llega a través de una disciplina santa y constante (1Ti 4:7).

Predicar sobre el gozo de la dulce comunión con Cristo mientras se descuidan personalmente los medios de gracia convertirá al pastor en un perfecto hipócrita. / Foto: Lightstock

3. Compromiso inadecuado

Un goteo lento de una tubería con fugas puede erosionar los cimientos de un edificio enorme, y los pequeños compromisos con cosas inadecuadas pueden socavar el ministerio de un pastor. Ya se trate de inmoralidad sexual, incorrección financiera u otra falta de integridad, los patrones de descuido moral pueden causar un daño enorme a la propia vida espiritual de un pastor e infectar la influencia que ejerce sobre su congregación.

Cuando un pastor evita la compañía de los demás, se aísla de otros líderes de la iglesia o se resiste a rendir cuentas, está presentando las señales de advertencia de compromiso inadecuado. Si no se le presta atención, el pastor se alejará de las normas bíblicas que alguna vez sostuvo y comenzará a vivir y liderar en el cuestionable reino de las ambigüedades de la “zona gris”. Lentamente, las convicciones son desechadas, los estándares son rebajados, y el líder que una vez tuvo principios se transforma en una contradicción andante y una piedra de tropiezo para su congregación.

Pastor, si este es tu caso, el Señor de la iglesia “que escudriña mentes y corazones” (Ap 2:23) te llama a “ser celoso y arrepentirse” (Ap 3:19) antes de que sea demasiado tarde, antes de que hagas naufragar tu fe, “destruyas el templo de Dios” y, a su vez, Dios te destruya a ti (1Co 3:17).

Cuando un pastor evita la compañía de los demás, se aísla de otros líderes de la iglesia o se resiste a rendir cuentas, está presentando las señales de advertencia de compromiso inadecuado. / Foto: Lightstock

4. Control

Algunos pastores caen en la trampa de intentar controlar a su congregación. Embriagados de autoridad y poder, en lugar de regirse por la mansedumbre y el amor, utilizan el miedo, la culpa o la intimidación para ejercer poder sobre las personas a las que se supone que deben servir.

Las tácticas coercitivas no tienen cabida en la iglesia. Tales tácticas incluyen la microgestión, insistir en tomar decisiones sin colaboración, negarse a escuchar perspectivas diferentes, o incluso manipular y amenazar a otros con la disciplina de la iglesia para conseguir que hagan lo que él quiere que hagan. Todo esto indica un liderazgo destructivo, que engendra miedo y división. Este enfoque del liderazgo espiritual crea una cultura tóxica en la iglesia que traiciona el corazón manso y humilde de Cristo (Mt 11:29).

Pastor, si deseas un control total e incuestionable sobre la congregación, te alejas del liderazgo bíblico. Cristo es el Pastor principal a quien se debe toda lealtad y obediencia, y compites con Él para tu perdición si ejerces el liderazgo sobre el rebaño de forma dominante en lugar de hacerlo con un ejemplo digno de imitación (1P 5:3-4).

Algunos pastores caen en la trampa de intentar controlar a su congregación. / Foto: Lightstock

5. Celos

Los celos son un grave peligro para un pastor, una toxina que envenena tanto su corazón como a su congregación. Los celos ciegan a un hombre ante las necesidades de los demás y le hacen ver a sus compañeros líderes como rivales en lugar de como colaboradores en Cristo. Al igual que el rey Saúl, que permitió que los celos del éxito de David lo consumieran (1S 18:6-9), los pastores pueden quedar atrapados por la comparación y la envidia.

Si no se controla, este pecado distorsiona la visión de un líder, cambiando su enfoque de pastorear fielmente el rebaño de Dios a competir por estatus, reconocimiento o influencia. Santiago advierte que “donde hay celos y ambición personal, allí hay confusión y toda cosa mala” (Stg 3:16), un recordatorio de que los efectos de los celos, estilo piezas de dominó, se extienden mucho más allá del pastor individual para causar daño al cuerpo de Cristo.

El liderazgo pastoral no es una competición, sino una labor compartida de amor por Cristo y Su esposa. Cuando los pastores enraízan su identidad en Cristo y en Su obra terminada, más que en su propio éxito o plataforma pública, pueden dirigir con gozo y satisfacción, nutriendo a sus congregaciones con una visión sana y centrada en Cristo.

Los celos son un grave peligro para un pastor, una toxina que envenena tanto su corazón como a su congregación. / Foto: Lightstock

6. Agotamiento

El agotamiento es un peligro lento pero mortal para los pastores. El peso de pastorear el rebaño y las constantes exigencias del ministerio pueden conducir fácilmente al agotamiento y a la sequedad espiritual en el corazón de un pastor, especialmente cuando descuidan los ritmos adecuados de descanso y renovación. El agotamiento erosiona la compasión, la paciencia y el gozo, y a menudo desemboca en un líder duro, irritable e ineficaz que aleja a la congregación.

Incluso Moisés necesitó que Jetro le recordara el peligro del agotamiento: “Con seguridad desfallecerás tú, y también este pueblo que está contigo, porque el trabajo es demasiado pesado para ti. No puedes hacerlo tú solo” (Ex 18:18). Cuando los pastores no tienen en cuenta esta sabiduría, corren el riesgo de sobrecargarse de trabajo, lo que puede conducir al desánimo, al adormecimiento emocional e incluso al fracaso moral. La vitalidad espiritual del pastor está estrechamente ligada a la salud de su congregación. La pérdida de gozo y energía pastorales puede crear un ambiente desprovisto de la presencia vivificante de Cristo.

El antídoto contra el agotamiento es cultivar una vida de dependencia de Cristo y reconocer que la iglesia le pertenece a Él y no a ningún otro líder. Confiando en la gracia sustentadora de Dios, dando prioridad al tiempo con Dios y practicando el descanso y el refrigerio con la familia, los pastores pueden evitar el agotamiento y dirigir con la energía y el gozo que brotan de la comunión con Cristo.

El peso de pastorear el rebaño y las constantes exigencias del ministerio pueden conducir fácilmente al agotamiento y a la sequedad espiritual en el corazón de un pastor. / Foto: Lightstock

Guarda tu corazón

Las advertencias de Hechos 20:29-30 son tan pertinentes hoy como cuando Pablo se dirigió a los ancianos de Éfeso. Los pastores están llamados a un alto nivel de integridad personal y espiritual. Para protegernos de un liderazgo enfermo, debemos estar atentos a examinar nuestros corazones, teniendo en cuenta la llamada bíblica a tener “cuidado de sí mismos y de toda la congregación, en medio de la cual el Espíritu Santo les ha hecho obispos para pastorear la iglesia de Dios, la cual Él compró con Su propia sangre” (Hch 20:28).

Al prestar mucha atención a estas señales de peligro ―orgullo, negligencia, compromiso inadecuado, control, celos y agotamiento―, los pastores pueden luchar para guiar a sus congregaciones con el corazón de un verdadero pastor; uno que cuida de las ovejas, las protege del daño, y las guía fielmente en los caminos de Dios que honran y glorifican a Jesucristo.


Publicado originalmente en Desiring God.

Anthony Kidd

Anthony Kidd es el pastor que predica en “Community of Faith Bible Church» en South Gate, California. Él y su esposa, Sherry, tienen cinco hijos.

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