Vicky Olivas miraba al vacío mientras se vestía para una entrevista de trabajo. Era la primavera de 1976 y su marido acababa de dejarla a ella y a su hijo de dos años por otra persona. Enfrentada a un futuro incierto, tenía que empezar por algún sitio.
Vicky tuvo problemas para encontrar la dirección que le dio la agencia de empleo. Un transeúnte le indicó un callejón, la última puerta a la derecha. Entró en un despacho que olía a humedad y estaba cerrado. “¿Hay alguien aquí?”, gritó, abriéndose paso por un pasillo que daba a un almacén. Encontró a dos hombres sentados ante un escritorio.
Tras presentarse, el jefe se echó hacia atrás y observó a Vicky. Vicky se sintió incómoda bajo su mirada. La dirigió a una sala para que rellenara unos formularios y, mientras escribía, no dejaba de pensar: “No debería estar aquí. Algo no va bien”. Entonces el hombre cerró la puerta y echó el cerrojo. De repente, la agarró por el pecho y la lanzó contra la pared. “Les pedí que enviaran a alguien como tú”, siseó, rasgándole la blusa. Vicky luchó por apartarlo y entonces… ¡pum! La habitación giró en espiral mientras ella caía al suelo. Le habían disparado en el cuello.
Presa del pánico, el hombre arrastró su cuerpo inerte hasta el cuarto de baño. Sintió que algo caliente le corría por el cuello: sangre. ¿Me va a matar? En un extraño giro, la arrastró hasta su coche, la dejó en un hospital cercano y huyó. Un equipo de urgencias atendió a Vicky mientras intentaba explicar lo sucedido. Nadie la creyó hasta que la policía fue al almacén y encontró su bolso, su sangre y la pistola en el cubo de la basura.
El hombre fue detenido. Aunque tenía otras tres condenas por intento de violación, fue puesto en libertad tras tres años de cárcel. Vicky fue condenada a una pena de por vida de cuadriplejia.
Nuestra mayor misericordia
Conocí a Vicky en el verano de 1979, unos años después de la agresión. Estaba sentada, desplomada en su silla de ruedas, como si siguiera contando sus pérdidas. Acerqué mi silla a la suya y entablamos conversación, y mientras hablábamos reconocí otra pérdida, mucho mayor que las demás: Vicky había muerto espiritualmente.
Las tragedias como la suya esconden misericordias. Al saborear el sufrimiento en esta vida, como un chapuzón del infierno, la gente a menudo se ve impulsada a reflexionar sobre lo que puede encontrar en la otra vida. Vicky y yo hablamos de esto durante el verano, y Dios despertó en ella un interés por la Biblia. Al final de la temporada, supo que tenía un alma eterna y que algo cósmico estaba en juego: un cielo al que llegar y un infierno que evitar.
Con el tiempo, Vicky experimentó la sanación interior en Cristo, y no tardó en participar en un estudio bíblico conmigo y unos amigos. Con dos tetrapléjicos en la sala, era inevitable que volviéramos a Romanos 8, quizá la mayor carta de consuelos del evangelio para el pueblo de Dios.
Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a Su propósito. Porque a los que de antemano conoció, también los predestinó a ser hechos conforme a la imagen de Su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos (Ro 8:28-29).
La luz brilló en los ojos de mi amiga. En Romanos 8:28, encontró sentido a su dolor, porque si no hubiera quedado paralítica, Vicky quizá nunca habría llegado a conocer a Jesucristo. Dios estaba obrando para su bien, incluso en aquel terrible día.
La idea que Dios tiene del “bien”
Cuando Dios lanza una granada de mano a la vida y sacude nuestra fe hasta la médula, nos preguntamos cómo hará para que los trozos de metralla se unan para nuestro bien. ¿Qué significa el bien?
Jesús dice en Mateo 7:11: “Pues si ustedes, siendo malos, saben dar buenas dádivas a sus hijos, ¿cuánto más su Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden?”. También está Jeremías 32:41: “[Yo, el Señor] me regocijaré en ellos haciéndoles bien… con todo Mi corazón y con toda Mi alma”. Y el Salmo 84:11: “Nada bueno niega a los que andan en integridad”.
Podemos leer estos versículos y pensar que, mientras no nos metamos en líos y nos mantengamos cerca de Dios, Él nos resucitará, por así decirlo; convertirá la tragedia en triunfo, vencerá los trastornos autoinmunes, mantendrá a salvo a nuestros hijos, nos proporcionará cobertura médica, nos hará entrar en una universidad de primera categoría o nos conseguirá un trabajo que recompense nuestros esfuerzos. O, en el caso de Vicky, la hará caminar. Y, en efecto, todo eso son cosas buenas.
Pero no son necesariamente lo mejor. Hay regalos más importantes en la vida que caminar, curarse del cáncer o encontrar el cónyuge perfecto. En la “matrix” de Dios, lo bueno dura para la eternidad, así que “no ponemos nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven. Porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2Co 4:18). El Espíritu Santo trata constantemente de que veamos la vida de este modo, pues no somos más que un vapor que se desvanece aquí en la tierra.
Entonces, ¿cómo debemos leer el Salmo 84:11? Si caminamos rectamente, Dios no nos negará la paz ni la guía. No nos negará la fe, el valor o la gracia para ayudarnos en tiempos de necesidad. ¿Y Mateo 7:11? Dios concederá los buenos dones de la perseverancia en el dolor y la preciosa comprensión de Su Palabra. Él prodigará buenas oportunidades para sembrar Su semilla y hacer brillar Su luz. Te colmará con el don de Su cercanía y dulzura. ¿Y qué me dices de Jeremías 32:41? Con todo Su corazón, el Señor se alegrará de preservar tu alma contra tu vicioso adversario. Él guardará felizmente tu fe y avivará las llamas de la esperanza cuando todo parezca desesperado.
Lo que produce el sufrimiento
Así que, ya sea que permanezcas soltero, seas despedazado por leones, o te sientes a velar a un niño moribundo, ya sea que te quemen en la hoguera, te abrume la enfermedad de Lyme, o te disparen en el cuello, los escritores de la Biblia inspirados por el Espíritu tenían una visión del fin de los tiempos que les dio un entendimiento en Romanos 8:28. Ellos sabían que el sufrimiento terrenal es el único camino para la salvación. Sabían que el sufrimiento terrenal…
- nos hace sentir nuestra necesidad de Dios (2Co 1:9),
- nos abre el camino para participar en las aflicciones de Cristo (2Co 1:5),
- nos enseña que Dios se preocupa más por el carácter que por la comodidad (Ro 5:3-4),
- asegura una rica recompensa en el cielo (2Co 4:17),
- estimula la obediencia (Heb 5:8), y
- nos recuerda lo frágil, quebradiza y efímera que es la vida (Sal 90:1-12).
El “que todas las cosas cooperen para nuestro bien” es un proceso largo y arduo hacia el objetivo de Dios en Romanos 8:29: “Porque a los que de antemano conoció, también los predestinó a ser hechos conforme a la imagen de Su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos”. El sufrimiento nos enseña que el mayor bien de la vida cristiana no es la ausencia de dolor o la presencia de consuelo, sino la semejanza con Cristo.
¿Cuesta demasiado?
Tal vez, sin embargo, creas que la semejanza con Cristo es demasiado costosa. En lugar de ser golpeado por una vida de pruebas, te gustaría pasear por el cielo. Así que no te tomas la Biblia demasiado en serio. Te conformas con un poco de santidad, un poco de obediencia. No te importa ser santificado; solo quieres estar satisfecho aquí y ahora.
Piénsalo dos veces. “Esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación, al no poner nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven” (2Co 4:17-18). Amigo, ¡te ruego que pongas un poco de peso de gloria en tu vida terrenal! Algo tan asombroso sucederá en el fin del mundo que será suficiente para cada una de tus luchas.
¿En resumidas cuentas? Deja de concentrarte tanto en lo que Dios te pide; empieza a concentrarte en lo que ya te ha dado. Cuando Cristo soportó el látigo brutal, las burlas y los puñetazos, cuando sufrió más que cualquiera de nosotros, estaba en tu lugar. Tú y yo merecíamos la tortura sangrienta que Cristo soportó, porque estaba cargando con tus pecados. Tu condena se convirtió en la Suya, y Su justicia en la tuya. Dios quiere para ti todo el bien imaginable. “El que no negó ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también junto con Él todas las cosas?” (Ro 8:31-32), cosas como la satisfacción total en Él, aquí y por la eternidad.
Una vez oí decir a John Piper: “Si Dios ha hecho lo más duro y doloroso que se pueda imaginar para hacernos felices, entonces, sin ninguna duda, hará el resto, lo que haga falta, para hacernos consumadamente felices en Él para siempre”.
En el final, misericordia y justicia
Vicky comprende que el valor de un alma (el alma de cualquiera) supera con creces los inconvenientes de una parálisis total. Siente que no es mejor que un ladrón convicto en una cruz o un criminal liberado injustamente de la cárcel. La sala a la que ha entrado en silla de ruedas se llama “misericordia”. Lo más cerca que estará del infierno son sus sufrimientos actuales. ¿Y si su agresor rechaza a Cristo? Lo más cerca que estará del cielo serán sus insignificantes placeres en Las Vegas.
La historia de Vicky es una hermosa ilustración de Romanos 8:28. Se ve en la forma en que los cristianos miran a Cristo. Se ve en la forma en que los cristianos la miran y se animan a confiar más en Dios. Los incrédulos piensan: “¡Qué grande debe ser su Dios para inspirar ese tipo de lealtad!”. Cuando llegue la eternidad, estaré a la sombra de la rica recompensa de Vicky. Me acordé de esto hace poco recibí una nota de ella:
Me estoy preparando para tocar las maravillosas manos llenas de cicatrices de nuestro Señor. Puedo decir de verdad que mi silla de ruedas es un regalo de Dios y que la tierra nunca podrá satisfacer mis anhelos; solo Cristo puede hacerlo. Quiero desprenderme de todo lo que obstaculiza mi camino hacia el cielo. Cuando me encuentre cara a cara con Jesús, quiero tener todas las pruebas tangibles posibles de mi amor por Él. Nuestro viaje ha sido difícil, Joni. Mientras el Señor nos tenga aquí en esta Tierra, seguirá siendo duro; pero conocer a Jesús vale la pena. Tu hermana en Cristo, Vicky.
Artículo originalmente publicado en Desiring God.