La envidia compite
¿Qué es la envidia? ¿Qué hace? ¿Cómo la definimos? Algo así: la envidia te hace sentir resentimiento, rabia o tristeza porque otra persona tiene algo u otra persona es algo que tú quieres para ti. La envidia te hace ser consciente de que otra persona tiene alguna ventaja, algo bueno, que tú quieres para ti y, de paso, te hace desear que esa otra persona no lo tenga.
Esto significa que hay al menos tres componentes malignos en la envidia: el profundo descontento que surge cuando ves que otra persona tiene lo que tú quieres, el deseo de tenerlo para ti, y el deseo de que se lo arrebaten.
Es crucial entender que la envidia fluye del orgullo. (Un comentarista lo dijo bien: “En mi miserable experiencia el orgullo siempre ha sido el padre de la envidia…”). El orgullo dice: “Esto es lo que merezco” o “Déjame presumir de todo lo que tengo” o “Soy mejor que tú en todos estos aspectos”. ¿Has pensado alguna vez en el hecho de que el orgullo siempre hace comparaciones? C. S. Lewis dice: “El orgullo no obtiene placer en tener algo, sino en tener más que el otro. Decimos que la gente es orgullosa por ser rica, inteligente o guapa, pero no es así. Son orgullosos por ser más ricos, o más listos, o más guapos que los demás”. Cuando te sientes orgulloso te comparas con otra persona y solo hay dos resultados posibles: si crees que sales ganando, sientes aún más orgullo; si crees que sales perdiendo, sientes envidia. La envidia surge cuando el orgullo está herido.
La envidia hace algo muy extraño y feo. Cuando miro tu éxito, tu dinero o tu alegría, esa cosa buena me hace sentir mal. De alguna manera me cuestiona, se burla de mí, me hace dudar de mí mismo, incluso me hace dudar de Dios. Cuando veo tu éxito, me hace pensar menos de mí mismo. Pone en duda todo lo que soy, todo lo que he hecho, todo lo que he conseguido, todo por lo que he trabajado. Se convierte en una cuestión de mi propia identidad. Su éxito grita que he fracasado.
Lo sé muy bien. Hace varios años escribí mi primer libro y recibí muchos ánimos de la gente que lo leyó. Pero luego vinieron más autores con más libros y los suyos se vendieron mejor y recibieron más elogios (elogios bien merecidos por libros excelentes) y me di cuenta de que no podía ni siquiera soportar pensar en algunas de esas personas. Tenían más ventas, más oportunidades de dar conferencias y, de algún modo, eso me hacía sentir inútil. Sentía que si esos tipos eran amados, eso significaba que yo no lo era. En mi corazón estos tipos eran la competencia y yo estaba perdiendo. La envidia crecía a pesar de todas las bendiciones que había experimentado.
Eso es la envidia. La envidia me convence de que estoy compitiendo con otra persona, y cuando pierdo esa competencia, me siento inútil.
La envidia te deja al descubierto
La envidia expone tus deseos más profundos. ¿Por qué la envidia quiere lo que otra persona tiene y por qué quiere que esa otra persona no lo tenga? Porque esa ventaja que tiene la otra persona, esa posesión, dinero, habilidad, cualidad de carácter o lo que sea, expone lo que realmente quieres. Muestra lo que te da alegría, lo que más valoras, dónde está realmente la lealtad de tu corazón.
Si valoras el dinero por encima de todo, envidiarás a los que tienen más que tú y te alegrarás cuando se lo quiten. La envidia expone tu corazón como ningún otro pecado lo hace, lo desnuda, muestra lo que deseas más de lo que deseas a Dios.
La envidia pone al descubierto los ídolos de tu corazón y te dice para qué vives realmente. Piensa en Saúl y su relación con David. El dios de Saúl era la alabanza de los hombres. Esto es lo que amaba y anhelaba. Quería ser alabado por los hombres, ser considerado más alto que nadie. Cuando David obtuvo su gran triunfo militar, las mujeres cantaron: “Saúl ha matado a sus miles y David ha matado a sus diez miles”. Esto puso en tela de juicio todo lo que era Saúl. La envidia vino y le dijo: “David está recibiendo el amor y la aclamación que tú quieres para ti”. Así que Saúl se embarcó en una larga campaña para intentar asesinar a David. La envidia desnudó su corazón y lo llevó a la locura mientras perseguía a este falso dios.
He tenido que admitir tanta soberbia. Llegué a ver que valoraba la popularidad, que quería ser conocido, amado y muy leído. Ese era mi ídolo, el ídolo de la popularidad y el reconocimiento. Llegué a envidiar a la gente que percibía como más popular que yo. Me regocijaba en silencio cuando alguien chismeaba sobre ellos o cuando ocurría algo que ponía en duda su popularidad. Ese era mi ídolo; era, y es, asqueroso.
Así que primero, la envidia compite y luego expone las lealtades de tu corazón y tus falsos dioses. Y habiendo realizado ese trabajo, ahora pasa a la acción.
La envidia entra en acción
Al igual que Satanás, cuando pasas tiempo con la envidia, cuando ves esas cosas que deseas y ves que has perdido la competencia que has creado en tu mente, comienzas a tomar acción. Actúas en contra de Dios y actúas en contra de otras personas.
Actúas en contra de Dios estando resentido con Él porque determinas en tu mente que Dios te ha dado menos de lo que mereces. Crees que Dios te debe más y mejor y que Dios debe amar a esa otra persona más de lo que te ama a ti. Todas las cosas nunca podrían funcionar para mi bien si él es más rico que yo, si él tiene una esposa y yo no, si él obtiene todas esas ventajas y oportunidades y yo tan poco.
También actúas contra la persona por la que sientes envidia. Cuando pasas tiempo con la envidia, experimentas tristeza en la alegría de otra persona y alegría en la tristeza de otra persona. Te lamentas por el bien que experimenta la otra persona y encuentras alegría en su dolor. Lo que no puedes disfrutar por ti mismo, crees que nadie debería poder disfrutarlo. Cuando la envidia te consume, cuando estás perdiendo esa competencia que has creado, la forma en que respondes es entonces tratar de rebajar a la otra persona. No puedes llegar a su nivel, entonces tratas de destruirlo y bajarlo al tuyo.
Piensa en Satanás. Satanás es orgulloso y quiere ser adorado en lugar de Dios. Vio que Dios creó seres a Su imagen y semejanza y vio a Adán y Eva caminando y hablando con Dios, amándolo y adorándolo en cada palabra y obra. Sintió envidia de Dios porque quería esa adoración para sí mismo. Así que actuó corrompiendo a estas personas, apartando sus corazones de Dios y volviéndolos hacia sí mismo.
Dorothy Sayers lo dice muy bien: “La envidia es la gran niveladora: si no puede nivelar las cosas hacia arriba, las nivelará hacia abajo… antes que tener a alguien más feliz que ella, nos verá a todos juntos miserables”. Conozco esa miseria mucho más íntimamente de lo que me gustaría admitir.
Este artículo se publicó originalmente en Challies.