Incluso las personas que no aprecian a Jesús afirman la importancia de su regla de oro: “Y así como quieran que los hombres les hagan a ustedes, hagan con ellos de la misma manera” (Lc 6:31). Este es un llamado para que cada uno de nosotros viva con consideración desinteresada, y de tal manera que no solo nos estimemos a nosotros mismos, sino también a los demás. En la regla de oro vislumbramos el mundo tal y como debe ser, tal y como Dios lo hizo: un mundo en el que nuestra principal preocupación es amar a los demás.
Esta regla de oro puede y debe aplicarse a todos los ámbitos de la vida. Debe impactar las relaciones con amigos y enemigos, compañeros y vecinos, familiares y desconocidos. No hay ninguna persona con quien podamos encontrarnos que quede excluida del “hazlo por ellos”. La regla se aplica a nuestras relaciones entre iguales, pero también a nuestras relaciones jerárquicas, las que implican dirigir y seguir.
Y todos necesitamos dirigir y a veces seguir. Dios nos ha dado un mundo estructurado en el que el orden natural de las cosas a veces implica dirigir y a veces implica seguir. En aquellas áreas en las que estamos llamados a liderar, debemos abrazar nuestro liderazgo; en aquellas áreas en las que estamos llamados a seguir, debemos abrazar nuestro seguimiento. La obediencia a Dios implica nada menos que liderar voluntariamente a los que nos siguen y seguir voluntariamente a los que nos lideran. La regla de oro habla de ambas cosas.
A los que dirigen, la regla les dice algo así como: “Como quieras que los demás te dirijan a ti, dirígelos”. Así como podemos caer en la tentación de hacer a los demás lo que nunca desearíamos que nos hicieran, podemos guiar a las personas de un modo en el que nunca desearíamos ser guiados. Podemos liderar con dureza, con desconsideración, con un espíritu censurador. Podemos ser hipócritas, crueles y arbitrarios. En aquellas relaciones en las que Dios nos ha llamado a liderar, ya sea como jefe o gerente, como pastor o padre, Dios nos llama a liderar de una manera en la que nos gustaría ser liderados. Nos llama a extender toda la dignidad que desearíamos que nos extendieran, a conceder toda la indulgencia que desearíamos que nos concedieran. Nos llama a dirigir amorosamente, con gozo, paz, paciencia, bondad, amabilidad, fidelidad y destreza. Nos llama a guiar de la misma manera en que deseamos ser guiados. Nos llama a liderar como Jesús nos lidera.
A quienes siguen, la regla les dice algo así como: “Como deseas que otros te sigan, síguelos”. Así como podemos caer en la tentación de hacer a los demás lo que nunca quisiéramos que nos hicieran, y así como podemos dirigir a las personas de una manera en la que nunca quisiéramos que nos dirigieran, podemos seguir a las personas de un modo que nunca quisiéramos que nos siguieran. Podemos seguir a regañadientes, de mala gana y con orgullo. Podemos ofrecer lo mínimo y nada más; podemos quejarnos con nuestros compañeros mermando el respeto hacia nuestro líder; podemos quejarnos de todas las decisiones, convencidos de que podríamos hacerlo mejor. En aquellas relaciones en las que Dios nos ha llamado a seguir, ya sea como empleados o socios, como hijos o miembros de la iglesia, debemos seguir con amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, gentileza, fidelidad y autocontrol. Él nos llama a seguir de la manera en que anhelamos ser seguidos. Nos llama a seguir como Jesús siguió a su Padre.
Cada uno guía y cada uno sigue. Cada uno de nosotros está llamado a liderar y a seguir de un modo claramente cristiano. Según la regla de oro de Jesús, debe ser algo parecido a esto: dirige de la manera que quieras ser dirigido; sigue de la manera que quieras ser seguido.
Este artículo se publicó originalmente en Challies.