David escribió el Salmo 140 en tiempos de mucha angustia, pudo haber sido mientras huía de Saúl. Lo que tenemos claro es que implora contra las calumnias y los malhechores. Como David, muchas personas hemos atravesado momentos de desesperación, de sufrimiento en los que hemos querido escapar. No de un enemigo, pero sí de una relación donde el abuso proviene de una madre. Este es un tema muy frágil, que toca fibras y heridas profundas para muchas; ya que la relación con una madre se supone debería ser una de un lazo especial, el más especial y natural de todos. No siempre es así, y duele mucho. Se pueden crear inseguridades, rencores, incluso puede ser la base de una cadena grande de relaciones rotas. Cuando vivimos bajo un abuso así, queremos, como David, gritarle a Dios: «¡Derriba a los violentos!». Escribo esto, para traer un poco de paz a tu corazón si en él, las palabras de David resuenan en tu vida. Primero, permíteme contarte mi experiencia brevemente. Crecí con ese lazo maternal muy afianzado en mi abuela materna, por alguna razón, nunca lo tuve con mi madre. Mis padres eran muy jóvenes cuando me tuvieron y esto llevo a una serie de eventos desafortunados (como el título de aquella película de Jim Carrey), en los cuales pasé por abandonos y engaños por parte de mi madre y una serie de abusos verbales, emocionales y golpes de parte de mi abuela materna. Tenía alrededor de 3 años, pero recuerdo esto vívidamente. Mi madre salía a trabajar y llegaba por las noches, así que, realmente su presencia para mí era semiamarga. Por un lado, amaba cuando llegaba porque me sentía protegida; al mismo tiempo sentía enojo por haberme separado de mi abuelita. Algunas veces me llevaba al trabajo con ella, y aún así, me sentía abandonada. En la escuelita donde me inscribió, unos niños me llevaron contra las rejas, ahorcándome y riéndose mientras decían que me iban a matar. No olvido el dolor y el miedo a morirme, ahí en manos de alguien que no conocía, en mi primer día de clases. Pensé que estando fuera de casa estaría mejor. Alguien pasó y me salvó. Se lo conté a la maestra y a mi madre, pero no me creyeron. Pienso que, alguna semilla de duda quedó en mi madre ya que volvió a dejarme en casa con mi abuela. No voy a aburrirlas con más detalles, pero ya tienen la idea de violencia física, emocional y psicológica por la que pasé. Mi padre logró rescatarme y mi custodia quedó en manos de mis abuelos paternos. Mi vida mejoró al instante. No volví a saber nada de mi madre ni su familia hasta después de mis veinte años. Ahora, hemos ido construyendo una relación, no ha sido fácil. Mi abuela materna ha fallecido, pero nunca fue una relación restaurada con ella. Las he perdonado, aunque nunca lo pidieron. Esta es la punta del iceberg, pero me parece que puede ser suficiente para los propósitos de este escrito. Primero, quiero que sepas que comprendo un poco el dolor de experimentar un abuso de quien se supone debe protegerte y amarte más. En segunda, quiero que sepas que, de haber sido cristiana, seguramente en algún momento de mi vida hubiera orado desesperadamente como David, pidiendo a Dios que derribara a los violentos. Por último, y más importante, quiero decirte que esta oración debe cambiar. No está mal pedirle a Dios que detenga el mal. Sin embargo, en nuestros corazones debe haber mansedumbre y humildad al pedirlo. Si lo hacemos con un dejo de rencor o venganza, es una oración inútil. Debemos confiar en las últimas palabras de David en este salmo: Yo sé que el Señor sostendrá la causa del afligido, Y el derecho de los pobres. Ciertamente los justos darán gracias a Tu nombre, Y los rectos morarán en Tu presencia. (Sal. 140:12,13). Dios sostendrá no solo nuestra causa, sino nuestro ser completo en sus manos mientras atravesamos por esto. Algún día, moraremos en Su presencia y todo el dolor quedará atrás. Mientras tanto, debemos comprender algunas cosas que probablemente no serán de nuestro agrado, pero si amamos al Señor, lo haremos de gracia, porque de gracia hemos recibido. Nuestras madres, son seres humanos que se equivocan y pecan como cualquier ser humano caído. Todos necesitamos de la gracia, perdón y salvación del Señor, y ellas, por difícil que nos sea reconocerlo, también portan la imagen de Dios. Esto significa que, son acreedoras al mismo perdón que Él nos otorgó a nosotras, y que, si creen en el Señor Jesucristo como su Señor y Salvador, entonces también serán hijas de Dios… como nosotras.
Debemos comprender, que nosotras hemos sido perdonadas
Esto es importante porque debemos recordar que somos llamadas a hacer lo mismo, sin esperar a que ellas lo pidan, porque en muchos casos, no sucederá. Es difícil, y es un proceso duro de llevar, es pesado al cargar, pero no estamos solas. Isaías nos recuerda que para los que esperan en el Señor: «Renovarán sus fuerzas. Se remontarán con alas como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán» (Is. 40:31). Dios nos sostendrá hasta lograrlo y superarlo. Renovaremos nuestras fuerzas. Así que, el perdón es una parte crucial en esta relación, no con nuestras madres, sino con Dios. Así que, hermana, si estás sufriendo por una situación similar, lo primero que debes recordar es que, en el mundo caído, solo podemos esperar a gente caída. Recuerda que nuestra batalla no es contra carne y sangre sino contra principados y potestades. Recuerda, que, ante toda relación humana, tenemos una relación con un Dios perfecto, un Padre perfecto. Un Padre que nos ama como nunca alguien nos ha amado, que nos perdona como nunca alguien nos perdonó, y que nos restaura como nunca alguien podrá. En medio de tu batalla, en medio de enojo, Dios restaura y sana. En medio de tu quebranto y dolor, Dios te consuela y te guía para atravesar el fuego con el que seremos purificadas. Recuerda perdonar, recuerda amar, porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna (Jn. 3:16). Dios derribará a los violentos, sí. Pero, Dios también sana a los quebrantados de corazón, pregona a los cautivos, da vista a los ciegos y pone en libertad a los oprimidos. No olvides que esto mismo ha hecho por ti y por mí y puede hacerlo por ellas, aunque nos hayan lastimado, son acreedoras a la misma cruz que nosotras. Dios te bendiga y fortalezca, para que sanes y perdones. Dios te bendiga y santifique, para que esto que perdonaste, sea para Su gloria y honra.