Al menos una parte de la pandemia de pornografía puede ser ligada con el hecho de que algunas personas no piensan que la pornografía te hace daño. Por ejemplo, The Barna Group [El grupo Barna] hizo una encuesta a jóvenes sobre las cosas que consideraban que siempre estaban mal o que usualmente estaban mal. Ver imágenes pornográficas resultó muy por debajo de cosas como no reciclar o comer demasiado.[1] Este es el asunto. Yo deseo que tú experimentes la “buena vida”. Y creo que Dios quiere que la experimentes aún más (Jn 10:10b); esa es la razón por la que Dios nos ha dejado instrucciones acerca de lo que está bien y lo que está mal. Para poder experimentar esta buena vida, debemos cultivar un odio hacia vivir fuera del diseño de Dios. Tal vez te suena poco cristiano odiar algo. Pero considera cuál es la alternativa. ¿Sería mejor ser apático hacia lo que Dios odia? De ninguna manera. Leemos que esto sucede en el libro de Apocalipsis. Jesús alaba a la iglesia en Éfeso porque ha aborrecido una falsa enseñanza en particular y en el siguiente instante reprende a la iglesia en Pérgamo por tolerar esa misma falsa enseñanza: [A la iglesia en Éfeso, Jesús dijo:] “Sin embargo tienes esto: que aborreces las obras de los nicolaítas, las cuales Yo también aborrezco” (Ap 2:6). [A la iglesia en Pérgamo, Jesús dijo:] “Pero tengo unas pocas cosas contra ti, porque […] tienes algunos que de la misma manera mantienen la doctrina de los nicolaítas” (Ap 2:14–15). No sabemos específicamente lo que enseñaban los nicolaítas. Sin embargo, el contexto sugiere que tenía que ver con practicar “idolatría e inmoralidad [sexual] bajo la bandera de la libertad espiritual”.[2] Eso suena muy parecido a hoy: vive como quieras; Dios no tiene problemas con eso. Pero Dios sí tienes problemas con eso. No ignoremos que, cuando Jesús alaba a la iglesia en Éfeso por no tolerar esta doctrina, Él añade: “las cuales yo también aborrezco”. Jesús aborrece. La “tolerancia” es el lema de nuestro día, pero los cristianos no debemos tolerar el pecado. Antes que nada, no debemos tolerar el pecado en nuestras propias vidas. Si lo hacemos, nuestras evasivas tendrán daños colaterales. Podemos ver este principio de que los cristianos debemos odiar lo que Dios odia en otros pasajes (Sal 97:10; Ro 12:9). Y esto no debería sorprendernos. Cuando lo que amamos es usado de mala manera o destruido, una persona sana tiene una reacción emocional. Sentirá algo. Y, amigos, debemos sentir algo. Ser insensible no es signo de salud. Es signo de un congelamiento espiritual. Podemos continuar, pero el punto ya está claro. Si Dios lo odia, nosotros deberíamos odiarlo también. Cuando se trata de inmoralidad sexual, si vamos a luchar con éxito contra él, debemos creer que está mal y cultivar un odio hacia él. Con el paso del tiempo, y bajo la bandera del evangelio, las creencias correctas (el pecado está mal) y los afectos correctos (el odio), nos llevarán a una vida correcta. Estos puntos requieren de dos aclaraciones. En primer lugar, cuando digo que cultives un odio hacia él, quiero hacer énfasis en la palabra él. Debes odiar el pecado porque estorba tu relación con Cristo y la gloria de Su nombre y al mismo tiempo te lastima a ti y a otros. Pero, no confundamos odiar el pecado con odiar que nos descubran. La historia del Antiguo Testamento sobre Esaú nos ayuda a entenderlo. Esaú era el hermano mayor de Jacob y, como tal, era el heredero de su padre Isaac. Un día, en un momento de tentación, Esaú vendió su primogenitura para satisfacer un deseo momentáneo. Intercambió una fortuna por un plato de lentejas (Gn 25:29–34). Cuando el autor de Hebreos reflexiona sobre esto, hace notar que Esaú se lamentaba más por haber sido descubierto que por su error. Él lloró mucho a causa de esto, pero sus lágrimas nunca se transformaron en arrepentimiento (He 12:16–17). Nuestra pena por el pecado inevitablemente caerá hacia uno de dos mares: el Mar del Remordimiento o el Mar del Arrepentimiento. Aunque a simple vista parecen ser semejantes, terminan estando a kilómetros e incluso a eternidades de distancia. Pablo habló sobre esto en 2 Corintios. El apóstol reprendió severamente a la iglesia en varias ocasiones pero, al final, estaba agradecido de que ellos habían sido “entristecidos para arrepentimiento” (7:8) porque “la tristeza que es conforme a la voluntad de Dios produce un arrepentimiento que conduce a la salvación” (7:10). Varones, si los descubrieran con los calzoncillos en los tobillos, ¿están seguros de que odiarían más el pecado sexual que el haber sido descubiertos? Ahora, una segunda aclaración. Aunque utilizamos la palabra él, el pecado sexual no es una persona; es una cosa. Es un parásito. Dios no nos está dando licencia para odiar a otros ni a nosotros mismos. Ese odio sí estaría mal encaminado. Recuerda que nuestra batalla no es contra sangre y carne (ni tuya ni de nadie más) sino contra fuerzas espirituales de maldad (Ef 6:12).
Preguntas de diagnóstico
- Jesús reprendió a la iglesia en Pérgamo por no odiar el pecado sexual sino simplemente tolerarlo. ¿Somos culpables de esto? Si es así, ¿de qué maneras lo somos?
- ¿Cuál es la diferencia entre odiar el ser descubiertos y odiar el pecado que nos llevó a ser descubiertos?
- Si has sido descubierto en pecado sexual, ¿cómo estás luchando contra la amargura hacia Dios y hacia aquellos que jugaron un papel en exponerte a ti y tu pecado
[1] The Barna Group, The Porn Phenomenon [El fenónemo pornográfico], 64–66. [2] Robert H. Mounce, The Book of Revelation, Revised [El libro del Apocalipsis, Revisado], The New International Commentary on the New Testament [El nuevo comentario internacional del Nuevo Testamento] (Grand Rapids: Eerdmans, 1997), 71.