¿Alguna vez te has puesto a pensar en José, el José de la Navidad? Es muy fácil leer el relato, pero si nos trasladamos a su tiempo entonces miraríamos la historia con ojos muy diferentes. No fue nada fácil para José escuchar que la mujer con la que planeaba casarse de repente estuviera embarazada, ¡y no de un hombre! (Mateo 1:18). Así que Dios le revela su plan a José, y lo hace de manera muy clara, como para quitar de él toda sombra de duda y temor. Para hacerlo, usó de emisario a un ángel. «José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque el Niño que se ha engendrado en ella es del Espíritu Santo. Y dará a luz un Hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a Su pueblo de sus pecados» (Mateo 1:20-21, énfasis de la autora). María, también visitada por un ángel, recibió un anuncio similar: «Concebirás en tu seno y darás a luz un Hijo, y le pondrás por nombre Jesús» (Lucas 1:31). Jesús, ese nombre, aunque común en aquellos tiempos, tenía implicaciones nada comunes. Si fuéramos a pronunciarlo en griego, sonaría más o menos así: Iesous (en el hebreo Yeshua). La definición literal es Jehová es salvación. Pero no pasemos por alto lo que Mateo destaca: él salvará a Su pueblo. Según los comentaristas esta frase es para hacer énfasis en que es este Jesús, y no otro, el que traería salvación. Sin embargo, hay algo que no podemos ignorar, algo que la mayoría de la gente del tiempo de Jesús no entendió. ¿Salvación de qué? De sus pecados. Aquella generación, como muchas anteriores, esperaba un Salvador, pero en sus mentes la idea era más bien esta: Sálvanos de los romanos, sálvanos de la opresión extranjera, sálvanos de la esclavitud, de los impuestos, de la pobreza… Ellos no entendieron, como tampoco muchos lo entienden ahora, que la primera venida de Jesús no tenía esas cosas como meta. Esa no era la razón por la cual el Creador había venido a las criaturas. Esta visitación tuvo un propósito mucho más grande, eterno: salvación de los pecados. Mientras no hay salvación de pecado, no hay esperanza para el fin de la opresión, la esclavitud, la miseria, el dolor, la enfermedad, la tristeza, la muerte. Y el problema sigue siendo el mismo hoy. Muchos buscan a Jesús como Salvador, pero la salvación que quieren es demasiado pequeña y temporal. Salvación de crisis económica, salvación de relaciones rotas y vidas frustradas, salvación del yugo de la enfermedad, y muchas otras cosas, todo resultado de un mundo roto por causa del pecado. ¿Sabes?, claro que Él puede hacer eso, ¡y mucho más! De hecho, mientras caminó por las polvorientas calles de Galilea, Samaria, Jerusalén, Capernaum, Nazaret, etc., dejó tras sí una estela de milagros. Pero eso era solo un detalle dentro de un plan que había sido escrito desde la eternidad. Jesús no vino a nacer, no se hizo hombre, para dar soluciones temporales. Si así hubiera sido, nuestras vidas seguirían siendo el mismo manojo de problemas humanos que van y vienen. ¡No! Jesús vino para salvarnos del pecado, es decir, de todo lo que nos separa de Dios. Vino para salvarnos de la muerte inevitable que el pecado le impuso al mundo. Vino para establecer un puente por el que podemos caminar seguros y llegar al otro lado, más allá de esta vida, para un día poder mirar cara a cara al Dios que se hizo hombre y nació en Belén. ¡Y adorarle con eterna gratitud! En el mismo pasaje de Mateo, leemos más adelante: «Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había hablado por medio del profeta, diciendo: “He aquí, la virgen concebirá y dará a luz un Hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel”, que traducido significa: “Dios con nosotros”» (¡:22-23). Sí, Jesús no es un papá Noel que responde a una lista de pedidos. Tampoco es el genio de la lámpara, a merced de un amo caprichoso. Jesús es el Mesías Salvador, el nombre ante el cual se doblará toda rodilla. Jesús es la promesa cumplida, la luz que penetró para siempre la oscuridad, el nombre que salva, el mayor de los milagros, ¡Él es Dios con nosotros! En un año como 2020, cuando quizá pensar en la Navidad te estruje el corazón porque ha sido un tiempo difícil de tristezas, dolor, pérdidas, podemos recordar que Jesús, el Salvador, nació; y ahora es Dios con nosotros. Dios con nosotros, para siempre. Dios con nosotros, en la risa y el llanto. Dios con nosotros, en días de lluvia y días de sol. Dios con nosotros, cuando entiendo y cuando no. Dios con nosotros, cuando sea joven y en la vejez. Dios con nosotros, cuando le vea y cuando no. Dios con nosotros, en el pesebre, en la cruz y en la eternidad. (Parte de este artículo fue tomada del libro “El corazón de la Navidad”, publicado por la autora.)