¿Son los cristianos justos o injustos?

Hay en la Escritura dos tipos de justicia por la fe: la imputada, que es perfecta y completa, y la práctica, que es una obra progresiva.
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¿Es el cristiano justo o injusto? Una respuesta simplista de “sí o no” es engañosa. Esta es una pregunta difícil que requiere cuidado teológico, y es una pregunta de Jason. “Pastor John, recientemente he estado escuchando Tu antiguo sermón Nuestra esperanza: la justicia (recurso en inglés). En él mencionas que “la justicia plena y perfecta está en el futuro. Es nuestra esperanza, no nuestra posesión”. Esto hace referencia a Gálatas 5:5: “Pues nosotros, por medio del Espíritu, esperamos por la fe la esperanza de justicia”. ¿Podrías aclararme qué significa ser justo? Pensé que significaba tener una posición correcta. Al poner mi fe en Jesús, ¿eso me hace justo en el momento de la profesión de fe? ¿O “justo” significa “perfecto” y por eso no somos justos ahora? ¿Podrías aclararme las diversas etapas de la justicia en la historia de un creyente?

JOHN PIPER 

Oh, me encantará intentarlo, porque esto está tan cerca del corazón de lo que es el evangelio y de quién es Cristo para nosotros. Entender esta distinción está en el corazón del evangelio y en el corazón de los descubrimientos de la Reforma hace quinientos años. Así que aquí vamos. Intentémoslo.

Dos formas de justicia

Aunque hay pasajes específicos sobre la justicia que, francamente, no tengo claros en cuanto a su significado preciso, el panorama general en el Nuevo Testamento es claro. Para mantener las cosas lo más simples posible sin distorsionar la realidad, me gustaría decir que hay dos usos básicos de la palabra justicia en este sentido.

Uno es la justicia que nos es atribuida —contada a nosotros, imputada a nosotros; elije tú la palabra— mediante la fe, la cual proviene de Dios como un regalo en el momento en que la recibimos por fe. Esto se debe a que Jesús ha cumplido esa justicia. Él ha realizado esa justicia, y la Suya nos es contada como nuestra. A esto lo llamamos justicia imputada. El otro uso de la palabra sería la justicia que nosotros mismos estamos practicando o viviendo en nuestra vida diaria.

Perfecta y progresiva

Ambas —no solo una de ellas, sino ambas— son por medio de la fe. Pero no de la misma manera. La primera es un don imputado que se nos cuenta como nuestro. Ese don se recibe por la fe. La segunda clase es un don impartido —no un don imputado, sino un don impartido— que nosotros mismos llevamos a cabo por la fe en Su poder (2Ts 1:11). La primera clase de justicia es perfecta (en el sentido de completada). La segunda clase de justicia es progresiva.

Algún día seremos perfeccionados: al final de nuestras vidas, cuando Dios complete nuestro proceso de llegar a ser práctica, personal y perfectamente justos. Pero ahora, en esta vida, esta justicia aún no es perfecta. Y la relación entre estos dos tipos de justicia es que no podemos avanzar en la justicia práctica, vivida, hasta que seamos aceptados por Dios, perdonados por nuestros pecados y declarados perfectamente justos con la justicia imputada de Dios en Cristo.

Es tremendamente importante entender esto, porque significa que el esfuerzo que hacemos por fe, a través del Espíritu Santo, para dar muerte al pecado y llegar a ser cada vez más justos en la práctica, no es la base de nuestra correcta posición delante de Dios. Es la consecuencia o el efecto de nuestra correcta posición delante de Dios. Eso es enorme. Si invertimos ese orden, no vivimos el evangelio; no tenemos el evangelio.

Fe y obras de fe

El regalo del primer tipo de justicia se llama justificación, y lo recibimos solo por la fe (Ro 3:28; 5:1). Esto significa que sucede instantáneamente a través de nuestra fe en Jesucristo como nuestro Salvador, Señor y tesoro. Ocurre en el mismo instante de nuestro primer acto de fe salvadora, que Dios nos da en el nuevo nacimiento.

En ese mismo instante, Dios está entonces, y desde ese momento en adelante, cien por ciento a nuestro favor y no en contra de nosotros. No tenemos condenación (Ro 8:1), aunque antes de eso éramos hijos de ira (Ef 2:3). En ese momento, por primera vez, por el Espíritu, a través de la fe, somos capaces de matar pecados específicos y avanzar en una justicia práctica, vivida y agradable a Dios.

Antes de tener fe, no podíamos agradar a Dios en absoluto ni realizar verdadera justicia, porque sin fe es imposible agradar a Dios (Heb 11:6). Pero en cuanto se nos dio la fe, en ese instante, fuimos justificados. Ninguna de las obras de justicia —ninguna de nuestras propias obras de justicia que provienen de la fe— podría jamás ser la base de la justificación. Somos justificados con la justicia perfecta de Cristo en el mismo instante en que tenemos fe, antes de hacer cualquier obra de fe.

Ahora bien, si ese es un párrafo complicado, detente y léelo de nuevo porque dije lo que quise decir. Creo que es bíblico. Veamos algunos pasajes de la Escritura para demostrar que estas cosas son así. Lo que he estado afirmando hasta ahora son casi todas concepciones teológicas basadas en textos. Aquí están los textos.

Contados como justos

Comencemos con la justicia imputada, la justicia que nos es atribuida por Dios a causa de Cristo. Mira Romanos 5:19: “Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de Uno los muchos serán constituidos justos”. Eso es lo que quiero decir con justicia imputada.

Aquí está en Romanos 4:6: “Como también David habla de la bendición que viene sobre el hombre a quien Dios atribuye justicia aparte de las obras”. Así que ahí está la base bíblica de la palabra imputación o atribución. “Le atribuye justicia sin las obras de la ley”. O tenemos Filipenses 3:8-9: “Yo estimo como pérdida todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por Él lo he perdido todo, y lo considero como basura a fin de ganar a Cristo, y ser hallado en Él, no teniendo mi propia justicia derivada de la ley, sino la que es por la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios sobre la base de la fe”.

Esas son al menos tres ilustraciones de la justicia que tenemos como un regalo de Dios mediante la fe. Nada de nuestra justicia práctica vivida es la base de ese regalo. Como dice Pablo en Tito 3:5: “Él nos salvó, no por las obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho”. Así que se refiere a buenas obras de justicia que realmente podemos hacer, y luego dice que esas no son la base. Continúa: “Él nos salvó, no por las obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino conforme a Su misericordia, por medio del lavamiento de la regeneración y la renovación por el Espíritu Santo”.

Llegar a ser justos

Ahora bien, ¿qué pasa con la justicia práctica, vivida? Eso es lo que hacemos ahora por el Espíritu, ya que hemos sido vivificados por la fe mediante el Espíritu. Aquí está Romanos 6:13: “Ni presenten los miembros de su cuerpo al pecado como instrumentos de iniquidad, sino preséntense ustedes mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y sus miembros a Dios como instrumentos de justicia”.

No te haces vivo haciendo esto. Has sido llevado de la muerte a la vida, así que ahora presenta tus miembros como instrumentos de justicia. Pablo dice claramente que en esta vida aún no somos perfectos en justicia propia. Aquí está Filipenses 3:12: “No es que ya lo haya alcanzado o que ya haya llegado a ser perfecto, sino que sigo adelante, a fin de poder alcanzar aquello para lo cual también fui alcanzado por Cristo Jesús”.

Así que aquí está la gloria y el misterio de la vida cristiana. Ya somos justos en Cristo, y por eso tenemos paz con Dios (Ro 5:1). Y en la paz de esa aceptación con Dios, nos esforzamos por la justicia en nuestra vida diaria, no solo porque sabemos que esto confirma que somos el pueblo de Dios (2P 1:10), sino también porque esta es la manera más profundamente satisfactoria de glorificar a Cristo.


Este artículo se publicó originalmente en Desiring God.

John Piper

John Piper

John Piper (@JohnPiper) es fundador y maestro de desiringGod.org y ministro del Colegio y Seminario Belén. Durante 33 años, trabajó como pastor de la Iglesia Bautista Belén en Minneapolis, Minnesota. Es autor de más de 50 libros.

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