La codicia y el peligro de desear lo que otros tienen

Codiciar lo que otros tienen no es algo inofensivo; revela corazones insatisfechos y nos separa de la provisión y cuidado de Dios.
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¿Por qué, si Dios es bueno, no nos da todo lo que queremos?

En el mundo de hoy, las redes sociales son una constante invitación a exhibir nuestras vidas y a mirar la vida de los demás. Desafortunadamente, una de las tentaciones de las redes sociales es compararnos con otros. Casi inconscientemente nos encontramos diciendo: “Ojalá me viera así; ojalá tuviera esa cosa, esa aventura, ese dinero para viajar, ese novio o novia”. Incluso en la iglesia, podríamos suspirar por los dones espirituales de otros, deseando poder ser más como ellos.

Sin embargo, Dios llama a esto codicia y explícitamente nos ordena no desear lo que otros tienen. Recordemos el décimo mandamiento: “No codiciarás la casa de tu prójimo. No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo” (Ex 20:17).

La codicia: un grave pecado

Codiciar puede parecer un pecado no tan grave, o al menos no tan malo como asesinar o robar. Después de todo, si no robamos lo que queremos, entonces no es tan malo, ¿verdad? Pero Martín Lutero escribe en su Catecismo mayor: “Este último mandamiento, por lo tanto, no es dado a los bribones a los ojos del mundo, sino solo a los más piadosos, que desean ser alabados y ser llamados personas honestas y rectas”.

Este mandamiento está dirigido a todos los que piensan que han guardado fielmente los nueve mandamientos anteriores. Tal vez piensas que nunca has cometido adulterio, pero ¿alguna vez has deseado que tu esposo se pareciera más al esposo de tu amiga? Quizás nunca has robado nada, pero ¿has estado celoso del coche nuevo de tus colegas, de la ropa bonita o de la bonita casa de tu amigo? ¿Has deseado que tu vida se pareciera un poco más a esa cuenta de Instagram que sigues o a esa modelo de entrenamiento cuyos videos haces? Codiciar es un pecado que todo el mundo comete, y viene de corazones ingratos y descontentos.

Desafortunadamente, una de las tentaciones de las redes sociales es compararnos con otros. / Foto: Envato Elements

Considera a Israel, un pueblo que tenía un problema crónico de codicia. Una y otra vez Dios salvó a Israel y le proveyó para cada necesidad, y una y otra vez Israel no estaba satisfecho con lo que tenía, sino que anhelaba lo que las naciones extranjeras tenían. Ya fuera riqueza, tierra, dioses o reyes, se quejaban de Dios (Nm 11:4-6). Pidieron a Dios un rey humano como las naciones que los rodeaban (1S 8:4-5). La codicia de Israel era un rechazo de la provisión y cuidado de Dios y, por lo tanto, un rechazo de Dios mismo; después de todo lo que Él había hecho —rescatarlos de Egipto, darles una tierra llena de leche y miel, preservarlos como nación—, todavía no estaban contentos con lo que les había dado. Si somos honestos, con mucha frecuencia somos como Israel.

La codicia comenzó en el huerto del Edén

La codicia se remonta al huerto del Edén. El diablo colocó el fruto prohibido delante de Adán y Eva, tentándolos a codiciar el fruto, a pesar de que el jardín estaba lleno de una abundancia de otros alimentos que eran igualmente buenos para comer y de los que podían disfrutar libremente (Gn 3:6). Fueron tentados a codiciar lo que Dios tenía, el conocimiento del bien y del mal, y sucumbieron, cometiendo traición contra Dios.

No es de extrañar que Pablo llame idolatría a la codicia: “Porque con certeza ustedes saben esto: que ningún inmoral, impuro o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios” (Ef 5:5; ver también Col 3:15). Santiago también habla de la codicia como un deseo pecaminoso que puede llevar a otros pecados:

¿De dónde vienen las guerras y los conflictos entre ustedes? ¿No vienen de las pasiones que combaten en sus miembros? Ustedes codician y no tienen, por eso cometen homicidio. Son envidiosos y no pueden obtener, por eso combaten y hacen guerra. No tienen, porque no piden. Piden y no reciben, porque piden con malos propósitos, para gastarlo en sus placeres (Stg 4:1-3).

La codicia se remonta al huerto del Edén. / Foto: Jhon Montaña

Por qué Dios no nos da lo que queremos

En esta vida, Dios no nos da todo lo que queremos porque, a menudo, queremos las cosas equivocadas. Un deseo torcido ha sido la raíz del pecado desde el principio. Estos deseos pueden consumir nuestros pensamientos y controlar nuestras acciones. Nos hace odiar a los demás, destruir, tomar, devorar sin tener en cuenta a nadie más que a nosotros mismos.

Cuando codiciamos, le decimos a Dios que hay algo más que adoramos y deseamos que a Él. Por eso, adorar cualquier otra cosa nos lleva solo a la muerte y a la destrucción, pues nos aleja de nuestro bien mayor. Nuestras identidades como cristianos no están en lo que poseemos, cuánto dinero ganamos, ni qué tipo de ropa usamos; adorar estas cosas solo conduce a la codicia y al pecado. En cambio, adorar a Dios conduce a la vida verdadera como Sus hijos e hijas y a una abundancia de tesoros celestiales (Lc 12:22-34).

Dios no es un ser malicioso al que le gusta torturar a Su pueblo quitándole cosas buenas. Más bien, Él siempre sabe lo que necesitamos y ya nos ha dado en abundancia, principalmente en Cristo Jesús, y en otro montón de bendiciones terrenales que solemos dar por sentado. Dios dio gratuitamente a Adán y Eva todo el jardín para que lo disfrutaran; Él liberó a Israel de la cautividad y le dio una tierra en la que fluía leche y miel (Ex 3:8; Ez 20:6); Él nos ha dado a nosotros Su propio Hijo Jesucristo para que sea nuestro Salvador y nos lleve a una tierra eterna donde fluye leche y miel.

A través de Su obediencia, muerte y resurrección, Cristo venció el pecado para todos los que creen en Él. Entonces, el pecado ya no nos define ni tiene completo poder sobre nosotros, y tenemos al Espíritu Santo, quien es nuestro Ayudador en la lucha contra la codicia hasta el día en que nos sea quitada completamente. Que hoy nuestros corazones desborden con una alabanza agradecida por toda la bondad que hemos recibido en la cruz.

Leah Baugh

Leah Baugh es editora asociada de contenido en White Horse Inn. Recibió un Bachillerato en Artes en Química antes de recurrir a la teología y recibir una Maestría en Artes en Estudios Bíblicos y una Maestría en Artes en Estudios Teológicos. Cuando no está escribiendo, está aprendiendo chino o viajando. Conéctese con Leah en Twitter @lhbaugh.

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