Cómo no ser un cristiano tibio

Yo también pensé por muchos años que era cristiano, pero no lo era. ¿Qué pasa si eres tibio? ¿Puedes hacer algo al respecto?
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Durante años pensé que era cristiano. No lo era.

Juraba que tenía una relación con Dios. No la tenía.

Creía que podía morir en cualquier momento y ser bienvenido en el cielo. No sería bienvenido.

No tenía una categoría para alguien que pensaba que era seguidor de Cristo y en realidad no lo era. Suponía que, si tenía algún deseo de ser cristiano, Dios debería recibirme con gritos de alegría. Nunca había leído que habrá personas en el día del juicio que saludarán enfáticamente a Jesús, llamándolo “Señor, Señor” y, sin embargo, serán rechazadas por Él (Mt 7:21-23). Nadie me dijo nunca que la gente podía hacer muchas obras poderosas para Dios y aun así estar perdida.

Me convencí de que estaba a salvo de la ira de Dios. Nadie me dijo que el “cristiano” tibio es escupido de la boca de Dios (Ap 3:16). Nadie me informó que, si Dios no era lo primero en mi corazón, estaba en urgente necesidad de arrepentimiento o estaba perdido. En palabras de Francis Chan, era “tibio y me encantaba”.

Tibio y me encantaba

No decía tantas malas palabras. No andaba de cama en cama. Iba a la iglesia casi todos los domingos. Debía ser cristiano.

Decía que Jesús murió por mis pecados. Cantaba las letras en la pantalla. Oraba antes de las comidas. Le daba crédito a Dios por mis logros atléticos. Debía ser cristiano.

Claro, Dios no era mi todo en todo. Claro, nunca leía Su Palabra. Claro, no oraba mucho. Claro, amaba secretamente el pecado. Claro, la santidad me parecía terriblemente aburrida. Claro, raramente lo reconocía en público o pasaba tiempo con Él en privado. Pero Él entendía. Después de todo, yo solo era humano. Nadie es perfecto.

Si Dios no hubiera intervenido, habría despertado de mi ilusión en un lago de fuego. Imaginaba que tomaba parte en la mesa de la gracia y bebía del cáliz de la vida eterna, pero en realidad estaba comiendo basura y bebiendo agua de alcantarilla. Estaba soñando, como los descritos en Isaías:

Será como cuando un hambriento sueña

Que está comiendo;

Pero cuando despierta, su hambre no ha sido satisfecha.

O como cuando un sediento sueña

Que está bebiendo;

Pero cuando despierta, está desfallecido,

Y su sed no ha sido aplacada (Is 29:8)

Habría sido la criatura más miserable en toda mi perdición.

Y me mantenía en mi ilusión, silenciando mi conciencia y convenciéndome de que estaba bien con Dios mediante esta simple estrategia: me negaba a leer el libro de Dios y me medía por las personas que me rodeaban.

Actualmente, hay cientos de personas que se consideran a sí mismas cristianas y creen que su vida permanece en la luz, pero en realidad viven en oscuridad. / Foto: Pexels

Cómo mantenerse tibio

Comparar mi fe con los que me rodean (incluyendo a los no cristianos) fue la forma más fácil, como dice C. S. Lewis, de descender por la suave pendiente hacia el infierno.

Mirar hacia abajo

Miraba con desdén a aquellos que eran cristianos “inferiores” para confirmar mi complacencia. Mi seguridad de salvación provenía en gran medida del hecho de que exteriormente era mejor que muchas de las otras cabras que se hacían pasar por ovejas.

Oraba como el fariseo: Dios, te agradezco que no soy como los demás hombres, fornicarios, mentirosos, adúlteros —sin ellos, no habría sabido que era cristiano—.

Cuando un pato se compara con otros patos, se corona a sí mismo como un cisne.

Caer en la comparación con cristianos que consideramos “menos que nosotros” sólo nos mantendrá en un estado lamentable de enfriamiento espiritual.

Mirar hacia arriba

Cuando me encontraba con verdaderos creyentes, sentía momentos de profunda convicción. Pero para mantenerme tibio, concluía que estos eran simplemente estrellas cristianas.

En lugar de colocarlos en la categoría de “vivos” mientras yo estaba en la de “muertos”, razonaba que ellos eran los Vengadores. Eran cristianos con calificación de 100, mientras yo era un cristiano con calificación de 70, pero ambos aprobábamos el examen. El hecho de que no fuera parte de las estrellas cristianas no significaba que no estuviera en el equipo. ¿Verdad?

Y una vez que establecí la categoría de cristiano superhéroe, buscaba razones para colocar a los creyentes que me incomodaban en ella. ¡Ah, él quiere ser pastor! Ah, fueron misioneros durante varios años. Ah, crecieron en un hogar cristiano toda su vida. Ah, simplemente tienen una personalidad que se entusiasma con todo. Eso lo explica todo.

Me resigné alegremente a ser un hobbit espiritual; después de todo, ellos también estaban incluidos en la Comunidad del anillo.

Colocarnos en una “categoría media” mientras vemos a otros como “super cristianos” con ventajas circunstanciales, nos mantiene cómodos y nos impide ver nuestra tibieza espiritual. / Foto: Envato Elements

Donde no miré: la Biblia

Cuando estaba tibio, el libro de Dios acumulaba polvo en mi habitación, sin abrir.

Entonces Dios me llevó a Su Palabra y me salvó. Dios se acercó a un hobbit miserable de casi dos metros en su fría y húmeda habitación de residencia estudiantil, dándole vida a través de Su Espíritu y Su Palabra. La tibia “iglesianidad” fue consumida por la fe viva en el Dios consumidor de la Biblia.

Allí leí que debes nacer de nuevo para entrar al reino (Jn 3:3). Allí leí que amar a Jesús por encima de todos los demás —padre, madre, hijo, hija, cónyuge— no era solo para los súper cristianos, sino para todos los que seguirían a Jesús (Mt 10:37-39). Allí leí que Dios estaba disgustado conmigo por ir a Él solo con mi boca antes de las comidas y el domingo por la mañana, mientras mi corazón permanecía lejos de Él (Is 29:13-14). Allí leí que podía estudiar las Escrituras en mil estudios bíblicos y, sin embargo, negarme a ir verdaderamente a Jesús y tener vida (Jn 5:39-40).

Allí leí que no podía ser lo suficientemente bueno como para poner a Dios en deuda conmigo (Lc 17:10), que de ninguna manera podría agradarle mientras viviera en la carne (Ro 8:8). Allí leí que, de manera justa, estaba maldito por no amar a Jesús (1Co 16:22) y que el castigo sería el tormento eterno (Ap 14:11).

Allí leí que Dios no era un niño apartado socialmente en el comedor escolar desesperado porque alguien se sentara con Él. Allí leí que Su mismo nombre es “Rey de reyes y Señor de señores” (Ap 19:16), ante quien toda rodilla en la creación se doblará (Fil 2:10). Allí leí que no me necesitaba (Hch 17:25); que si me negaba a adorarle, las piedras lo harían (Lc 19:40). Allí leí que fui creado para Su gloria, no Él para la mía (Is 43:7).

Allí leí que, si estaba apático acerca de atesorar a Cristo, de arrepentirme del pecado y me negaba a rendirme en sumisión alegre, Él me escupiría de Su boca (Ap 3:15–16).

Si estamos alejados de Dios, debemos volvernos al evangelio con fe y arrepentimiento, sumergiéndonos en la verdad de Su Palabra. / Foto: Getty Images

Grandes noticias para el tibio

Pero allí también leí que, mientras éramos peores que tibios, el Rey de reyes murió por nosotros (Ro 5:8); que, aunque mi pecado y apatía me habían hecho merecedor de la muerte, el don gratuito de Dios es la vida eterna en Cristo (Ro 6:23). Allí también leí que Jesús no vino por los que están bien, sino que Su compasión y gracia son para los que están enfermos en su pecado (Lc 5:31).

Allí también leí que, si tenía sed, si no tenía dinero, Dios me invitaba a venir y ser saciado en Él (Is 55:1). Allí también leí que si estaba cansado de trabajar por lo que me dejaba vacío y, en cambio, me volvía a Él, me alimentaría abundantemente, me daría vida y haría un pacto eterno conmigo a través de Su Hijo (Is 55:2–3).

Allí también leí que el Señor está cerca de cualquiera que regrese a Él para obtener perdón; que ofrece al más vil —y tibio— pecador un perdón absoluto y placer más allá de lo que se atrevería a esperar (Is 55:6–9). Allí leí que esta invitación se compró al costo del Hijo de Dios (Is 53:1–12).

Si eres tibio y estás leyendo esto, hay una gran noticia para ti: todavía hay tiempo. Arrepiéntete. Cree. Regocíjate. Vive.


Este artículo se publicó originalmente en Desiring God.

Greg Morse

Greg Morse es un estratega de contenido para desiringGod.org y graduado de Bethlehem College & Seminary. Él y su esposa Abigail viven en San Pablo.

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