Mi vida está llena de maletas, cajas, equipaje, mudanzas y despedidas. En los últimos 32 años me he mudado 15 veces; he vivido en al menos dos o tres casas diferentes en la misma temporada. Me he mudado al menos ocho veces en la República Dominicana y siete veces, en 14 años, dentro de los Estados Unidos. Al principio era una aventura para mí, pues nunca me mudé durante la infancia. Quería experimentar y conocer lo que sería iniciar de nuevo, feliz de seguir adonde Dios guiara. Ahora a mi edad me enfrento con el agotamiento y cansancio; me siento abrumada con cargar y buscar lugar para colocar tantas cosas.
1. El tiempo de mudarse es importante
Vienen a mi mente textos y ejemplos bíblicos de mudanzas que me traen enseñanza. Por ejemplo, un 15 de diciembre en pleno invierno, me mudé en Minnesota; entendí el significado de “Orad para que esto no suceda en el invierno. Porque aquellos días serán de tribulación” (Mr.13:18).
2. La importancia de la sumisión
Sara vivía en tiendas, era nómada. Vivía moviéndose constantemente y, por mucha ayuda que tuviera, no tiene la que tenemos ahora. En una ocasión leí, que cada una de nosotras tiene la ayuda equivalente a más de 50 empleadas con las máquinas y tecnología de hoy día. “Subió, pues, Abram de Egipto al Neguev, él y su mujer con todo lo que poseía; con todo lo que había acumulado y con él, Lot” (Gn. 13:1).
3. El tener muchas cosas es un problema
Alguien me dijo que, si quieres desearle algo a tu peor enemigo, le desees que se mude; porque con tantas cosas por empacar, la selección es muy difícil. Tengo muchas memorias, recuerdos. Me gusta poner la mesa, las sábanas y toallas; adornar con cuadros, fotos, cojines, plantas, amamos los libros, la música. Dios me ha dado mucho más de lo que necesito, y debo cargar con todo a la hora de moverme. Este no es mi hogar, esto no es mi tesoro, aunque confieso que desprenderse es costoso. Las palabras de Jesús son una advertencia cuando nos da a entender que la mujer de Lot amaba sus pertenencias terrenales. “En ese día, el que esté en la azotea y tenga sus bienes en casa, no descienda a llevárselos; y de igual modo, el que esté en el campo no vuelva atrás. Acordaos de la mujer de Lot” (Lc. 17:31-33). Las cosas se han convertido en una gran carga y en un obstáculo a mi vida; el recoger y mover me hace pensar en Sara cada vez que Abraham le decía que debían levantarse y moverse hacia el próximo destino. Ella debía empacar lo que tenía para cumplir con la dirección que Dios les marcaría. “Y ellos dijeron: Haz así cómo has dicho. Entonces Abraham fue de prisa a la tienda donde estaba Sara, y dijo: Apresúrate a preparar tres medidas de flor de harina, amásala y haz tortas de pan” (Gn. 18:6).
4.Dios me instruye en cada mudanza
¿Qué aprendo de las mudanzas sobre Dios? ¿Qué me está hablando o enseñando sobre Él? Él se mueve conmigo, va delante de mí. Él va conmigo dondequiera que voy, me lleva en sus brazos y en sus manos, así como lo hizo con Israel en el desierto cuando su nube se levantaba y guiaba, su fuego se detenía y descendía. Él conoce el lugar en que necesito vivir para buscarle y conocerle mejor; y así usarnos en servirle en su Reino y pueblo. Él elige el lugar por mí. Al repartir la tierra, los israelitas lanzaban cuerdas para delimitar su territorio; el salmista exclama: “Tú sustentas mi suerte, Las cuerdas cayeron para mí en lugares agradables; en verdad mi herencia es hermosa para mí” (Sal. 16:5-7). Cuando existe la posibilidad de una mudanza, es necesario preguntar: “¿Hay un pueblo donde congregarte y servirle? ¿Tendrás amistades creyentes? ¿Tu nuevo empleo en ese lugar, te acercara a Dios? ¿Hay pastores que cuiden de tu alma?
5. Dios pone límites a mi habitación
Él es quien me guía. Él conoce cuál será mi dirección desde antes que yo la sepa. “Y de uno hizo todas las naciones del mundo para que habitaran sobre toda la faz de la tierra, habiendo determinado sus TIEMPOS señalados y los LIMITES de su HABITACION, para que buscaran a Dios” (Hch 17:25-28). Él Escoge dónde viviremos, pone límites en el lugar exacto donde vamos a vivir. En Su soberanía, Dios ordena y nos lleva a donde Él quiere. Nunca nos encontramos en un lugar por casualidad, sabiendo eso, estoy segura de que no me he mudado más de una docena de veces porque quiero. Dios había planeado desde antes de la fundación del mundo este momento. Él escoge por mí mi habitación y los tiempos de mudanza. Mi esposo y yo oramos por días, semanas y meses antes. Mi anhelo es conocer Su voluntad; hacia dónde quiere que vaya, que me mude y que viva.
6. Dios nos da sabiduría
Nos da la fuerza para empacar. Da los brazos esforzados y nos ayuda, “ahora, aunque el exterior se va desgastando, el interior se renueva” (2Co. 4:16). Nos ayuda con tantas cosas que resolver y actualizar. Aclara la mente cuando hay tantas cosas qué organizar y buscarles un lugar. Nos hace descansar y reposar cuando estamos agotados. Nos brinda un sueño reparador. Nos anima cuando estamos desalentados. En lo personal, me recuerda dónde encontrar algo. Esa sensación de buscar algo y no encontrarlo, de no saber dónde están, es un fuerte golpe en la memoria. La desorientación que sigue durante esos días, tiempo y proceso, por más etiquetas, nombres, y número de lugares que coloques, es abrumador. Pero Dios da la claridad e inteligencia para procesar y planear. Provee todo el gasto o costo a pagar. Nada nos faltará, Dios siempre va a proveer el arrendamiento, nunca nos va a dejar en vergüenza pues suplirá conforme a sus riquezas en gloria.
7. Mi hogar es un nombre: Jesús
Este es nuestro hogar temporal, no hemos llegado a Él, quien es nuestro hogar. “Y vivió Sara ciento veintisiete años; estos fueron los años de la vida de Sara. Y murió Sara. Extranjero y peregrino soy entre vosotros; dadme en propiedad una sepultura entre vosotros, para que pueda sepultar a mi difunta de delante de mí” (Gn. 23:2-4). Mientras más me mudo y vivo en una casa temporal, hay menos cosas que quiero colgar, o hacer permanentes; entiendo que este lugar es temporal, no quiero dar mi corazón para no atarme, porque no es mi verdadero hogar o lugar definitivo. Mi hogar es Jesús, soy como Abraham estoy de paso; somos peregrinos, vivimos en tiendas.
Aliéntese y anímese tu corazón
No te desanimes, no desmayes, no te abrumes (2Co. 4:16-18). Aparecerá el estrés de tener que memorizar una nueva dirección, nueva ciudad, nueva casa; deberás adaptarte a los ruidos, los supermercados al rededor, los ruidos de los animales y el no saber llegar a alguna dirección. Aun con todo eso, no te des por vencida, no te canses, no desfallezcas, persevera y resiste. Aunque estés desalentada, no debes quedarte allí, porque Cristo compró para ti en la cruz todas estas bendiciones. Es mi oración que el Señor te ayude a mantenerte en pie a pesar de las dificultades, que te ayude a confiar en Él. No mires a la mudanza, es decir, nos es más fácil dejar la mente correr libre, a lo incierto, a lo impredecible. No fijes tu mirada en la mudanza, no gastes tu energía enfocándote en las pruebas y sufrimientos. Por el contrario, enfócate en Dios, mira a Jesús. Es un problema si ponemos nuestros ojos en el problema y no nos acordamos de Dios. ¿Dónde están tus pensamientos? ¿En Dios o en las circunstancias? Elige confiar en Su divino plan y seguirle dondequiera que Él te guíe. Ora mucho antes, pregúntale si esa mudanza es Su Voluntad y no te preocupes, confía en Dios. Recuerda cada día: “Soy peregrina aquí, estoy de paso para publicar las mejores noticias en el evangelio, Dios es bueno en todo lo que hace, Su Voluntad es buena y es la mejor para mí”.