«Padres, no hagan enojar a sus hijos, no sea que se desanimen, sino críenlos según la disciplina e instrucción del Señor». Esta sola oración combina los dos pasajes más prominentes del Nuevo Testamento sobre paternidad y, como he dicho anteriormente (ver «Padres (y madres), ¡no provoquen a sus hijos!»), presenta una significativa advertencia a los padres: es posible que criemos a nuestros hijos de tal forma que los hagamos enojar y los desanimemos. Hay ocasiones cuando provocamos tanto a nuestros hijos que la ira es la reacción natural e inevitable. Hoy quiero ofrecer algunas formas en las que, como padres, podemos provocar en nuestros hijos ese tipo de ira y desánimo.

Bondad en lugar de santidad. Podemos provocar ira y desánimo en nuestros hijos cuando les enseñamos a ser buenos en lugar de santos, cuando nos preocupamos más por su buena conducta que su corazón santo. Muy fácilmente podemos contentarnos con hijos exteriormente morales en lugar de hijos interiormente santos. Podemos enfocarnos en la mala conducta en lugar del corazón pecaminoso que causa y disfruta de esa mala conducta. Esto a la larga hará que nuestros hijos se enojen y se desanimen porque verán que los estamos llamando a un estándar de conducta imposible, un estándar que no pueden alcanzar mientras su corazón no sea transformado primero. No solo eso, sino que verán la diferencia entre lo que enseña la Biblia y lo que nosotros promovemos, y caerán en una airada desesperación. Padres, no se conformen con buenos hijos sino oren por hijos santos, por hijos cuya buena conducta brota de un corazón transformado. Pastoréenlos con y hacia el evangelio en lugar de fastidiarlos con exigencias injustas e imposibles.

Hipocresía en lugar de autenticidad. Podemos provocar ira y desánimo en nuestros hijos cuando vivimos con hipocresía en lugar de autenticidad, cuando nosotros nos regimos por un estándar y los regimos a ellos por otro. Cuando permitimos esto, nuestros hijos verán que no tenemos un estándar firme y llegarán a creer que la fe cristiana solo llama a un cambio a ojos de los demás, no a los ojos de Dios. Pero Dios nos llama a disciplinar e instruir a nuestros hijos mediante la explicación y la demostración, explicando con palabras y demostrando con nuestra vida. Necesitamos vivir ante nuestros hijos de tal forma que no solo podamos decirles «haz lo que te digo», sino también «haz lo que yo hago». Necesitamos seguir el ejemplo del apóstol Pablo, quien osadamente podía decirles a otros: «Imítenme a mí, como yo imito a Cristo» (1 Corintios 11:1). (Ver «Las palabras más humildes»).

Duda en lugar de confianza. Podemos provocar a nuestros hijos cuando vivimos en gran duda en vez de gran confianza en el deseo de Dios de salvarnos. Existen todo tipo de cosas buenas que queremos para nuestros hijos, pero nada más que su salvación. Los padres podemos vivir con un temor paralizante de que Dios no salvará a nuestros hijos, y este temor tiene consecuencias: podemos volvernos ásperos y exigirles a nuestros hijos que se vuelvan a Cristo, o podemos volvernos manipuladores y constantemente rogarles o suplicarles que hagan una profesión de fe. Entonces nuestros hijos pueden enojarse y desanimarse porque verán que sus padres profesan la fe en un Dios soberano y bueno pero luego actúan como si Dios no fuera ni lo uno ni lo otro. La instrucción de Dios a los padres es que disciplinen e instruyan a sus hijos con la confianza de que Dios ama salvar al perdido y que él los salva a través de los medios designados: el evangelio. (Ver 1 Timoteo 2:4 y «Lo que agrada a Dios»). A medida que exponemos a nuestros hijos al evangelio mediante nuestra disciplina e instrucción, podemos esperar que el evangelio haga su labor. Necesitamos criar a nuestros hijos para que escuchen el evangelio proclamado y lo vean expresado en la forma de vivir.

Temor en lugar de valor. Podemos provocar a nuestros hijos cuando los criamos en temor en lugar de valor. Como padres es sabio proteger a los hijos alejando las malas influencias hasta que se desarrollen y maduren. Pero no es sabio proteger a los hijos para que nunca vean ni experimenten el pecado en sus horribles consecuencias. Muchos padres toman decisiones acerca de las relaciones, la iglesia, la educación, o el involucramiento de la familia basados en el temor. Pero la paternidad basada en el temor provoca a los hijos porque creamos un mundo ficticio, una burbuja que no refleja la realidad. No solo eso, sino que impedimos a nuestros hijos la experiencia de ver el pecado y sus consecuencias, la innegable realidad de que el pecado promete gozo y vida pero trae tristeza y muerte. Si bien necesitamos criar valientemente a nuestros hijos para que estén en el mundo pero no sean del mundo, no podemos hacer esto protegiéndolos completamente del mundo. Necesitamos proteger sabiamente a nuestros hijos, pero sin refugiarlos temerosamente.

Ira en lugar de paciencia. Podemos provocar a nuestros hijos a ira y causarles desánimo si los criamos con ira en lugar de paciencia. Muchos pueden testificar que sus padres usaban la ira o amenazaban con la ira como medio de corrección y castigo. La disciplina no se impartía con serenidad y autocontrol, sino con furiosas cachetadas o palabras cortantes. Y esto desde luego causa enojo. La ira de un padre causa la ira de su hijo. ¿Cómo no iba a hacerlo? Pero en este caso la ira del padre es injusta mientras que la ira del hijo es justa. Dios espera que disciplinemos e instruyamos a nuestros hijos con paciencia y bondad. Esto implica ser ejemplo de las mismas acciones, actitudes y palabras que queremos que ellos muestren.

Indiferencia en lugar de involucramiento. Podemos provocar a nuestros hijos cuando los criamos con indiferencia en lugar de involucramiento. Muy a menudo nos involucramos en la vida de nuestros hijos solo cuando están en problemas. Tenemos escasa relación real con nuestros hijos, pero llegamos de prisa durante los momentos de peligro, desobediencia o dificultad. Los padres a los que más quiero imitar son los que deliberadamente forman una amistad con sus hijos, quienes tienen la visión de que sus hijos adultos sean sus amigos y hermanos o hermanas cristianos, y luego trabajan deliberadamente por ese objetivo. Estos padres dedican tiempo y atención a sus hijos mientras estos son jóvenes, los crían con bondad y disciplina, y lo hacen en vista de la futura relación que anhelan tener. Padres, necesitamos buscar y hacer amistad con nuestros hijos. (Ver «Una inesperada bendición de la paternidad»).

Orgullo en lugar de humildad. Sin ninguna duda provocaremos ira y desánimo en nuestros hijos si los criamos con orgullo en lugar de humildad. Cada generación de cristianos al parecer tiene que redescubrir la fealdad del orgullo y la belleza de la humildad. Cada padre necesita descubrirlo también. El orgullo parental se manifiesta en un centenar de formas distintas, pero quizá nunca más claramente que en la renuencia a buscar el perdón de nuestros hijos. El orgullo nos convence de que pedir disculpas a nuestros hijos muestra debilidad, que les da poder sobre nosotros. ¡Nada podría estar más lejos de la verdad! La humildad nos convence de que el disculparnos con nuestros hijos muestra la mayor fortaleza, que ejemplifica el carácter mismo de Cristo. Inevitablemente pecaremos contra nuestros hijos, así que necesitamos pedir humildemente su perdón, confiando en que mientras Dios se opone a los orgullosos da gran gracia a los humildes (ver Santiago 4:6).

Sin duda hay muchas otras formas en las que podemos provocar a nuestros hijos de manera injusta y pecaminosa. Sin duda hay muchas otras formas en que realmente lo hacemos. Así que honramos a Dios y amamos a nuestros hijos al examinarnos a nosotros mismos y nuestro rol de padres para hallar nuestras tentaciones específicas. Cuando las encontremos, debemos confesarlas y arrepentirnos. Y entretanto, podemos confiar en que Dios elige manifestar su fuerza en nuestra debilidad, su poder en nuestra ineptitud.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés en Challies.com.

Tim Challies

Tim Challies es uno de los blogueros cristianos más leídos en los Estados Unidos y cuyo BLOG ( challies.com ) ha publicado contenido de sana doctrina por más de 7000 días consecutivos. Tim es esposo de Aileen, padre de dos niñas adolescentes y un hijo que espera en el cielo. Adora y sirve como pastor en la Iglesia Grace Fellowship en Toronto, Ontario, donde principalmente trabaja con mentoría y discipulado.

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