Lo que necesitamos para vivir una vida piadosa es sabiduría. Dios no nos dice el futuro, ni espera que lo adivinemos. Cuando no sabemos hacia dónde ir y tenemos que enfrentar decisiones difíciles en la vida, Dios no espera que andemos a tientas en la oscuridad tratando de encontrar Su voluntad en Su dirección. Él espera que confiemos en Él y seamos sabios. Ese es el tema de Proverbios, especialmente el capítulo 2. Observa los versículos 1-6: Hijo mío, si haces tuyas mis palabras y atesoras mis mandamientos; si tu oído inclinas hacia la sabiduría y de corazón te entregas a la inteligencia; si llamas a la inteligencia y pides discernimiento; si la buscas como a la plata, como a un tesoro escondido, entonces comprenderás el temor del Señor y hallarás el conocimiento de Dios. Porque el Señor da la sabiduría; conocimiento y ciencia brotan de Sus labios. El versículo cinco nos da la respuesta a la pregunta: “¿Qué es la sabiduría?”. La sabiduría es comprender el temor del Señor y hallar el conocimiento de Dios. En Proverbios, la sabiduría siempre es moral. El necio, a diferencia del sabio, no es un estúpido. El necio es aquel que no vive la vida a la manera de Dios. La sabiduría es conocer a Dios y obedecer Sus mandamientos, mientras que la necedad es darle la espalda a Dios para solo escucharte a ti mismo. Así que cuando hablamos de sabiduría, estamos hablando de algo que va más allá de las frases ingeniosas y de los buenos consejos. Estamos hablando de una manera de vivir que está profundamente centrada en Dios. La sabiduría bíblica implica vivir una vida disciplinada y prudente en el temor del Señor. Proverbios 2 no solo nos dice lo que es la sabiduría, sino también cuál debe ser nuestra actitud hacia ella. Deberíamos sentir un anhelo profundo por la sabiduría. Para el cristiano, la sabiduría es más preciosa que la plata o el oro. Imagina que alguien se acercara a ti esta noche y te dijera: “Voy a pagar todas tus deudas. Voy a saldar tu hipoteca. Me encargaré de todas tus cuentas. Te daré dinero para vacacionar. Te compraré una mansión y el carro que quieras. O… puedo hacerte sabio”. ¿Qué le dirías a esa persona? Si temes al Señor, tomarías la sabiduría sin dudar. ¿No es interesante que en las Escrituras nunca se nos llama a pedirle a Dios que nos revele el futuro ni que nos muestre Su plan para nuestras vidas? Pero sí se nos dice claramente que debemos clamar por sabiduría y buscar el entendimiento. En otras palabras, Dios nos dice: “No pidas ver todos los planes que he preparado para ti. Pídeme sabiduría para que aprendas a vivir como Yo te ordeno en Mi Palabra”. ¿Y cómo conseguimos esta valiosa sabiduría? Nuestro texto menciona tres maneras. La primera forma de obtener sabiduría es atesorando los mandamientos de Dios (v 1). La segunda es inclinando nuestro oído a la sabiduría (v 2). Y la tercera es pidiendo discernimiento (v 3). Para poner esto en un lenguaje más familiar, pudiéramos decir que obtenemos sabiduría leyendo nuestras Biblias (atesorando los mandamientos de Dios), escuchando buenos consejos (inclinando nuestro oído a la sabiduría) y por medio de la oración (pidiendo discernimiento). La segunda y la tercera son casi intercambiables porque cuando Dios nos da sabiduría, casi siempre lo da a través de otras personas. Pero para poder organizarnos, las estaremos viendo por separado. En este artículo veremos la primera manera.
El camino de la sabiduría: las Escrituras
La Palabra de Dios es viva y eficaz. Cuando leemos la Biblia, escuchamos a Dios con una seguridad que no encontramos en ningún otro libro y en ninguna otra voz. Podemos leer las Escrituras sabiendo que esto es lo que dice el Espíritu Santo. Y a medida que las leemos, las releemos, las meditamos y las digerimos, llegaremos a tener la “sabiduría necesaria para la salvación” (2Ti 3:15). Pero la Biblia no es un libro de casos. No nos da información explícita sobre el noviazgo o las carreras, o sobre cuándo empezar una iglesia o comprar una casa. Todos hemos deseado que la Biblia fuera ese tipo de libro, pero no lo es, porque Dios está más interesado en algo más que el hecho de que podamos cumplir con Su listado de tareas: Él quiere nuestra transformación. Dios no solo quiere que obedezcamos Sus mandamientos de manera externa. Él quiere que lo conozcamos tan íntimamente que Sus pensamientos se conviertan en nuestros pensamientos, Sus caminos en nuestros caminos, Sus deseos en nuestros deseos. Dios quiere que bebamos tan profundamente de las Escrituras que nuestras mentes y corazones sean transformados para que podamos amar lo que Él ama y odiar lo que Él odia. Romanos 12:1-2 es el texto clásico sobre este tipo de transformación espiritual: Por lo tanto, hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios, les ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta. Aquí hay tres mandamientos: (1) Ofrecer nuestros cuerpos como sacrificios vivos. (2) No amoldarnos al mundo actual. (3) Ser transformados mediante la renovación de nuestras mentes. Si hacemos estas tres cosas, podremos discernir cuál es la voluntad de Dios. Así funciona la vida cristiana. No hay atajos. No nos llegarán mensajes secretos diciéndonos si debemos retirar o no una materia. Dios quiere que nos ofrezcamos a Él por completo, que nos apartemos de los caminos del mundo y así seamos transformados. Solo entonces tendremos algo mejor que revelaciones especiales sobre el futuro. Tendremos sabiduría. Dios quiere que desarrollemos un gusto por la piedad. Mi esposa, Trisha, no aprecia mi —¿cómo decirlo?— paladar sensible. La verdad: soy difícil para comer. Hay demasiadas comidas que no me gustan, y puedo detectar muy fácilmente cuando hay algún ingrediente nuevo en una receta que ya es familiar. Mi bella esposa no recibe mis descubrimientos con mucho agrado, como cuando le digo: “Esta gelatina parece ser de fresa-banana, pero creo que me sabe a fresa-kiwi”. Soy fanático de la gelatina, al punto de comerme varias porciones casi cada domingo cuando era niño. Así que he desarrollado un gusto por la gelatina, ya sea sola o con nata o con helado. (Sí, puedes y debes comer gelatina con helado.) Es más, puedo identificar las diferentes marcas. Pero para desarrollar un gusto tan exquisito he tenido que comer esta delicia durante toda una vida. (También noto cuando mi esposa le pone poca mantequilla a los macarrones con queso y cuando usa germen de trigo al hacer las galletitas de chocolate, pero dejaré esa parte para nuestra consejería matrimonial). Así debiéramos ser con la Palabra de Dios. Debemos ingerirla y digerirla con tanta regularidad que lleguemos a desarrollar un gusto por la piedad. Eso es sabiduría. La sabiduría es la diferencia entre conocer a un biólogo de clase mundial que pueda escribir tus ensayos por ti y aprender de un biólogo de clase mundial para poder escribir ensayos como él. Muchos de nosotros queremos que Dios sea un académico de clase mundial que escriba nuestros ensayos y viva nuestras vidas, pero Dios quiere que nos sentemos a Sus pies y leamos Su Palabra para poder vivir una vida que refleje a Su Hijo. Dios no quiere revelarnos el futuro por una sencilla, pero profunda, razón: Nos convertimos en aquello que contemplamos. Dios quiere que le contemplemos en Su gloria para ser transformados a Su semejanza (2Co 3:18). Si Dios nos resolviera todo, no tendríamos que confiar en Él ni aprender a deleitarnos en Su gloria. Dios dice: “No te voy a dar una bola de cristal. Te voy a dar Mi Palabra. Medita en ella; contémplame en ella; sé como Yo”. Haz algo Link UTM: https://poiema.co/products/haz-algo?utm_source=SDJ&utm_medium=art%C3%ADculos&utm_campaign=SDJ&utm_id=SDJ&utm_term=SDJ&utm_content=Haz+algo Páginas 74-79 Puedes leer más artículos sobre este libro en El Blog de Poiema Publicaciones Link del Blog: https://blog.poiema.co/?utm_source=SDJ&utm_medium=art%C3%ADculos&utm_campaign=SDJ&utm_id=SDJ&utm_term=SDJ