Hace muchos años fui removido de la membresía de mi iglesia, y estoy agradecido con Dios por eso. Esto fue el inicio de testimonio de disciplina y restauración. Es muy probable que no esperaras escuchar ese comentario. Pero si la iglesia no hubiera honrado la Palabra de Dios, temo en pensar qué sería de mi vida y lo más importante, qué sería de mi alma hoy. El haber sido removido de la membresía de la iglesia de manera directa, permitió el trabajo restaurador de Dios en mi vida. Así que, ahora animo la implementación de la disciplina en la iglesia. Mientras lees y consideras mi testimonio, espero seas animado a ejercer apropiadamente la disciplina bíblica y amorosa cuando un compañero miembro de la iglesia no anda de acuerdo con lo que dice ser.
Mi historia
Mi historia es como la de muchos otros, crecí en una familia cristiana devota. Asistí a una iglesia que proclamaba el evangelio. En toda forma me veía y actuaba como un buen niño cristiano. Confesé mi fe en Cristo a temprana edad y fui bautizado unos años después. Era un miembro conocido dentro del grupo de jóvenes y tocaba en la alabanza. Incluso hubiera afirmado el evangelio y mi conversión si alguien me hubiera preguntado. Pero en un estado de desarmonía interna que solo el engaño del pecado puede explicar, simultáneamente estaba buscando los placeres de este mundo. Lo que inició con una obsesión por la pornografía y la masturbación, llevo a crecientes grados de inmoralidad y fornicación. Esta doble vida era agotadora y eventualmente mis transgresiones fueron expuestas. Al inicio tuve remordimiento frente a otros cristianos al ser confrontado en un intento de convencerles que estaba arrepentido. Pero mientras continuaba alimentando mi lujuria, mi corazón poco a poco fue endureciéndose y dejé de intentar cubrir mi pecado. Mi vida hipócrita era conocida por varios miembros de la iglesia, y yo no quería o sabía cómo cambiar. Ahí estaba yo, proclamando ser un cristiano, a fielmente a la iglesia y continuamente fornicando con ninguna o muy poca esperanza de arrepentirme. Los ancianos, la mayoría de los cuales me habían conocido la mayor parte de mi vida, pacientemente me amaron y suplicaron que cambiara pero yo continuaba abrazando mi pecado, la iglesia tomó la difícil y bíblica decisión de expulsar de entre ellos al malvado (1 Co. 5:13). Los siguientes seis o siete años fueron tristes, intenté encontrar mi satisfacción en la aprobación de otros y en el placer físico. Sin embargo, luego de que mi padre muriera acepté la invitación de asistir a una iglesia centrada en el evangelio donde la membresía y disciplina eran practicadas fielmente. Cuando comencé a asistir a esta nueva iglesia, revelé pronto el hecho de que técnicamente seguía en disciplina por parte de mi antigua iglesia. Los ancianos de ambas iglesias coincidieron y mi nueva iglesia aceptó tomar el cuidado de mi alma. Ambas iglesias modelaron la exhortación de Pablo en 2 Corintios 13 para buscar la restauración. Estaba leyendo mi Biblia, asistiendo a los servicios e intentando orar. Empecé también a vivir con dos hermanos de la iglesia. Aun así, nunca pensé poder decir “no” al pecado que había señoreado mis pensamientos y mi cuerpo por tanto tiempo. Aun cuando ya habían pasado meses de la última aventura tenía miedo. Pensaba que era inevitable que volviera a mis pecados del pasado. Nunca fui adicto a las drogas o a la bebida, pero sí al impulso persuasivo de estar de manera íntima con una mujer. Aun así, por primera vez en una década no tuve sexo, las semanas de celibato se convirtieron en meses mientras proseguía con dificultad. Incluso en contra de mi voluntad seguía en el camino correcto. Ese camino estrecho era protegido por amigos y ancianos amorosos. Después de 10 meses de arrepentimiento externo no estaba convencido que mi corazón hubiera cambiado, afirmaba que quería amar a Cristo más que a mi pecado, pero años de caer me habían enseñado a dudar de mí mismo. Eventualmente, tuve una entrevista para la membresía de la iglesia y creo que ese fue un punto de cambio. El anciano que me entrevistó escuchó mi historia de derrota e hizo una simple observación que hasta el día de hoy resuena en mis oídos: “Hermano, lo que tú me estás describiendo se llama arrepentimiento. Yo te recomendaré para la membresía de la iglesia”. Estas palabras cayeron sobre mí como una bomba de gracia. La duda disminuyó y la esperanza llenó mi corazón. Podía ver claramente que todo mi esfuerzo no me salvaría, de hecho, Dios había estado trabajando en mí a pesar de mis errores y fallos. Por la gracia de Dios, continué en la lucha contra el pecado y mi nueva iglesia afirmó que mostraba frutos de arrepentimiento. Fui aceptado como parte de la membresía e inicié a servir y participar. Unos meses después fui invitado a mi antigua iglesia un domingo por la mañana para compartir mi testimonio. Nunca olvidaré el momento en el que públicamente fui invitado a compartir de la mesa del Señor con ellos. Esta es la representación de restauración de la cual Pablo habla en 2 Corintios. Mi experiencia con la disciplina eclesiástica me deja con unas observaciones y exhortaciones:
Para los líderes de la iglesia
Líderes, honren la Palabra de Dios, saquen al hermano inmoral. Ustedes deben de rendir cuentas (He. 13:17) y no querrán ser el pastor que permite a lobos vivir entre ustedes y su rebaño. Enseñen a su congregación a considerar la Palabra de Dios como santa, sin importar cuan incómoda o poco popular sea la disciplina eclesiástica. Muéstrenles que para poder tener la unidad del evangelio también es necesario despedir a esos que están caminando en maneras que deshonran a Cristo.
Para los miembros de la iglesia
Miembros, honren la Palabra de Dios. Expulsen al hermano inmoral de entre ustedes. Pero no se laven las manos con ellos. Recuerdo el momento no mucho después de mi expulsión de la iglesia, me encontré con mi amiga Rebeca en medio de una reunión de estudiantes. Habíamos sido amigos en la iglesia por años, participamos juntos en el grupo de jóvenes, retiros, ministerio universitario, es decir éramos amigos de años. Pero esta vez las cosas fueron distintas. En lugar de nuestra conversación normal ella me preguntó acerca de mi alma. De alguna manera ella llena de gracia cuestionó lo que yo creía del evangelio de Cristo y el arrepentimiento de mi pecado. Fue extraño, pero fue amoroso y bíblico. Me sentí amado por ella incluso tras reconocer que la naturaleza de nuestra amistad fundamentalmente era distinta porque ya no pertenecía a su congregación.
Formas prácticas de aplicarlo
Brevemente, aquí hay unas maneras de cómo amar a alguien que está en un proceso de disciplina:
- Habla la verdad.
- Sé claro en que tu amor por él/ella no ha disminuído, pero que ahora está enfocado en el cuidado de su alma para la eternidad.
- Invítalos a comer, pero no a las celebraciones.
- No lo llames hermano o hermana.
- Invítalo, pero haz claro el punto que solo los creyentes “pertenecen”.
Reflexionando, me llama la atención cómo la disciplina eclesiástica beneficia no solo al creyente que no se arrepiente, sino también a la iglesia fiel. Es bueno para los cristianos cuando la Palabra de Dios es obedecida y honrada, incluso cuando es difícil y poco popular. Por naturaleza, la verdadera iglesia de Cristo es para seguidores comprados por Su sangre. Aunque la disciplina eclesiástica ha sido pintada como descorazonada y divisiva, realmente cultiva la unidad porque clarifica quién está en qué equipo. Hasta el día de hoy, yo no sé si era un creyente rebelde o un no creyente engañado. De cualquier manera, la disciplina de la iglesia sirvió para exponer mi hipocresía, me forzó a lidiar con lo que yo decía de Cristo. Dios utilizó la membresía y la exclusión para mostrarme que la vida en el mundo sin Dios es miserable y que mi única esperanza está en Cristo.