Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros (1 Jn. 1:8-10).
El apóstol Juan describe en este pasaje, dos maneras de confrontar nuestros pecados y las consecuencias de cada una de ellas. La primera, es no estar dispuestos a reconocer nuestra pecaminosidad (vv. 8, 10). La segunda, es una actitud humilde y franca de reconocimiento (v. 9). Es en esta última actitud que nos centraremos en este artículo.
Juan dice que: «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar los pecados y purificarnos de toda injusticia». «Confesar» significa literalmente, en la lengua griega, «decir lo mismo». Es decir, estar de acuerdo con lo que alguien más está diciendo. El contexto deja claro que confesar nuestros pecados significa coincidir con el diagnóstico de Dios respecto a nosotros, que somos pecadores y que hemos pecado.
Aunque la doctrina católica romana enseña la necesidad de la confesión auricular a un sacerdote para la absolución, el contexto de nuestro pasaje deja clara la enseñanza de Juan: debemos confesar nuestros pecados a Dios primero, pues sólo él puede perdonarnos y quitar nuestra culpa. Otros pasajes de las Escrituras nos enseñan que en ciertas ocasiones es necesario confesar nuestra culpa a las personas que han sido perjudicadas por nuestros pecados, para que sea restaurada la comunión que había sido interrumpida por nuestro error.
Lo que todos los verdaderos creyentes experimentan al confesar sus pecados, es que Él (Dios), es fiel y justo para perdonar los pecados y purificarnos de toda injusticia (v. 9). La palabra «fiel» significa propiamente «confiable».
Fidelidad o confiabilidad es uno de los atributos de Dios. Su fidelidad consiste en siempre cumplir lo que promete. Dios cumplirá sus promesas de perdón hechas a su pueblo, y que seremos limpiados con la sangre de Jesús (cf. v. 7), cuando humildemente le confesemos nuestros pecados. Así, sabemos que la certeza del perdón no es una cuestión de sentir que hemos sido perdonados, sino de la fidelidad de Dios a lo que prometió. Y no puede fallar. “Si fuéremos infieles, él permanece fiel” (2 Ti. 2:13).
Juan añade que «Dios es justo» para perdonar los pecados (v. 9). La muerte sacrificial de Jesús es ciertamente el telón de fondo a la afirmación de Juan aquí en el versículo 9, de que Dios es justo para perdonar nuestros pecados cuando los confesamos. Es decir, Dios hará lo que es justo: él nos perdonará y nos limpiará de toda maldad, pues nuestra culpa ya ha sido pagada por Jesucristo.
Juan menciona las dos cosas que el Dios fiel y justo hará si confesamos nuestros pecados: perdonarnos y purificarnos de toda injusticia. Primero, Dios es fiel y justo para perdonar los pecados (v. 9). Perdonar en la lengua griega tiene varios significados parecidos, como «despedir», «mandar», «cancelar», «aflojar», «abandonar», «dejar atrás», etc. Cuando se usa en relación con el pecado, o la iniquidad, significa «remitir» o «cancelar», de ahí la idea de «perdonar». Segundo, Dios es fiel y justo para purificarnos de toda injusticia (vv. 7, 9). El perdón de pecados y la purificación de la injusticia significan lo mismo. Sólo que esta última frase enfatiza otro aspecto del perdón de Dios, o sea, él quita las manchas y las consecuencias eternas del pecado en nuestra vida.
El perdón que Dios nos promete mediante la confesión no es un aliento para seguir pecando. La manifestación del perdón y de la gracia de Dios, busca una vida sin pecado. Quien abusa de la confesión como válvula de escape para el pecado, ciertamente nunca fue realmente perdonado por Dios y está engañándose a sí mismo.