Señor de toda la ley: cómo Jesús abordó los Diez Mandamientos 

Jesús no abolió los Diez Mandamientos, los cumplió en sí mismo y se reveló como su Señor.
Foto: Mo Rashidi (Unsplash)

La frase “Diez Mandamientos” no aparece en el Nuevo Testamento. Ni una sola vez. Lo cual puede resultar sorprendente para los creyentes gentiles de hoy en día, que han sido inmersos en una herencia judeocristiana y han adoptado una forma de pensar claramente judía.

Recorramos todas las preciosas palabras y enseñanzas que tenemos en el Nuevo Testamento —por medio de los Evangelios, los Hechos y las epístolas, que abordan una gran variedad de circunstancias y necesidades— y veamos que Jesús y Sus inspirados portavoces nunca hacen el llamamiento que se ha convertido en instintivo para algunos cristianos de hoy: “Guarden los Diez Mandamientos”. Si “obedecer los Diez Mandamientos” fuera esencial para la moralidad cristiana, o incluso un componente expresamente importante de ella, entonces Jesús y sus discípulos parecen habernos hecho un gran daño. Imaginemos lo diferente que se leería todo el Nuevo Testamento, empezando por el Sermón del Monte, si los Diez Mandamientos, tal y como aparecen en Éxodo 20 (o Deuteronomio 5), se adoptaran tal cual en la vida de los cristianos del nuevo pacto.

Además, la frase “Diez Mandamientos” (o “Diez Palabras”) aparece solo tres veces en el Antiguo Testamento (Ex 34:28; Dt 4:13; 10:4), lo que podría indicarnos que los Diez Mandamientos han adquirido un lugar en la mente de algunos que no solo es ajeno al aspecto cristiano de nuestra herencia, sino incluso a la parte judaica.

La expresión ‘Diez Mandamientos’ no aparece en el Nuevo Testamento, y en el Antiguo Testamento solo se menciona en tres ocasiones. / Foto: Lightstock

El diez perfecto

En las Escrituras hebreas encontramos algunas referencias más a las dos “tablas” en las que estaban escritos los Diez Mandamientos, pero no mucho más, y no con la importancia hermenéutica que podríamos suponer. Y cuando pasamos al Nuevo Testamento, encontramos a Pablo afirmando, en términos muy claros, que los cristianos, como cristianos, no viven según estas tablas, grabadas en letras sobre piedra, sino según el Espíritu (2Co 3:3, 6-7; Ro 2:27-29). Difícilmente podría hablar con más claridad que en Romanos 7:6: “Sirvamos en la novedad del Espíritu y no en el arcaísmo de la letra”.

En pasajes como este, el contraste entre lo antiguo y lo nuevo parece tan marcado que podríamos preguntarnos: ¿cómo pudo producirse un cambio tan drástico, pasando de Moisés y la letra, a Cristo y el Espíritu? La respuesta breve es que llegó el punto álgido de la historia. El Mesías mismo, no solo el hijo de David, sino el Hijo divino, vino entre nosotros en carne y hueso, enseñó y discipuló, murió y resucitó.

En las Escrituras hebreas encontramos algunas referencias más a las dos “tablas” en las que estaban escritos los Diez Mandamientos. / Foto: Lightstock

Jesús vino para cumplir lo que “lo antiguo” anticipaba y para inaugurar un nuevo pacto y una era fundamentalmente nueva de la historia. Sus seguidores no estarían bajo la administración anterior que había guardado al pueblo de Dios desde Moisés. Jesús mismo dice que no vino a destruir la ley y los profetas, sino a hacer algo aún más sorprendente: cumplirlos (Mt 5:17). Es decir, cumplirlos como profecía. No simplemente mantener los Diez Mandamientos en su lugar, o permanecer bajo ellos, o dejarlos intactos, sino cumplirlos, primero en Su propia persona y luego por medio de Su Espíritu en Su iglesia. No vino a desechar a Moisés, sino a cumplir a Jeremías, y al hacerlo, logró algo aún más radical: establecerse a Sí mismo como la autoridad suprema, poniendo la ley de Dios dentro de Su pueblo (en lugar de en tablas), escribiéndola en sus corazones (en lugar de en piedra) y haciendo que todo Su pueblo lo conociera (Jer 31:31-34).

Debido a que Jesús vivió y enseñó en el punto álgido de la historia, en esta transición definitiva de lo antiguo a lo nuevo, de la era de Israel a la era de la iglesia, debemos observar cuidadosamente las diferencias nuevas, y a veces sutiles, en el énfasis de Su ministerio y Sus enseñanzas, y confirmar nuestras lecturas en las enseñanzas de Sus apóstoles.

Como parte de este panorama más amplio, centrémonos aquí en cómo Jesús aborda los Diez Mandamientos. Es cierto que no se refiere a ellos como un conjunto llamado “los Diez Mandamientos”, pero en varios puntos clave de Su enseñanza hace referencia a mandamientos individuales de los Diez Mandamientos, por lo que podemos hacernos una idea de Su orientación general al reflexionar sobre Sus diversos abordajes.

En Mateo 5:17 Jesús mismo dice que no vino a destruir la ley y los profetas, sino a cumplirlos. / Foto: Jhon Montaña

1. Pero yo les digo (mandamientos 6, 7 y 9)

Pasamos primero al Sermón del Monte y a las llamadas “seis antítesis” de Mateo 5:21-48. Se trata de la enseñanza más programática de Jesús en relación con los mandamientos de los Diez Mandamientos, en el amplio contexto de “la ley y los profetas”.

Sin duda, los primeros oyentes de Jesús pudieron percibir los vientos de cambio en su mensaje, ya que enseñaba “como uno que tiene autoridad, y no como sus escribas”. (Mt 7:28-29). Así, en Su sermón más célebre, Jesús aclara que no ha venido a destruir lo antiguo ni a desechar los mandamientos, como tal. Más bien, ha venido a cumplir lo que la ley y los profetas han anticipado durante mucho tiempo, y ese cumplimiento en Sí mismo (como veremos), traerá una maduración y una culminación histórica de la salvación, no un retroceso.

De hecho, el pueblo del nuevo pacto de Jesús, llegará a vivir con la ayuda de tal poder espiritual que todos superarán a los que eran considerados la élite de la era anterior: “Porque les digo a ustedes que si su justicia no supera la de los escribas y fariseos, no entrarán en el reino de los cielos” (Mt 5:20). Jesús se hace eco de este desarrollo trascendental en la afirmación final de las antítesis: “Por tanto, sean ustedes perfectos [completos, teleioi], como su Padre celestial es perfecto” (Mt 5:48). La era anterior encarnaba una expresión real, aunque modulada, de las normas de Dios; la nueva, en cierto sentido, elevará las normas (Mt 5:31-32; 19:7-9; Mr 10:4-9; Lc 16:18) y proporcionará una ayuda mucho mayor (Jn 14:16, 26; 15:26; 16:7).

El Sermón del Monte se encuentra en Mateo 5:1–7:29. Las llamadas ‘seis antítesis’ aparecen específicamente en Mateo 5:21–48. / Foto: Jhon Montaña

De las seis antítesis que siguen, las cuatro primeras están vinculadas a uno de los Diez Mandamientos. La primera es el mandamiento 6: “No matarás” (Mt 5:21). La nota que Jesús destaca no es la continuidad, sino la culminación: “Pero Yo les digo [el Yo es enfático] que todo aquel que esté enojado con su hermano será culpable” (Mt 5:22). Aquí, podríamos decir, intensifica, profundiza o extrae del mandamiento negativo (“no matarás”) una implicación moral atemporal que el propio carácter de Dios impone a Sus criaturas. Anteriormente, Dios había expresado de una forma más acomodada las implicaciones morales de Su carácter; ahora, con la venida de Cristo, las normas de justicia, anticipadas por la ley, alcanzan su pleno desarrollo. Y, lo que es más importante, Jesús no lo extrae apelando a las Escrituras anteriores, sino que lo declara por Su propia autoridad: “Yo les digo”.

De manera similar, la segunda antítesis comienza con el mandamiento 7: “No cometerás adulterio”. Una vez más, Jesús dice: “Pero Yo les digo que todo el que mire a una mujer para codiciarla ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mt 5:28). En este punto, puede parecer que Jesús simplemente está “profundizando” en la ley, pero las antítesis restantes no encajan tan fácilmente en este patrón. En la tercera, expone la ley: “También se dijo: ‘Cualquiera que repudie a su mujer, que le dé carta de divorcio’. Pero Yo les digo…” (Mt 5:31-32).

Tanto “profundizar” como “exponer” son descripciones inadecuadas de la cuarta antítesis, que resume varios textos del Antiguo Testamento que amplían el mandamiento 9. De nuevo dice: “Pero Yo les digo…”, y al hacerlo, “simplemente barre todo el sistema de votos y juramentos que se describía y regulaba en el Antiguo Testamento” (Douglas Moo, La ley de Cristo como cumplimiento de la ley de Moisés, 349). La quinta y sexta antítesis amplían aún más el alcance, mostrando que Jesús está preparado para hablar con autoridad sobre una mezcla de la ley del antiguo pacto y la interpretación popular de Su época.

En las antítesis del Sermón del Monte, Jesús no solo recuerda mandamientos como “no matarás” o “no cometerás adulterio”, sino que los lleva a su plenitud con autoridad propia. / Foto: Unsplash

Lo que surge, entonces, no es un principio común para lo que Jesús está haciendo con los mandamientos del antiguo pacto para someter a Sus seguidores a ellos, sino la autoridad radical que reclama para Sí mismo tanto sobre las tradiciones humanas como sobre los mandamientos del antiguo pacto. Esto es, después de todo, lo que Mateo relata (y nos enseña) al final del Sermón:

Cuando Jesús terminó estas palabras, las multitudes se admiraban de Su enseñanza; porque les enseñaba como uno que tiene autoridad, y no como sus escribas (7:28-29).

Los escribas apelaban a la autoridad de las Escrituras, pero Jesús, con audacia, afirmaba una y otra vez Su propia autoridad. La afirmación clave es “Yo les digo”. El efecto predominante es la nueva supremacía de Jesús sobre todos los demás mandamientos (“han oído que fue dicho”), ya fueran las máximas aparentemente autoritarias de la época o incluso los mandamientos genuinamente autoritarios de Dios expresados en la era anterior.

El surgimiento de la autoridad de Jesús no significa en modo alguno la destrucción de lo antiguo, de modo que los seguidores de Jesús ahora tengan vía libre para asesinar, cometer adulterio y dar falso testimonio. Más bien, ahora, con la venida de Cristo, Él supera a Moisés y se convierte en el canal personal de la autoridad moral de Dios para Su pueblo en la nueva era y el nuevo pacto. Esto lo declarará de manera culminante en la Gran Comisión, basándose en que tiene “toda la autoridad” y en que la norma para hacer discípulos en todo el mundo es “todo lo que Yo [¡no Moisés!] les he mandado” (Mt 28:18-20).

Los escribas apelaban a la autoridad de las Escrituras, pero Jesús, con audacia, afirmaba una y otra vez Su propia autoridad. / Foto: Lightstock

2. De corazón (mandamientos 8 y 10)

En Marcos 7, Jesús hace una referencia pasajera a los mandamientos 8 y 10 (junto con los 6, 7 y 9). En los versículos 1-13, responde al desafío de los escribas acerca de que Sus discípulos comen sin lavarse las manos y, por tanto, no viven “conforme a la tradición de los ancianos” (versículo 5). Después de reprenderles por “violar el mandamiento de Dios para establecer [su] tradición” (versículo 9), reúne a un público más amplio para hablar con autoridad sobre un tema relacionado:

Escuchen todos lo que les digo y entiendan: no hay nada fuera del hombre que al entrar en él pueda contaminarlo; sino que lo que sale de adentro del hombre es lo que contamina al hombre (Mr 7:14-15).

En relación con los Diez Mandamientos, esto es un arma de doble filo. En primer lugar, como comenta Marcos, Jesús “declaró limpios todos los alimentos” (versículo 19), otra revelación asombrosa de Su autoridad que, como Dios-hombre, supera incluso los mandamientos divinos emitidos en la era anterior. En segundo lugar, Jesús aclara: “De adentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, avaricias [es decir, los mandamientos 6, 7, 8 y 10], maldades, engaños [mandamiento 9], sensualidad, envidia, calumnia, el orgullo e insensatez” (versículos 21-22). La desobediencia a los mandamientos 6 al 10 —y otros ocho pecados más— revela el corazón invisible, al que Jesús viene a abordar, condenar y transformar.

La venida de Cristo, con Su autoridad suprema, pone fin a las peculiares leyes alimentarias de Israel, pero no anula las normas morales eternas basadas en el carácter de Dios. De hecho, ahora la persona interior, “el corazón del hombre”, se ve más claramente como la fuente de la obediencia plena a los mandamientos 6 al 10, así como en áreas no abordadas por los Diez Mandamientos. Y todo esto con Cristo mismo en la posición de Legislador supremo, no como mero maestro de Moisés.

En Marcos 7, Jesús revela que la verdadera pureza no depende de lo externo, sino del corazón, mostrando Su autoridad suprema sobre la ley y los mandamientos. / Foto: Jhon Montaña

3. El primero y el segundo (mandamientos 1 y 2)

Buscaremos en vano los mandamientos 1 y 2 (Ex 20:3-6) en el ministerio de Jesús; sin embargo, lo encontramos mencionando un “mandamiento grande y primero” y uno “segundo”. Sin embargo, es notable que Jesús se salga de los Diez Mandamientos cuando hace afirmaciones tan superlativas.

Durante la semana de Su muerte, cuando un maestro de la ley de entre los fariseos le pregunta: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la Ley?”, Jesús no responde con Éxodo 20, sino con Deuteronomio 6:5 y Levítico 19:18:

Y Él le contestó: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente”. Este es el grande y primer mandamiento. Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas” (Mt 22:37-40)

En relación con nuestro tema, Jesús no eleva los Diez Mandamientos por encima de la Torá en su conjunto, sino que, en realidad, eleva otras partes de la Torá por encima de los Diez Mandamientos. Jesús se atreve a hacer el juicio interpretativo de que Deuteronomio 6:5 representa el primer y más importante requisito de Dios para Su pueblo, incluso mejor que el primer mandamiento de los Diez Mandamientos. Luego, por Su propia autoridad, nombrar el segundo como un oscuro Levítico 19:18 realmente debería hacernos sacudir la cabeza. Jesús demuestra así (1) una integridad en Su enfoque de la Torá, que no eleva los Diez Mandamientos por encima del resto de las Escrituras, sino que, en realidad, (2) identifica las realidades definitorias mejor expresadas en otros lugares, y todo ello (3) basándose en Su propia autoridad, no en un argumento exegético basado en la autoridad de Moisés.

Jesús no eleva los Diez Mandamientos por encima de la Torá en su conjunto, sino que, en realidad, eleva otras partes de la Torá por encima de los Diez Mandamientos. / Foto: Unsplash

4. Vive mucho tiempo en la tierra (Mandamiento 5)

Ahora llegamos al primero de los tres mandamientos individuales que quedan: el mandamiento 5, “honra a tu padre y a tu madre”, que no solo viene acompañado de una promesa, sino también de un contexto específico: “Para que tus días sean prolongados en la tierra que el SEÑOR tu Dios te da” (Ex 20:12).

Esto nos da la oportunidad de reconocer cuán claramente los Diez Mandamientos están arraigados en un momento histórico y una generación concretos: “Yo soy el SEÑOR tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre” (Ex 20:2). Los Diez Mandamientos continúan mencionando a los siervos y siervas, el ganado, los extranjeros, las puertas de la ciudad y el buey y el asno de tu prójimo. El quinto mandamiento se refiere a “la tierra” a la que se dirigen estos esclavos recién liberados en el desierto: Canaán. Sin duda, las aplicaciones a períodos posteriores de la historia son bastante intuitivas (como demuestra Pablo en Efesios 6:1-3), pero seguimos observando que Éxodo 20 está claramente arraigado en un momento determinado y no pretende ser otra cosa.

El quinto mandamiento también nos da la oportunidad de volver a examinar el diálogo de Jesús con uno de Sus interlocutores más famosos: el joven rico. Este se acerca a Jesús y le pregunta: “Maestro, ¿qué cosa buena haré para obtener la vida eterna?” (Mt 19:16). Esperamos que Jesús corrija rápidamente el error obvio: ¡un ser humano pecador no puede asegurarse la vida eterna con ninguna buena obra! Sin embargo, al igual que en las antítesis de Mateo 5, Jesús dirige magistralmente el encuentro hacia Su propia persona. Primero, de forma explícita: “¿Por qué me preguntas a Mí lo que es bueno?”. Luego, de forma implícita: “Solo Uno es bueno” (versículo 17).

El quinto mandamiento está arraigado en un momento histórico concreto, y en el diálogo con el joven rico Jesús dirige la atención hacia Su propia persona. / Foto: Lightstock

A continuación, Jesús aborda el error del hombre por medio de los mandamientos 6, 7, 8, 9 y 5, y mediante Levítico 19:18 (versículos 18-19). Con una presunción sorprendente, y tal vez con una honestidad entrañable, el hombre responde: “Todo esto lo he guardado. ¿Qué me falta todavía?” (versículo 20). Ahora Jesús vuelve al punto de partida del diálogo y a la lección principal de Su Sermón del Monte: Yo. “Si quieres ser perfecto [completo, teleios, igual que en 5:48], ve y vende lo que posees y da a los pobres, y tendrás tesoro en los cielos; y ven, sé Mi discípulo” (versículo 21). Jesús es la primera y última respuesta a la pregunta del hombre, y para abrir la mano y tomar a Jesús, el joven rico debe soltar sus muchas posesiones.

Aquí Jesús muestra la insuficiencia de los mandamientos para salvar. El hombre afirma haber cumplido todos los mandamientos, pero eso no es suficiente. Le falta una cosa: Jesús mismo.

5. Santificado sea Tu nombre (Mandamiento 3)

Encontrar el mandamiento 3 (“No tomarás el nombre del SEÑOR tu Dios en vano” [Ex 20:7]) en las enseñanzas de Jesús parece difícil al principio. No aparece ninguna cita exacta, aunque podríamos ver una conexión con la cuarta antítesis. Pero cuando ampliamos nuestra perspectiva a la preocupación de Jesús por “el nombre del Señor”, encontramos asociaciones omnipresentes. Nos cuesta encontrar muchas palabras más frecuentes en los labios de Jesús que nombre. La más memorable de todas es la petición inicial de la oración modelo de Jesús: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea Tu nombre” (Mt 6:9).

Jesús reverencia claramente el nombre divino, y en Su vida y ministerio no solo “toma el nombre del Señor” sin vanidad, sino que lo llena completamente en Su propia persona. En Jesús, “el nombre” no se recibe como un cascarón vacío, sino que se llena de toda la plenitud de la deidad en plena humanidad. Él es el primero en tomar el nombre sin vanidad ni carencia alguna y, por tanto, de manera notable, no solo habla del nombre de Su Padre, sino también, de manera inimitable y aún más a menudo, del propio. Advierte a Sus discípulos que dejarán “casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o hijos o tierras por Mi nombre” (Mt 19: 29) y que “serán odiados de todos por causa de Mi nombre” (Mt 10:22; 24:9). “Y el que reciba a un niño como este en Mi nombre, me recibe a Mí” (Mt 18:5), y “donde están dos o tres reunidos en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (Mt 18:20). Se podrían multiplicar los ejemplos de los Evangelios, especialmente de Juan.

De manera muy provocativa, Jesús se coloca a Sí mismo, como Hijo, junto a Su Padre y al Espíritu, como partícipes del singular nombre divino en Su Gran Comisión: “Hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28:19).

Jesús no solo honra el nombre del Padre, sino que llena de plenitud el mandamiento al identificarse con el mismo nombre divino. / Foto: Lightstock

6. Señor del sábado (Mandamiento 4)

Por último, y lo más escandaloso, está el mandamiento 4: “Acuérdate del día de reposo para santificarlo” (Éxodo 20:8, incluyendo los versículos 9-11). De los Diez Mandamientos, este es el más llamativo por el tono con que se trata en el Nuevo Testamento, incluyendo el ministerio de Jesús, así como en la lucha de la iglesia durante veinte siglos. En esencia, no encontrarás argumentos cristianos cuidadosos y razonables que entren en tal tensión con cualquiera de los otros Diez en su impulso moral central. Muchos estamos ansiosos por afirmar un principio de seis y uno en la creación, incluso si el mandamiento 4, en su expresión mosaica, no es vinculante para el creyente del nuevo pacto.

Aquí no es necesario abordar la pregunta “¿Deben los cristianos guardar el día de reposo?”, que se trata hábilmente en otros lugares. En cambio, hacemos énfasis en la sorprendente manera en que Jesús maneja el cuarto mandamiento y, al igual que las antítesis y la Gran Comisión, declara de nuevo Su supremacía sobre todo lo anterior, y en los términos más enérgicos.

Tras captar la querida invitación: “Vengan a Mí, todos los que están cansados y cargados” (11:28), Mateo relata: “Por aquel tiempo Jesús pasó por entre los sembrados en el día de reposo…” (12:1). Como observa Scott Hubbard: “El séptimo día marca el escenario de tantos enfrentamientos entre Jesús y los fariseos que cuando leemos algo como: ‘Era día de reposo […]’ (Jn 9:14), esperamos problemas”. Y así comienza.

El mandamiento del día de reposo ocupa un lugar único en el Nuevo Testamento, donde Jesús muestra Su autoridad suprema incluso sobre el sábado. / Foto: Lightstock

Los discípulos hambrientos arrancan y comen algunas espigas, y, como era de esperar, los fariseos, aunque de alguna manera guardan ellos mismos el día de reposo, están allí mismo para manifestar su desaprobación: “Mira, Tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en día de reposo” (12:2). Jesús responde magníficamente en múltiples niveles. Los hombres de David estaban exentos por estar con el ungido de Dios. Así también, en la propia ley (Nm 28:9-10), “los sacerdotes en el templo profanan el día de reposo” —realizando un holocausto todos los días de reposo— “y son inocentes” (Mt 12:5).

Jesús hace entonces lo que ahora podríamos esperar: no se somete a la ley ni la quema, sino que llama la atención sobre Sí mismo como la autoridad suprema. Y lo hace dos veces. Ambas son expresiones parcialmente veladas en el momento, pero claramente evidentes en retrospectiva. Versículo 6: “Les digo [fíjate de nuevo en el lenguaje] que aquí hay algo más grande que el templo”. Versículo 8: “El Hijo del Hombre es señor del día de reposo”.

Lejos de ser siervo del día de reposo, o su saboteador, Jesús es su Señor. Él es Señor del templo, Señor de los Diez Mandamientos y Señor de todo lo que vino antes (ya sean mandamientos divinos o tradiciones humanas) y de todo lo que vendrá después. Y así, vemos cómo Su invitación en Mateo 11:28-30 conduce suavemente a este episodio “en aquel tiempo” (12:1):

Vengan a Mí todos los que están fatigados y cargados, y yo les daré descanso.

Cristo mismo es y da el descanso culminante. El mandamiento 4, y los mandamientos 1 al 10, de hecho toda la ley y los profetas, profetizaron (Mt 11:13) de este que vendría, que es mayor que el templo, que David, que Salomón, que Jonás, y mayor que Moisés, que el día de reposo y que los Diez Mandamientos.

Señor de todo

Aquellos de nosotros que hemos sido educados con un gran aprecio por los Diez Mandamientos, o tal vez con una visión menos favorable del resto de las Escrituras, e incluso del mismo Cristo, podemos sentirnos en una especie de caída libre moral al reflexionar por primera vez sobre las implicaciones del señorío de Jesús sobre los Diez Mandamientos. Pero esa sensación de inquietud pasa rápidamente, y pronto recuperamos el equilibrio y la estabilidad moral, sobre un terreno aún más firme, y nuestra admiración por Jesús aumenta. Y en ese aumento se encuentra nuestro aprecio por la autoridad de Jesús y Sus palabras.

Jesús no solo superó a los fariseos en su comprensión de Moisés, sino que Él mismo impartió generosamente mandamientos y encargó a Su iglesia “guardar todo lo que Yo les he mandado”.

Él es verdaderamente el Señor: Señor del día de reposo, Señor de los Diez Mandamientos y Señor de todo.


Publicado originalmente en Desiring God.

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David Mathis

Es editor ejecutivo de desiringGod.org y pastor de Cities Churchin Minneapolis. Él es esposo, padre de cuatro hijos y autor de «Habits of Grace: Enjoying Jesus through the Spiritual Disciplines» (Hábitos de Gracia: Disfrutar a Jesús a través de las Disciplinas Espirituales).

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