[dropcap]P[/dropcap]ara el Señor es un deleite darnos lo que le pedimos en oración. Como David, todos deberíamos orar: «Escucha, oh Dios, mi oración; presta oído a las palabras de mi boca» (Salmo 54:2). Si los cristianos no creyeran en la eficacia de la oración, no habría razón alguna para que le pidiéramos algo a Dios. Él es quien nos dice que podemos estar seguros de que nuestras oraciones ascienden a él. «Esta es la confianza que tenemos al acercarnos a Dios: que, si pedimos conforme a su voluntad, él nos oye. Y, si sabemos que Dios oye todas nuestras oraciones, podemos estar seguros de que ya tenemos lo que le hemos pedido» (1 Juan 5:14-15). Aunque como cristianos hacemos mucho alarde de la palabra «todas» en esa afirmación, ¿qué tan a menudo realmente lo creemos?

El hecho es que nuestras oraciones a menudo son obstaculizadas. Hay veces cuando pareciera que nuestras oraciones no pasan más allá del techo; ocasiones cuando estamos de cara al suelo y sentimos que nuestras oraciones no llegan más alto que las fibras de la alfombra. Si bien podemos estar seguros de que Dios realmente oye nuestras oraciones, hay veces cuando él decide no atenderlas ni responderlas. En este breve artículo abordaremos seis razones por las que Dios puede no atender nuestras oraciones. Esta lista está incompleta, porque puede haber otras formas en que nuestras oraciones son estorbadas, pero estas son las formas más probables y significativas.

Es importante saber desde un principio que yo soy el único que puede estorbar mis oraciones. Tú eres el único que puede estorbar tus oraciones. Yo no puedo estorbar tus oraciones más de lo que tú puedes estorbar las mías. Y aunque podamos haber hecho mucho para obstaculizar nuestras oraciones, ni siquiera estamos necesariamente conscientes de ello. Así que veamos esto como seis advertencias de la Escritura.

Motivos egoístas

Todos los humanos son egoístas. Es parte de nuestra naturaleza humana que naturalmente consideremos nuestros propios intereses antes que los intereses de los demás. Y lamentablemente, a menudo consideramos nuestros propios intereses antes que los de Dios. En el pasaje anterior de 1 Juan 5:14-15, el apóstol nos dice que nuestra confianza resulta de pedir «conforme a su voluntad», la voluntad de Dios. Santiago exhorta de manera similar: «Y, cuando piden, no reciben porque piden con malas intenciones, para satisfacer sus propias pasiones» (Santiago 4:3).

Así que el primer obstáculo para nuestras oraciones son nuestros motivos. Debemos pedir conforme a la voluntad de Dios revelada en la Biblia. Solo debemos pedir cosas que se condigan con el carácter y la naturaleza de Dios. Debemos pedir cosas que sean para beneficio espiritual de nosotros o de la persona por la que oramos. Dios no responderá nuestras oraciones egocéntricas para beneficio personal.

Alejamiento de la Escritura

Si no pasamos tiempo sumergiéndonos en la Escritura y no estamos obedeciendo lo que hemos aprendido, no deberíamos esperar que Dios responda nuestras oraciones. Nuestra obstinación por ignorar las palabras vivificantes de la Biblia puede estorbar la respuesta a nuestras oraciones. Salomón incluso llega a decir que las oraciones desde un corazón tan endurecido son una abominación a Dios. «Al que aparta su oído para no oír la ley, Su oración también es abominación» (Proverbios 28:9, NBLH).

Cuando leemos las palabras de la Escritura, le pedimos e incentivamos a Dios a hablarnos. Él concede la comprensión que necesitamos para llevar una vida que lo glorifique, una vida cada vez más acorde a sus estándares de gracia y santidad. Si menospreciamos la importancia de esta disciplina y si desobedecemos lo que él enseña, él no responderá nuestras oraciones. Si no nos sometemos a la Escritura, puede que ni siquiera sepamos qué y cómo pedir. Nuestra oración es mejor y más efectiva cuando estamos inmersos en la Palabra de Dios.

Un corazón que no perdona

El cristiano ha sido perdonado por la mayor de las ofensas. Ha sido perdonado por transgredir la Ley de Dios a sabiendas, a propósito y sin arrepentirse. Y no obstante, a menudo tardamos en perdonar  a nuestros semejantes por las más pequeñas transgresiones. Aun los más grandes pecados cometidos contra nosotros son nada comparados con la manera en que nosotros pecamos contra Dios. Dios no honra esta actitud. En Marcos 11:25, Jesús dice: «Y cuando estén orando, si tienen algo contra alguien, perdónenlo, para que también su Padre que está en el cielo les perdone a ustedes sus pecados».

Nuestra constante seguridad de perdón delante del Padre en cierta forma depende de nuestra disposición a perdonar a los demás. Debemos estar atentos a nuestro corazón, para asegurarnos de no abrigar odio y resentimiento hacia los demás. Si tenemos esta actitud, deberíamos esperar que nuestras oraciones sean obstaculizadas.

Discordia familiar

La voluntad de Dios es que las familias vivan juntas en paz y armonía. Por supuesto, es imposible que vivamos en perfecta paz, pero Dios exige que mantengamos relaciones estrechas y que busquemos la armonía en nuestras relaciones familiares. Es principalmente la responsabilidad del padre, como cabeza del hogar, asegurar que no haya discordia al interior de la familia. Cuando existe esta discordia, especialmente en la relación entre esposo y esposa, las oraciones de él bien pueden ser estorbadas. El apóstol Pedro, quien era casado, exhortaba a los esposos a vivir con sus esposas de manera comprensible, siendo sensibles a las necesidades de ellas, «tratando cada uno a su esposa con respeto, ya que como mujer es más delicada, y ambos son herederos del grato don de la vida. Así nada estorbará las oraciones de ustedes» (1 Pedro 3:7).

La relación entre un esposo y su esposa debe reflejar la relación de Cristo con su iglesia. Debe ser una relación de absoluto amor, devoción y sacrificio. Si Cristo dio su vida por la iglesia, ¿cómo podría un esposo hacer menos por su esposa? Esto, desde luego, es imposible cuando la relación se ha enfriado o se ha roto. Por lo tanto, un hombre debería examinar su relación con su esposa para asegurarse de que esto no sea un estorbo para sus oraciones (y para las de ella).

Pecado no confesado

Tal como la falta de perdón puede estorbar nuestras oraciones, así también puede hacerlo el pecado en nuestra vida que nos hemos negado a confesar delante de Dios. «Si en mi corazón hubiera yo abrigado maldad, el Señor no me habría escuchado» (Salmo 66:18), dice el salmista. Antes de que concluyamos que  Dios simplemente no ha escuchado nuestras oraciones o que no es su voluntad darnos lo que pedimos, necesitamos examinar nuestro corazón para ver si el pecado no confesado forma una barrera entre nosotros y Dios.

Si bien necesitamos examinar nuestro corazón continuamente, también necesitamos pedirle a Dios que nos revele nuestro pecado. Deberíamos preguntarles a nuestros más cercanos qué han observado en nuestra vida. Aunque generalmente Dios revela el pecado mediante la lectura y la meditación en su Palabra, deberíamos darnos cuenta de que si no aprendemos la lección en la Escritura, puede que él deba recurrir a tácticas más ásperas, donde nuestro pecado queda expuesto delante de los demás, incluso en público. Si bien esto puede ser difícil y humillante, él lo hace porque nos ama y no desea que este pecado continúe corrompiéndonos y forme una barrera entre él y nosotros.

Dudas

Dios quiere que confiemos en su capacidad y disposición a proveernos lo que necesitamos para lograr la piedad. Él quiere que creamos que él puede y hará lo que dice. Por tanto, cuando dudamos, cuando pedimos esperando el rechazo y cuando pedimos casi con la esperanza del rechazo, obstaculizamos nuestras oraciones. «Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pídasela a Dios, y él se la dará, pues Dios da a todos generosamente sin menospreciar a nadie. Pero que pida con fe, sin dudar, porque quien duda es como las olas del mar, agitadas y llevadas de un lado a otro por el viento. Quien es así no piense que va a recibir cosa alguna del Señor» (Santiago 1:5-7).

Nuestras oraciones no pueden estar separadas de nuestra fe. Si vamos a pedirle a Dios, debemos hacerlo esperando, creyendo desde lo profundo del corazón que Dios puede y quiere dar lo que deseamos, ¡siempre que lo que deseemos realmente sea lo que necesitamos y lo glorifique a él! Debemos pedir con confianza y expectación, orando con la fe que él nos ha dado.

Conclusión

El capítulo 18 de Lucas está introducido con las siguientes palabras: «Jesús les contó a sus discípulos una parábola para mostrarles que debían orar siempre, sin desanimarse». Luego Jesús cuenta la parábola de la viuda insistente. Es una parábola pensada para enseñar la importancia de persistir en la oración. El deseo de Dios es que persistamos en nuestras peticiones ante él. Cuando pedimos y no recibimos, necesitamos examinarnos y preguntarnos por qué nuestras oraciones están siendo estorbadas. ¿Estaremos pidiendo de forma egoísta? ¿Nos habremos alejado de Dios, habremos abrigado falta de perdón en el corazón, o habremos ignorado algún pecado en nuestra vida? ¿O habremos permitido que la discordia se introduzca en nuestra familia? Estas preguntas pueden llevarnos de vuelta a la Palabra de Dios, guiarnos a un examen de nuestro corazón, y devolvernos a una dulce comunión con el Señor.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés en Challies.com.

Tim Challies

Tim Challies es uno de los blogueros cristianos más leídos en los Estados Unidos y cuyo BLOG ( challies.com ) ha publicado contenido de sana doctrina por más de 7000 días consecutivos. Tim es esposo de Aileen, padre de dos niñas adolescentes y un hijo que espera en el cielo. Adora y sirve como pastor en la Iglesia Grace Fellowship en Toronto, Ontario, donde principalmente trabaja con mentoría y discipulado.

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