¿Qué tienen que ver con nosotros las ruedas con ojos y los seres vivientes del libro de Ezequiel?

Las ruedas con ojos y los seres vivientes de Ezequiel no son solo imágenes extrañas: revelan que Dios reina incluso en el exilio, no habita con el pecado y estará con Su pueblo para siempre. Su gloria es inmutable y su presencia eterna.
Foto: Jhon Montaña

Aunque las imágenes sean extrañas, la visión de Ezequiel nos da valiosas lecciones sobre quién es Dios y cuál es nuestra relación con Él.

Casi ninguno de mis profesores en la universidad era cristiano. Sin embargo, en uno de los muchos cursos que tuve sobre literatura, una profesora hizo un comentario sobre el libro de Ezequiel que me llamó mucho la atención. “La visión del primer capítulo es fascinante; completamente surrealista”, dijo en una clase. Con esto quería decir que lo allí descrito sobrepasa la realidad ordinaria y sobrepasa lo real.

Sin duda se trata de algo completamente fuera de lo común.

En resumen, junto al río Quebar, Ezequiel vio un gran torbellino que venía del norte. En el torbellino había cuatro seres vivientes (llamados también querubines) que tenían cuatro rostros —hombre, león, buey y águila—, cuatro alas y pies de becerro. También había cuatro ruedas llenas de ojos, cuyo brillo era como el crisólito, que podían moverse en cualquier dirección y el Espíritu estaba dentro de ellas. Arriba había un firmamento de cristal, sobre el cual había un trono con la apariencia de zafiro con alguien sentado allí, cuyo aspecto era como el fuego rodeado de un resplandor semejante al arco iris.

Al final de la visión, el narrador nos dice que “tal era el aspecto de la semejanza de la gloria del SEÑOR”, por lo que Ezequiel cayó “rostro en tierra” (Ez 1:28). En otras palabras, sabemos que las imágenes aterradoras deben producir en nosotros la convicción de que Dios es sublime y le debemos adoración; que nuestra existencia finita no se compara con tanta majestad. Pero ¿hay algo más? ¿Podríamos extraer enseñanzas para nuestra vida cristiana del estudio de esta visión?

Creo que hay, al menos, tres grandes lecciones para nosotros hoy en esta visión, que aparece varias veces a lo largo del libro de Ezequiel.

El libro de Ezequiel aborda la destrucción y la restauración en favor de la santidad y la gloria de Dios. / Foto: Jhon Montaña

1. Dios reina en lo más lejano

Un elemento fundamental para comprender el significado de esta visión es el contexto histórico. Ezequiel ha sido desterrado junto a otros israelitas y llevado al exilio. Ya van cinco años desde que Babilonia deportó al rey Joaquín, por lo que todo parece desesperanzador. Dios tiene una misión para Ezequiel: llevarle al pueblo israelita en tierras extranjeras las malas noticias de que Jerusalén, junto con las personas que aún no han sido deportadas, será destruida (ver capítulos 2 – 4). Pero no todo son malas noticias, pues una vez que la ciudad cayera, comenzaría la restauración de Israel (ver capítulos 36 – 37).

¿Por qué el centro de la visión es “un trono”? Porque, en medio de la situación desesperanzadora de Israel, Dios muestra que Él sigue reinando. Si bien no podemos entender cada detalle de la visión, también es interesante que este trono esté siendo cargado por cuatro ruedas y que esté siendo escoltado por cuatro seres vivientes. Todo esto nos comunica la imagen de una carroza real encargada de llevar al Rey. Esta no es cualquier carroza: su majestuosidad se evidencia en que tiene la habilidad de moverse en cualquier dirección por tierra y aire y en que los rostros de los cuatro escoltas comunican grandeza —el león es el animal salvaje más temible, el toro el animal doméstico más fuerte, el águila es el ave más fuerte en los aires, y el hombre tiene dominio sobre la creación—.

Entonces, la imagen de la carroza real nos comunica que Dios reina sobre Su pueblo, incluso cuando este ha sido exiliado a una tierra extraña. Reina para traer castigo por la idolatría (y por eso destruirá Jerusalén), pero también reina para restaurar (y por eso les dará un nuevo corazón y levantará a muchos huesos secos de entre los muertos). Hoy quizás no tengamos la misma visión, pero sin duda estamos lejos de nuestra patria celestial y aquí, en donde sea que estemos y en la situación desafiante que enfrentemos, el Señor sigue reinando.

La visión de Ezequiel, capítulo uno, nos da valiosas lecciones sobre quién es Dios y cuál es nuestra relación con Él. / Foto: Jhon Montaña

2. Dios no habita con el pecado

Cuando llegamos al capítulo 8, leemos de una nueva visión. Un hombre semejante al que vimos en el capítulo 1 toma a Ezequiel y lo lleva hasta Jerusalén, específicamente hasta el templo, para que viera lo que allí sucedía. Lo que el profeta ve es terrible: primero observa una estatua en la entrada, conocida como “la imagen de los celos”. Luego, al adentrarse más, ve ancianos de Israel adorando ídolos en la oscuridad, creyendo que Dios no los ve. Más adelante, presencia a mujeres llorando por el dios Tamuz, una deidad pagana asociada con la fertilidad. Finalmente, en el atrio interior, observa a veinticinco hombres de espaldas al templo, adorando al sol hacia el oriente, lo que representa una total apostasía y desprecio hacia el verdadero culto a Dios.

¿Qué tiene que ver esta visión con la carroza real del capítulo 1? Bueno, lo que hay en el templo produce la ira de Dios, así que Él decide abandonar el lugar santísimo, donde siempre había habitado, y la ciudad de Jerusalén. Por eso, en los capítulos 10 – 11, Ezequiel ve de nuevo las cuatro ruedas y los cuatro seres vivientes, y vienen a Jerusalén para escoltar al Rey; Dios se sube a la carroza, sale del templo, luego de la ciudad y luego atraviesa el límite del monte de los Olivos. Esta narración es muy triste, pues nadie parece detener la carroza; a nadie parece importarle.

¿Qué aprendemos de esto? Que Dios no habita con el pecado. En palabras del apóstol Pablo: “¿Qué acuerdo tiene el templo de Dios con los ídolos?” (2Co 6:16). En cambio, nuestro Señor Jesús nos dijo: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5:8). ¡El Señor sí habita con aquel que es santo! Sin duda, todos seguimos luchando con el pecado, pero si hemos creído en Cristo, estamos capacitados para dejar progresivamente nuestra iniquidad y ser más como Él; podemos perseguir la “santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Heb 12:14).

En Ezequiel, capítulo 8, se registra una visión donde el profeta recorre el templo y observa la idolatría secreta y las abominaciones como Dios las ve. / Foto: Jhon Montaña

3. Dios estará con Su pueblo para siempre

Después de la caída de Jerusalén (capítulo 24), comienza el proceso de restauración de Israel. Primero, se pronuncia juicio en contra de las naciones enemigas y que son mala influencia para el pueblo de Dios (capítulos 24 – 32). Una vez que estos obstáculos son superados, viene una segunda fase: Israel es restaurado. Quizás los detalles que más recordamos de esta restauración es que recibe la promesa de un nuevo liderazgo de la descendencia de David (capítulo 34), un nuevo corazón de carne que obedece la Ley (capítulo 36) y un nuevo templo/ciudad en el cual habitar (capítulos 40 – 48).

Aquí no hay tiempo para explicar los diferentes debates escatológicos que se han hecho sobre Ezequiel 40 – 48. Basta con decir que, para la audiencia de Ezequiel, significaba que el pueblo restaurado viviría en un lugar perfecto, lleno de adoración a Dios y sin pecado. En estos 9 capítulos se describe una gran cantidad de detalles maravillosos, pero quiero enfocarme en el nombre de la ciudad. El último versículo de Ezequiel es este:

…y el nombre de la ciudad desde ese día será: “el Señor está allí” (Ez 48:35).

Más allá de todas las bondades que pueda tener un lugar regenerado en donde habite el pueblo, el más importante de todos es que Dios estará allí. Para nosotros, los cristianos, lo más importante del Cielo Nuevo y la Tierra Nueva descritos en Apocalipsis no es que haya calles de oro o que nos encontremos con algún familiar al que extrañemos. Lo más importante es que Cristo estará allí.

Bueno, ¿y qué tiene que ver todo esto con la visión de las ruedas y los querubines? Después de que Dios se va del templo en los capítulos 10 – 11, la carroza no vuelve a aparecer en todo el libro, sino una única vez, en el capítulo 43. Así como el Señor se fue del templo lleno de idolatría, ahora vuelve en Su carroza y entra en Él. Luego, en el capítulo 44, se nos dice que el Señor da una orden sobre la puerta del santurario: “Esta puerta estará cerrada; no se abrirá y nadie entrará por ella, porque el Señor, Dios de Israel, ha entrado por ella; por tanto permanecerá cerrada” (Ez 44:2). ¡Esto es increíble! Dios entra nuevamente al templo y cierra la puerta, para nunca más abrirla; dentro de Sus planes ya no está el volverse a ir.

¿Cuál es la lección?

Cuando un día estemos con Dios, ya nunca más nos apartaremos de Su presencia. Ya no hay pecado que pueda apartarnos, porque Él ha bloqueado la entrada el pecado. Así, cuando pensemos en las cuatro ruedas y los cuatro querubines, recordemos que el último viaje de la carroza real fue hacia la ciudad celestial, en donde habitará con nosotros, Sus hijos, por los siglos de los siglos.

David Riaño

David Riaño es editor general de BITE Project. Es parte del equipo plantador de la Iglesia Familia Fiel en Cajicá, donde también sirve en ministerios de enseñanza. Es Licenciado en Filología Inglesa y Magíster en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia. Disfruta tomar café y ver series con su esposa Laura.

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