¿Qué necesitas para aconsejar? – Parte 1

¿Qué voy a saber yo? ¡Soy una tonta! ¿Qué puedo ofrecer que tenga sentido? ¿Cómo puedo saber si estoy capacitada para aconsejar sabiamente a alguien?
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Me senté en una reunión para hablar sobre cómo podríamos ayudar a las mujeres en lugares difíciles para llevar a cabo el ministerio de mujeres. Pensaba: «¡Esto es una locura! ¿Qué tenemos que decir? ¿Qué podemos hacer? No tenemos nada que ofrecer ¿Qué pasa si hacen preguntas de las que no sabemos la respuesta? No soy lo suficientemente experimentada, lo suficientemente sabia o capaz de hacer esto». Sin embargo, no lo dije en voz alta, solo me senté y pensé en Proverbios 17:28: «Aun el necio, cuando calla, es tenido por sabio». Así que tuve todos estos pensamientos dando vueltas en mi cabeza, y no fue sino hasta el final del día que reflexioné al respecto.

El caso es que no es algo nuevo; recibo muchas preguntas. He recibido mensajes de texto en el que me preguntan: «¿Puede enviarme versículos de la Biblia que usted crea que sirvan para alguien que esté lidiando con… depresión, aflicción, malos hábitos, abuso de drogas? La lista es interminable. O mi bandeja de entrada de correo electrónico me notifica a cada momento con un nuevo mensaje en el que me preguntan qué haría en esta o aquella situación. ¿Qué sabiduría podría ofrecer? Es decir, ¿qué voy a saber yo? ¡Soy una tonta! ¿Qué puedo ofrecer que tenga sentido? Apenas puedo analizar lo que sucede en mi propio ministerio y en mi vida. No tengo idea de cómo aconsejar a alguien en África o América.

Si me descuido, podría tratar la Palabra de Dios como una enciclopedia o un catálogo de versículos especiales para problemas y situaciones particulares. No quiero simplemente ofrecer algunos versículos a alguien o enviar por correo electrónico algo trivial. Tomar a la ligera versículos de la Biblia puede ser un método simplista y peligroso de aconsejar. Cuando tratamos de hacer esto, corremos el peligro de hacer que los versículos de la Biblia se adapten a la situación, interpretando la Biblia a través del lente de nuestra vida en lugar de interpretar y ver nuestra vida y situaciones a través del lente de la Biblia. Necesito ser consciente de que mis palabras (incluso en un texto o correo electrónico) tengan peso y quiero señalarles bien a Cristo que es quien en realidad lo sabe todo y puede realmente ayudar.

Entonces, ¿cuánto tienes que saber para aconsejar sabiamente a alguien?

De seguro no soy la única que hace preguntas como estas. ¿Tienes que ser algún tipo de concordancia súper inteligente de la Palabra de Dios o haber asistido al seminario para aconsejar sabiamente? ¿Cuánto tengo que saber? ¡Cuanto más avanza mi edad, más cuenta me doy de que no sé nada!

Para poder responder de manera coherente, debemos comenzar a pensar sobre la diferencia entre lo que conocemos y lo que es sabiduría piadosa. Podrías ser la persona más educada en este lugar, pero ¿eso te hace sabio? Estaba leyendo un artículo de un hombre llamado John Bettler, y en él hablaba de cuatro clases de personas. En realidad fue útil, aquí está mi versión condensada de esas cuatro clases:

1. Tonto y aún más tonto

Recuerdas la película de 1994 (bueno, algunos de ustedes quizás nacieron en 1994–estoy consciente de mi edad). La historia era sobre dos chicos de buen corazón que básicamente no podían ser más tontos. «Tonto y aún más tonto» es el tipo de persona que no es la chispa más brillante y no aprende de sus errores o experiencias en la vida. Es un tonto necio.

2. Inteligente, pero tonto

Ya sabes, el tipo de persona realmente inteligente, pero sin sentido común. Mi hijo es uno de esos niños peculiares que tienen una calculadora en el cerebro. Sin embargo, en el segundo año en la escuela estaba fallando en matemáticas. Realmente me quedé atónita y le pregunté a su maestro: «¿De verdad está recibiendo la respuesta incorrecta?». Su respuesta fue histérica. Él me dijo: «No, todas sus respuestas son correctas, pero eso solo vale un punto. El caso es que obtiene dos puntos por el desarrollo de la respuesta y él no lo está haciendo». Él tiene que mostrar sus respuestas y cómo llegó a ellas. Él estaba fallando en matemáticas porque era demasiado aburrido escribir todo el trabajo en el papel. Inteligente, pero tonto.

3. Tonto, pero sabio

De hecho, tonto es un término demasiado duro y completamente incorrecto porque esta persona es inteligente y astuta, simplemente no tienen una tonelada de exámenes para demostrarlo. Puede que carezcan de calificaciones profesionales, pero si estás varado en una isla desierta, los quieres en tu equipo porque son buenos en todo. Por ejemplo, este puede ser un creyente sin iglesia que no sabe nada sobre la historia de la iglesia y nunca se ha sentado en una conferencia de teología sistemática. Aunque es posible que no tengan una educación académica adecuada, son muy inteligentes cuando tratan con personas y dan buenos consejos. Puede que no estén familiarizados con los pilares de la reforma teológica, pero ellos conocen al Señor, hablan bien su Palabra y apuntan a todos a Jesús. ¡Amamos a estos chicos!

4. Inteligente y también sabio

No estoy muy segura de que existan muchas personas «inteligentes y también sabias». Estas son las personas que saben mucho y lo viven. Ya sabes, esa persona en la iglesia a la que siempre acudes para hacerle la pregunta más difícil, pero que no solo tienen las respuestas, sino que también las viven en sus vidas. Caminando y hablando como Santiago 1:22: no son solo oidores sino hacedores de la Palabra.

Nuestra fuente de sabiduría

Cuando empiezo a pensar en las cuatro clases de personas que describe Bettler, puedo identificar a las personas que realmente encajan en cada categoría y creo que tiene mucho sentido. La cuestión es que no puedo evadir el Salmo 1 que murmura detrás de mi cabeza. El Salmo 1 tiene un enfoque más simple para las personas que Bettler describe. El Salmo 1 básicamente describe solo dos categorías de personas: «El necio» y «El hombre de Dios».

Entonces, ¿cuál es mi punto en todo esto y qué tiene que ver con la sabiduría que tenemos para compartir con alguien?

Quiero que reconozcamos que la fuente de nuestra sabiduría tiene que ser Dios. Sin Dios, somos necios, es así de simple. «Dice el necio en su corazón, ‘No hay Dios’. Se han corrompido, hacen obras abominables; No hay quien haga el bien» (Sal. 14:1). Él es la fuente de nuestra sabiduría y nos ayuda a hablar bien, y con sabiduría. Lo he dicho antes y lo diré de nuevo: no tenemos nada que traer a la mesa excepto a Cristo. Él es suficiente para cualquier situación con la que estemos lidiando. Necesitamos apoyarnos en él, confiar en él y en su palabra; es a él hacia quien debemos dirigir las personas.

«El Señor Dios me ha dado lengua de discípulo, para que yo sepa sostener con una palabra al fatigado. Mañana tras mañana me despierta, despierta mi oído para escuchar como los discípulos» (Is. 50:4).

La sabiduría se define como «la cualidad de tener experiencia, conocimiento y buen juicio; la cualidad de ser sabio». Dios es infinitamente sabio. Él no hace conjeturas inteligentes y no tiene teorías, simplemente lo sabe todo. Él sabe cosas antes de que sepamos que tenemos que saberlas. «Al único y sabio Dios, por medio de Jesucristo, sea la gloria para siempre. Amén» (Ro. 16:27).

¡Oh, profundidad de las riquezas y de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! Pues, ¿Quién ha conocido la mente del Señor?, ¿o quién llegó a ser su consejero?, ¿o quién le ha dado a Él para que se le tenga que recompensar? Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre. Amén. (Ro. 11:33-36).

Este Dios es en quien debemos confiar para obtener sabiduría cuando hablamos a la vida de las personas (y a la nuestra). Aquí es donde comenzamos, confiando en Dios y su sabiduría cuando hablamos en cualquier situación. Santiago nos recuerda en 1:5 de nuestra fuente de sabiduría. Él nos ayuda a entender la situación con la perspectiva correcta, viendo a través de la niebla de la confusión. «Pero si alguno de vosotros se ve falto de sabiduría, que la pida a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada» (Stg. 1:5).

Cuando se trata de hablar de situaciones difíciles, tenemos dos opciones: podemos no usar nuestro cerebro y hablar un montón de tonterías (el necio), o podemos ser la persona que confía y descansa en Dios, y no en nuestro propio entendimiento. Sé que puede ser aterrador involucrarse y hablar sobre la vida de alguien, y podemos usar muchas excusas para no hacerlo, pero si creemos que su Palabra es verdadera, poderosa y relevante hoy, debemos ayudar a otros a ver eso también mientras les conducimos a Cristo.

Entonces, si volvemos a nuestra pregunta del principio, ¿cuánto debes saber para poder aconsejar sabiamente a alguien? ¿La responderíamos diferente que antes?

Aquí hay algunas cosas que debemos recordar:

  • Confía en la Palabra de Dios: la Palabra de Dios es verdadera y relevante hoy.
  • Teme al Señor: necesitamos mantener nuestras mentes en él y la perspectiva temerosa de lo que sería la vida si dejáramos de confiar y depender de Dios.
  • Sé humilde: debemos reconocer humildemente nuestra dependencia de Dios, sabiendo que no somos la respuesta sino Cristo, y siempre señalar en palabra y obra a él.
  • Sé obediente: los sabios siguen la verdad. No solo son oidores de la Palabra, sino también hacedores de la Palabra.
  • Presenta y confía: confiar y depender completamente de él sin importar las circunstancias.
  • Ora: debes orar por sabiduría. Ora para que te sometas, ames y confíes en el Señor, pidiendo su sabiduría para guiarte en cualquier conversación y situación de la vida.

Un recurso para ampliar en este tema:

Paul David Tripp, Instrumentos en manos del Redentor (Graham, NC: Publicaciones Faro de Gracia, 2012).

Artículo original de 20Schemes | Traducido por María Andreina

Sharon Dickens

Sharon Dickens

Sharon es la Directora de Operaciones y Ministerio de Mujeres para 20schemes. Ella tiene más de 26 años de experiencia trabajando en la comunidad, principalmente con familias y gente que ha estado o están en riesgo de quedarse sin hogar.

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