El pacificador cristiano: un llamado más grande que evitar conflictos o hacer obras sociales

Ser pacificador no es evitar el conflicto, sino reflejar el carácter de Cristo en un mundo enemistado con Dios y en urgente necesidad del evangelio.
Foto: Envato Elements

William Wilberforce (1759–1833), movido por un amor profundo al evangelio de Jesucristo, dedicó su vida a una causa que transformaría para siempre la historia: la abolición de la esclavitud en el Imperio británico. Para él, la fe no era algo que se guardaba individualmente en el corazón y se expresaba solo con palabras, sino una convicción que transformaba la vida entera. No buscaba simplemente justicia social o actuar con altruismo; anhelaba honrar al Dios que había reconciliado consigo mismo a hombres pecadores. Su lucha contra la esclavitud fue una expresión concreta del poder del evangelio obrando en él, pues si él ya había encontrado libertad y paz con Dios a través de la cruz, ¿cómo no iba a extender esa misma redención a los esclavos?

En Cristo, hemos obtenido paz. Primero, “tenemos paz para con Dios” (Ro 5:1), de forma que ya no somos condenados; segundo, tenemos paz con los demás, pues Cristo derribó “la pared intermedia de separación” (Ef 2:14); tercero, tenemos paz con la creación, con la esperanza de que un día este mundo caído y corrompido, que “gime y sufre… dolores de parto” (Ro 8:22), será redimido. Pero la voluntad del Señor no es solo que recibamos esta paz para nuestro disfrute, sino que también la extendamos a otros, de la manera en que lo hizo Willberforce. Por eso, en el Sermón del Monte, Jesús declaró: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5:9).

Pero ¿qué significa ser pacificador? ¿Es lo mismo que evitar conflictos o hacer obras sociales? Reflexionemos en lo que no es un pacificador y lo que sí significa ser uno, a la luz del evangelio.

En Cristo, hemos obtenido nuestra paz. / Foto: Lightstock

Lo que no es un pacificador

La figura del pacificador puede ser fácilmente malinterpretada en nuestros tiempos. Muchos asocian esta palabra con una postura pasiva o con una entrega total a causas sociales, pensando que el cristianismo consiste simplemente en “hacer el bien” en el mundo.

Sin duda, el cristiano debe tener un corazón sensible hacia los huérfanos, las viudas y los extranjeros (Stg 1:27); el mismo Señor le dijo a Su pueblo en Deuteronomio 10:19: “Muestren, pues, amor al extranjero, porque ustedes fueron extranjeros en la tierra de Egipto”. Sin embargo, su vocación de pacificador no se limita ni se define por su participación en movimientos sociales, la filantropía o la militancia por la paz. Este cuidado de los vulnerables ocurre en el contexto de la familia, la comunidad y la iglesia, no necesariamente a través de una ONG u organización social.

El cuidado de los vulnerables comienza en el seno de la familia, la comunidad y la iglesia, no necesariamente a través de una ONG u organización social. / Foto: Unsplash

Tampoco significa que debamos estar en paz con todo el mundo a cualquier costo. La Escritura, en Romanos 12:18, nos instruye claramente: “Si es posible, en cuanto de ustedes dependa, estén en paz con todos los hombres”. Esto implica un esfuerzo genuino por vivir en armonía. Sin embargo, esto no siempre será posible. Jesús mismo dijo:

No piensen que vine a traer paz a la tierra; no vine a traer paz, sino espada. Porque vine a poner al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su misma casa. El que ama al padre o a la madre más que a Mí, no es digno de Mí; y el que ama al hijo o a la hija más que a Mí, no es digno de Mí. Y el que no toma su cruz y sigue en pos de Mí, no es digno de Mí. El que ha hallado su vida, la perderá; y el que ha perdido su vida por Mi causa, la hallará (Mt 10:34-39).

¿Qué quiso decir con eso? Que Su mensaje provocaría división. Por eso, hoy cristianos en todo el mundo (especialmente en lugares como Medio Oriente) son completamente rechazados por su familia al seguir a Cristo. La bienaventuranza de ser pacificadores está seguida por esta: “Bienaventurados aquellos que han sido perseguidos por causa de la justicia, pues de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5:10). Los apóstoles enfrentaron esa tensión cuando, al ser amenazados por predicar el evangelio, respondieron con firmeza: “Debemos obedecer a Dios en vez de obedecer a los hombres” (Hch 5:29). En ocasiones, la fidelidad a Dios traerá conflicto con otros.

Por tanto, concluimos que ser pacificador no es sinónimo de agradar a todos ni de comprometer la verdad para evitar el conflicto.

En ocasiones, la fidelidad a Dios traerá conflicto con otros. / Foto: Envato Elements

Lo que sí es un pacificador

El texto de Mateo 5:9 ha sido traducido de diferentes formas en nuestras versiones en español: “Pacificadores” (RVR1960), “los que trabajan por la paz” (NVI), y “los que procuran la paz” (NBLA), entre otras. Sin embargo, todas estas expresiones buscan capturar el sentido de una palabra griega muy particular: εἰρηνοποιοί (eirēnopoioí), que significa literalmente “hacedores de paz”. Esta palabra no hace referencia a una actitud pasiva, sino a una acción intencional. El pacificador, según Jesús, no es alguien que simplemente desea que haya paz, sino alguien que la hace, que la construye activamente. Es un agente de reconciliación, alguien que busca establecer relaciones correctas con los demás con base en los valores del evangelio.

¿Cuáles son esos valores? Primero, el amor tierno y genuino hacia los demás. Romanos 12:9-18 nos da un retrato completo de lo que esto significa: aborrecer lo malo, amar sin fingimiento, honrar a los demás, bendecir a los que nos persiguen, llorar con los que lloran, y procurar lo bueno delante de todos. Este es el carácter del verdadero pacificador: no busca su comodidad, sino el bien del prójimo, y lo hace desde el amor que ha recibido de Dios.

El pacificador, no es alguien que simplemente desea que haya paz, sino alguien que la hace, que la construye activamente. / Foto: Lightstock

Segundo, el pacificador desea profundamente que otros estén en paz con Dios. La palabra eirēnopoioí solo aparece dos veces en el Nuevo Testamento: en el pasaje de Mateo 5:9 y en Colosenses 1:20, donde Pablo declara que Dios reconcilió “todas las cosas consigo, habiendo hecho la paz por medio de la sangre de Su cruz”. Aquí el apóstol habla de paz entre Dios y el resto de la creación a través de la obra de Cristo, y no se trata solo de la ausencia de conflicto, sino la restauración de una relación. Por eso Cristo es llamado el “Príncipe de paz” (Is 9:6): Él vino a traer reconciliación entre el hombre y Dios. Justamente, nuestra misión en el mundo es extender esa paz al mundo pecador.

Tercero, el pacificador ama a sus enemigos. No solo tolera a quienes le causan daño, sino que los ama de forma activa y sacrificial. Pedro nos dice que “el amor cubre multitud de pecados” (1 P 4:8). Esto no significa ignorar la verdad ni encubrir el mal, sino tener una disposición constante a perdonar, soportar y buscar la restauración. En lugar de responder al mal con mal, el pacificador responde con gracia; evita que los errores ajenos se conviertan en raíces de amargura, buscando la paz incluso cuando ha sido ofendido.

Y este llamado no es algo temporal ni circunstancial. Hebreos 12:14 nos exhorta: “Busquen la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor”. Aquí “buscar” se usa para traducir la palabra griega διώκω (diṓkō), que lleva la idea de procurar, perseguir o buscar de persistente, incluso luchando, y haciéndolo hasta el final. Entonces, el pacificador no se cansa de buscar la reconciliación, aunque cueste e implique sacrificio. William Wilberforce es un buen ejemplo de ello, pero sin duda el mejor ejemplo es Cristo, quien llegó incluso hasta la muerte de cruz para lograr nuestra paz con Dios. ¿Estamos dispuestos a darlo todo por ver relaciones restauradas y corazones reconciliados?

El pacificador no se cansa de buscar la reconciliación, aunque cueste e implique sacrificio. / Foto: Lightstock

Llamados “hijos de Dios”

Finalmente, Jesús dijo que los pacificadores “serán llamados hijos de Dios”. Esta expresión no implica que nuestras obras como pacificadores nos convierten en hijos, como si fuera una condición para la salvación. Más bien, es una declaración de identidad: aquellos que hacen la paz reflejan el carácter de su Padre celestial. Así como un hijo se parece a su padre, el pacificador evidencia que pertenece a Dios porque actúa como Él. Dios no respondió al pecado del hombre con una destrucción inmediata, aunque habría sido justo hacerlo. En lugar de eso, proveyó un medio para la reconciliación: envió a su Hijo para morir por Sus enemigos.

Esta es la esencia del evangelio, y cuando nosotros vivimos como pacificadores, no estamos haciendo algo diferente a lo que Dios ya hizo. Solo estamos imitando Su corazón. Ser llamados “hijos de Dios” es el más alto honor: es el reconocimiento de que llevamos Su imagen en nuestras palabras, decisiones y acciones. Por eso, hacer la paz no es un deber impuesto desde fuera, sino una consecuencia natural de lo que Cristo ha hecho en nosotros.

David Riaño

David Riaño es editor general de BITE Project. Es parte del equipo plantador de la Iglesia Familia Fiel en Cajicá, donde también sirve en ministerios de enseñanza. Es Licenciado en Filología Inglesa y Magíster en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia. Disfruta tomar café y ver series con su esposa Laura.

Artículos por categoría

Artículos relacionados

Artículos por autor

Artículos del mismo autor

Artículos recientes

Te recomendamos estos artículos

Siempre en contacto

Recursos en tu correo electrónico

¿Quieres recibir todo el contenido de Volvamos al evangelio en tu correo electrónico y enterarte de los proyectos en los que estamos trabajando?

.