Si ver y abrazar la soberanía de Dios nos hace orar menos, todavía no hemos entendido Su soberanía ni la oración. La providencia no hace que la oración sea opcional o accesoria, sino vital e indispensable. No se trata de que Dios no pueda hacerlo de otra manera, pues Él hace todo lo que quiere como quiere. En realidad, el Dios soberano ha elegido, precisa y sabiamente, llevar a cabo muchos de sus planes en las oraciones de Su pueblo.
¿Hay alguien que ame y anuncie la soberanía absoluta de Dios como el apóstol Pablo? Y, sin embargo, él mismo dice en 2 Corintios 1:11: “Ustedes también cooperaron con nosotros con la oración, para que por muchas personas sean dadas gracias a favor nuestro por el don que nos ha sido impartido por medio de las oraciones de muchos”. También llama a los creyentes a “oren sin cesar” (1Ts 5:17) y a orar “en todo tiempo en el Espíritu, con toda perseverancia y súplica” (Ef 6:18).
Las páginas de la Escritura y de la historia están llenas del poder y la necesidad de la oración, porque el Dios todopoderoso ha decidido escucharla y responderla.
Ora porque Dios es soberano
La iglesia primitiva ciertamente no sentía ninguna tensión entre la soberanía de Dios y la oración. Su soberanía, de hecho, se convirtió en el gran fundamento e incentivo para la oración. Cuando alzaban sus voces juntas en medio de la persecución, se ponían en las manos soberanas de Dios: “Oh, Señor, Tú eres el que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay…” (Hch 4:24). Y no se detuvieron en la creación, sino que encontraron satisfacción en Su soberanía, incluso en el peor horror e injusticia de la historia:
Porque en verdad, en esta ciudad se unieron tanto Herodes como Poncio Pilato, junto con los gentiles y los pueblos de Israel, contra Tu santo Siervo Jesús, a quien Tú ungiste, para hacer cuanto Tu mano y Tu propósito habían predestinado que sucediera (Hch 4:27-28).
Y el hecho de que Dios hizo, predestinó y orquestó de manera soberana todas las cosas, no les impidió pedirle que hiciera algo nuevo en sus vidas. Con su siguiente aliento, oran así:
Ahora, Señor, considera sus amenazas, y permite que Tus siervos hablen Tu palabra con toda confianza, mientras extiendes Tu mano para que se hagan curaciones, señales y prodigios mediante el nombre de Tu santo Siervo Jesús (Hch 4:29-30).
Estos creyentes no dieron por sentada su propia valentía ni el plan de Dios. Tampoco esperaron pasivamente a que Dios hiciera una sanidad. No supusieron que sus oraciones tenían poca importancia en Su providencia. Al contrario, oraron porque sabían que la oración es una parte vital de Sus planes soberanos. Sabían que la oración realmente cambia las cosas, y que el Dios soberano siempre había planeado responder a la oración.
Observa lo que Dios hace en respuesta a sus oraciones: “Después que oraron, el lugar donde estaban reunidos tembló, y todos fueron llenos del Espíritu Santo y hablaban la palabra de Dios con valor” (Hch 4:31). En primer lugar, Dios responde a su petición concreta. Hablaron la verdad con la valentía por la que habían orado. Pero, más allá de responder a su oración inmediata, Dios sacudió el edificio en el que habían orado. ¿Por qué lo hizo?
Parece que el Dios soberano quería decirles lo mucho que amaba escuchar sus oraciones, y lo cuán dispuesto estaba a responder.
Seis beneficios de orar a un Dios soberano
“Aquí está, pues, el propósito de la oración”, escribe A.W. Pink, “no para que la voluntad de Dios sea alterada, sino para que se cumpla a Su tiempo y manera” (La soberanía de Dios, 172). No oramos como si Dios necesitara algo de nosotros, “puesto que Él da a todos vida y aliento” —incluidas nuestras oraciones— “y todas las cosas” (Hch 17:25). Oramos porque Dios satisface necesidades reales, profundas y desesperadas del mundo a través de nuestras oraciones, y porque Él satisface necesidades reales, profundas y desesperadas en nosotros cuando oramos.
Juan Calvino, en la Institución de la religión cristiana, destaca brevemente seis grandes beneficios de orar a un Dios soberano (3.20.3). No se trata de razones para orar, sino simplemente del feliz fruto de toda una vida de inclinarse ante el trono de la providencia. ¿Por qué Dios decide dirigir gran parte del mundo y de la historia a través de la oración? En parte, porque anhela bendecir a Sus necesitados, finitos y elegidos hijos, y bendecirnos mucho más allá de nuestras escasas expectativas e imaginaciones.
Así que, además de la realidad de que Dios realmente responde a la oración y de que nos manda orar, ¿qué otras razones de bendición tenemos para orar a nuestro Dios soberano?
1. Para que nuestros corazones estén más unidos al Suyo
Primero, para que nuestros corazones se enciendan con un deseo celoso y ardiente de buscarlo, amarlo y servirlo siempre, mientras nos acostumbramos en cada necesidad a acudir a Él como a un ancla sagrada.
Pocas cosas alimentarán nuestro deseo y amor por Dios como la oración, y pocas cosas agotarán nuestra determinación y pasión espiritual como la falta de oración. Fíjate en la mezcla de alegría y oración en el Salmo 37:4-7:
Pon tu delicia en el Señor,
Y Él te dará las peticiones de tu corazón.
Encomienda al Señor tu camino,
Confía en Él, que Él actuará…
Confía callado en el Señor y espera en Él con paciencia.
El deleite en Dios se derrama en la oración a Él, estando quietos en Su presencia, encomendando nuestro camino a Él y exponiendo los deseos de nuestro corazón ante Él (el salmo mismo es una oración). La oración a Dios aumenta nuestro placer y deseo por Él. La oración también nos recuerda constantemente que, en Cristo, tenemos un “ancla del alma, una esperanza segura y firme” (Heb 6:19).
Jesús dice: “Si permanecen en Mí, y Mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y les será hecho” (Jn 15:7). Una mayor comunión con Jesús aumenta la eficacia de nuestras oraciones, a menudo simplemente alineando nuestros corazones y peticiones con los suyos. Cuando nuestros corazones están alineados con el suyo —cuando estamos más satisfechos con Dios y Su gloria— buscaremos, recibiremos y disfrutaremos más de Él, especialmente en la oración.
2. Para que nuestros deseos sean purificados
Para que no entre en nuestro corazón ningún deseo y ninguna voluntad de la que nos avergoncemos de hacerle testigo, mientras aprendemos a poner todos nuestros anhelos ante Sus ojos, e incluso a derramar todo nuestro corazón.
La oración fiel pone al descubierto los deseos miopes, egoístas o terrenales que hay en nosotros. Cuando desnudamos nuestro corazón ante Dios, a menudo sentimos lo extraviados que pueden estar nuestros anhelos. Santiago nos advierte del peligro de estos impulsos caprichosos:
¿De dónde vienen las guerras y los conflictos entre ustedes? ¿No vienen de las pasiones que combaten en sus miembros? Ustedes codician y no tienen, por eso cometen homicidio. Son envidiosos y no pueden obtener, por eso combaten y hacen guerra. No tienen, porque no piden. Piden y no reciben, porque piden con malos propósitos, para gastarlo en sus placeres (Stg 4:1-3).
¿Cómo podemos hacer la guerra a estos deseos rebeldes? Santiago continúa: “Por tanto, sométanse a Dios. Resistan, pues, al diablo y huirá de ustedes. Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes. Limpien sus manos, pecadores; y ustedes de doble ánimo, purifiquen sus corazones… Humíllense en la presencia del Señor y Él los exaltará” (Stg 4:7-8, 10). ¿Y qué mejor que la oración para humillarnos (reconociendo lo caprichosos que pueden ser nuestros deseos), someternos (entregando todo lo que somos y tenemos a los deseos de Dios), y acercarnos a Él?
Orar a un Dios soberano también nos recuerda que incluso nuestros deseos y peticiones más nobles y puros pueden quedar sin respuesta. Su providencia nos asegura que, si no responde, ya sea inmediatamente o del todo, es porque tiene un plan mejor. Por muy dolorosas que puedan ser las oraciones sin respuesta, son mucho más soportables (incluso extrañamente preciosas) cuando sabemos que el Dios que nos ama está omnipresente y meticulosamente en control de todas las cosas, obrando para nuestro bien.
3. Para que estemos mejor preparados para dar gracias
Para que estemos preparados para recibir Sus beneficios con verdadera gratitud de corazón y acción de gracias, beneficios que nuestra oración nos recuerda que vienen de Su mano.
La oración puede hacernos más conscientes de todo lo que Dios hace por nosotros y a nuestro alrededor, y esa conciencia multiplica nuestros motivos de acción de gracias. El apóstol Pablo hace explícita esta conexión: “Ustedes también cooperaron con nosotros con la oración, para que por muchas personas sean dadas gracias a favor nuestro por el don que nos ha sido impartido por medio de las oraciones de muchos” (2Co 1:11).
“Toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto” (Stg 1:17). “Él da a todos vida y aliento y todas las cosas” (Hch 17:25). La oración nos abre cada vez más los ojos a todo lo que Él da, específicamente a aquello que ha respondido de nuestras oraciones, pero también a todas las bendiciones no pedidas que derrama sobre nosotros, las cuales van más allá de lo que hemos pedido.
4. Para que sintamos el peso de Su bondad
Para que, habiendo obtenido lo que buscábamos, y estando convencidos de que ha respondido a nuestras oraciones, seamos llevados a meditar en Su bondad más ardientemente.
¿Cuándo fue la última vez que Dios respondió claramente a una de tus oraciones? ¿Recuerdas alguna vez en la que algo por lo que oraste haya sucedido realmente, y las circunstancias te hayan hecho llegar a la conclusión de que sucedió porque oraste? En ese momento, el cielo se asoma entre las nubes de todo lo que sufrimos y soportamos para recordarnos que tenemos un Padre todopoderoso y atento. Mi esposa y yo acabamos de experimentar un momento así, después de meses de orar por un logro particular en nuestra familia.
Para quien está en Cristo, la bondad de Dios no es una experiencia marginal u ocasional. Es toda la atmósfera de nuestra experiencia, toda nuestra experiencia, y siempre será así. Dios nos ha salvado “a fin de poder mostrar en los siglos venideros las sobreabundantes riquezas de Su gracia por Su bondad para con nosotros en Cristo Jesús” (Ef 2:7). Las oraciones respondidas son destellos brillantes, como rayos, que anuncian la bondad siempre presente de Dios, que nunca se agota.
Cada vez que oramos, pedimos un nuevo destello, una nueva sensación de Su sorprendente gentileza y afecto, una nueva ocasión para que nuestros corazones egoístas, impacientes y quejumbrosos despierten y vean Su bondad.
5. Para que podamos confirmar Sus soberanas promesas
Para que el uso y la experiencia puedan, según la medida de nuestra debilidad, confirmar Su providencia, mientras comprendemos que, Él no solo promete nunca fallarnos y que por Su propia voluntad nos abrirá el camino para invocarlo en momento mismo de la necesidad, sino que Él también extiende siempre Su mano para ayudar a los Suyos.
Cuando oramos, confiamos en lo que Dios ha dicho: que nos escuchará, nos responderá, nunca nos fallará ni nos enviará nada que no sea finalmente bueno para nosotros, y cumplirá todas sus promesas, incluidas las relativas a la oración. Jesús dice a Sus discípulos:
Así que Yo les digo: pidan, y se les dará; busquen, y hallarán; llamen, y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá (Lc 11:9-10).
Cuando oramos, nos tomamos en serio cada una de esas promesas. Esperamos que nuestro Padre celestial nos dé buenos regalos (Lc 11:11-13), ya sea lo que pedimos o lo que sea mejor para nosotros.
Así pues, la oración demuestra la fidelidad de Dios, ya que responde a nuestras oraciones específicas (con Su sabiduría y en el momento oportuno) como dijo que lo haría. Sin embargo, la oración también nos permite confirmar cualquier otra promesa de Dios. Calvino dice: “Todo cuanto se nos promete que esperemos del Señor, también se nos manda que lo pidamos en oración” (3.20.2). Una de las formas como la oración sirve a la providencia de Dios y a nuestra alegría en Él, es invitándonos a suplicarle que haga todo lo que ha prometido en la Escritura.
6. Para que estemos más satisfechos en Dios
Para que al mismo tiempo abracemos con mayor deleite las cosas que reconocemos haber obtenido por medio de la oración.
Dios ha hecho la oración para servir y engrandecer la alegría. Precisamente esto es lo que dice Jesús a Sus discípulos: “En aquel día no me preguntarán nada. En verdad les digo, que si piden algo al Padre en Mi nombre, Él se lo dará. Hasta ahora nada han pedido en Mi nombre; pidan y recibirán, para que su gozo sea completo” (Jn 16:23-24). La oración no solo expone la bondad de Dios e inspira una mayor gratitud hacia Él, sino que también enciende nuestra alegría en los dones que Él da, lo que hace crecer un gozo aún mayor en Él como dador. Las oraciones respondidas son el fuego que enciende la felicidad verdadera y duradera.
A medida que crece nuestra alegría en Dios, Su gloria se eleva cada vez más en nuestra vida. Creemos que Dios es más glorificado en nosotros cuando estamos más satisfechos en Él. Así, si la oración enciende una satisfacción más cálida e intensa en nuestras almas, también exalta la sabiduría, el poder y el valor de Dios. A medida que pedimos, recibimos y nos alegramos, y Él obtiene más y más gloria, que es el único gran propósito de la historia y de cada uno de nosotros en ella.
Entonces, si Dios es soberano, ¿por qué debemos orar? Cuanto más exploremos el dinámico y vibrante matrimonio entre la providencia y la oración, más preguntaremos en cambio: ¿cómo no vamos a orar?
Este artículo se publicó originalmente en Desiring God.