Una característica de un sermón exitoso es que responde satisfactoriamente algunas preguntas mientras que suscita otras. El domino visité una pequeña iglesia en una villa al este de Ontario y escuché un sermón de ese tipo. El pastor predicó sobre Efesios 4 como parte de una serie sobre la identidad del cristiano en Cristo, pero al continuar en el texto, apenas pudo hablar del verso 30: «No entristezcan al Espíritu Santo de Dios, con el cual ustedes fueron sellados para el día de la redención» (RVC). Más tarde yo me preguntaba, ¿qué significa entristecer al Espíritu? Mi reacción inicial a la palabra «entristecer» en referencia al Espíritu Santo fue negativa: sin duda el Espíritu de Dios en realidad no se entristece, ¿verdad? Quizá sea una mala traducción. ¿No es la tristeza una reacción demasiado humana para atribuírsela al Dios santo? ¿No aminora al Espíritu sugerir que mi pecado puede hacerle sentir una genuina tristeza? Afortunadamente, en mi viaje llevo toda mi biblioteca teológica gracias a la magia de Logos, así que primero pude meditar en el texto y luego investigarlo un poco. Lo que encontré es que de hecho es una traducción muy fiel. En efecto, es la traducción preferida de la palabra de las principales versiones, nuevas o antiguas; la excepción es la Biblia NVI, que prefiere la palabra agraviar. Los diccionarios bíblicos concuerdan: el término griego λυπέω indica, tristeza, pesar, angustia. Así que, de alguna forma nuestro pecado realmente puede causarle tristeza a Dios y, según el contexto inmediato, esto es especialmente cierto para los pecados de la boca que causan desunión entre los creyentes. No obstante, me alegré al ver que Bryan Chapell simpatizaba con mi inmediata reacción negativa a la tristeza divina: «La palabra desafía nuestra teología tanto como anima nuestro corazón. No estamos acostumbrados a pensar que nuestros pensamientos y acciones afecten el corazón de Dios. Incluso hay aspectos de nuestra teología que nos hacen cuestionarnos si es apropiado pensar de esta forma. No obstante, el apóstol, bajo la inspiración del Espíritu Santo, habla con extraordinaria intimidad acerca de la naturaleza de nuestro Dios y su afecto por nosotros». Necesitamos recordar que el Espíritu Santo no es una deidad distante y abstracta y ciertamente no es una fuerza impersonal. No, el Espíritu Santo es una persona, porque solo un ser genuino y personal es capaz de este tipo de pensamiento, sentimiento y emoción. De hecho, cuando entendemos que el Espíritu es una persona, solo deberíamos sorprendernos si no sintiera o no pudiera sentir tristeza ante nuestro pecado. «Existe cierta emotividad en la consideración de que el propio Espíritu Santo, aquel que es nuestro Confortador (Juan 14-16), se entristece por nuestro pecado». Por lo tanto, hacemos bien en considerar la magnitud de nuestras ofensas contra Dios que podrían causarle tanta tristeza. Los pecados que le causan desunión a la iglesia también le causan tristeza al Espíritu Santo. Una vez más, Chapell dice: «El mimo Espíritu que convence mi corazón de pecado, genera en mí el amor a Dios, me da el nuevo nacimiento, me otorga la percepción de la belleza de la gracia en el mundo, y sella mi redención hasta la venida de mi Señor; este mismo Espíritu que me ama tan íntima y perfectamente, puede entristecerse por causa mía». También debemos observar lo que Pablo no dice, porque en ello se encuentra consuelo. Pablo no amenaza con el abandono. Clinton Arnold señala este punto y concluye: «Bajo el nuevo pacto, el Espíritu no se retira cuando se comete pecado. Más bien, el Espíritu se entristece profundamente. Pablo presenta esto como una verdad que debería motivar a los creyentes a no entregarse a sus deseos pecaminosos, ya se trate de conversaciones groseras, robo, ira descontrolada, mentira, o cualquier otro vicio». El verdadero creyente no necesita temer que Dios responderá al pecado rindiéndose y retirándose. Estamos sellados con el Espíritu Santo para toda la eternidad. Entristecemos al Espíritu cuando pecamos y lo entristecemos especialmente cuando pecamos de formas que causan discordia, quizá porque la unidad es una especial obra del Espíritu (ver Juan 17). La aplicación obvia e importante es esta: «No querer lastimar al Espíritu es una fuerte motivación para no intentar lastimar a su pueblo o su propósito» (Chapell).