A mí me apasionan los credos y las confesiones de fe. Por ejemplo, me encanta conversar sobre la doctrina de Cristo contenida en el credo de Calcedonia (451 d.C.): Nosotros, entonces, siguiendo a los santos Padres, todos de común consentimiento, enseñamos a los hombres a confesar a Uno y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en Deidad y también perfecto en humanidad; verdadero Dios y verdadero hombre, de cuerpo y alma racional; […] Pero, ¿qué valor tiene la doctrina sobre Cristo, la cristología, para nuestra vida cotidiana? ¿Son estos temas importantes solo para los hermanos extraños a los que les encanta la teología histórica? ¡Claro que no! Mira este pasaje de Pablo a los filipenses:  “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”. (Filipenses 2:5–11) Solemos aislar Filipenses 2:5–11 de su contexto en la carta cuando hablamos de la cristología. Trabajamos por explicar que significan “forma de Dios” o “se despojó a sí mismo” en fórmulas doctrinales. Esto es entendible en un libro de teología, pero debemos recordar que la doctrina sostiene nuestra vida espiritual en Cristo. No aprendemos doctrina para impresionar a los demás con términos en latín o griego, sino que “La teología es la doctrina de vivir para Dios”, como decía el puritano William Ames (La médula de la teología sagrada). Entonces, ¿cómo nos ayuda la cristología a “vivir para Dios”? Tomemos como ejemplo al apóstol Pablo, quien vincula directamente la cristología a varias aplicaciones en la vida del creyente.[1]

Cristo como ejemplo de humildad

El capítulo 2 comienza con un repaso de la unidad que tenemos en Cristo, seguido de un deseo pastoral de Pablo por unidad entre los filipenses: “Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo, si algún consuelo de amor, si alguna comunión del Espíritu, si algún afecto entrañable, si alguna misericordia, completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa”. (Filipenses 2:1–2) Los versículos 3 y 4 nos enseñan a hacer todo en humildad sin buscar solo lo nuestro. “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros”. (Filipenses 2:3–4) En todo esto, vemos la importancia de la unidad por el progreso del evangelio. La iglesia de Filipos daba buen ejemplo en casi todo, pero Filipenses 4:4 nos permite vislumbrar algunos roces que había entre hermanas: “Ruego a Evodia y a Síntique, que sean de un mismo sentir en el Señor”. Pablo se gozaba en el apoyo de esta iglesia a su ministerio (1:5; 4:15), pero estaba preocupado por la posibilidad de verlos divididos. Con esto contexto más amplio podemos entender por qué Pablo habla de la cristología en el capítulo 2. La grandeza de la encarnación de Cristo y de su obediencia en vida y muerte nos enseñan qué significa ser humildes. Y la humildad verdadera nos unirá en la tarea más importante que tenemos en este mundo, la de contribuir en obediencia al progreso del evangelio. “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (v. 5). La Nueva Traducción Viviente capta bien la fuerza del griego: “Tengan la misma actitud que tuvo Cristo Jesús”. ¿Cómo fue esa forma de pensar, esa mentalidad, de Cristo?

El que merecía toda la gloria

El v. 6 nos explica quién era Cristo: “el cual, siendo en forma de Dios”. Compartía (y comparte) la “forma de Dios” con el Padre. Cristo mismo le dijo al Padre, “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Juan 17:5). Claramente Él es “verdadero Dios”. Entonces, ¿qué merecía Cristo cuando llegó a este mundo? Merecía toda la gloria que la humanidad hubiera podido darle. Merecía que todos se rindieran ante sus pies en servidumbre y adoración. Merecía ser exaltado, alabado y amado por todo ser humano. Pero, ¿qué leemos? no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres” Dejó de ser Dios en esencia? Claro que no, porque Dios es inmutable. Entonces, ¿qué pasó? En el milagro de la concepción virginal, se le unió a la naturaleza divina del Hijo una naturaleza humana perfecta. En las palabras del apóstol Juan, “aquel Verbo fue hecho carne” (Jn 1:14). Te invito, amable lector, a meditar un momento en la humildad de nuestro Señor Jesús al despojarse de esta forma. Cuando surge un espíritu orgulloso o egoísta en nosotros, muchas veces pensamos en lo que hemos hecho, en lo que somos y en lo que supuestamente merecemos. “¿Por qué no me dieron las gracias? Yo me he esforzado mucho y nadie me dice nada”. “Yo soy diez veces más fiel que ese hermano. ¿Por qué lo dejan enseñar y a mí no?” “Soy más inteligente que muchos aquí. ¿Por qué nadie más lo puede ver?” “¿Por qué alguien con mis dones tiene que limpiar los baños del templo?” Y así empezamos a pensar cuando no meditamos en nuestro Señor Jesucristo. El que es “perfecto en Deidad” y “perfecto en humanidad” estaba dispuesto a hacer toda la voluntad del Padre, incluso cuando eso implicaba tocar a un leproso, tratar con gente grosera o prestarle atención a un niño. El caso de la historicidad y deidad de Jesús 

Cristo como ejemplo de obediencia

No solo es Cristo un ejemplo de humildad, sino que Él nos enseña cómo obedecer. Observa lo primero que dice Pablo en Filipenses 2:12 después de este pasaje sobre Cristo: “Por tanto” ¿Qué hace esta sola palabra en griego? Vincula la cristología directamente a la forma en que debemos obedecer. Como decía mi pastor Jeff, esta palabra es un bloque de Lego que conecta nuestra obediencia a la de Cristo. “Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Filipenses 2:12). La obediencia de Cristo provee el modelo para nuestra obediencia y podemos ver esto en los versículos que siguen. Ocuparse de la salvación “con temor y temblor” habla de la diligencia que debemos tener al vivir para Dios. Toda la vida de Cristo estaba enfocada en hacer la voluntad del Padre: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42). Nuestra pasión debe ser la de obedecer a nuestro Padre al seguir el ejemplo de nuestro Señor Jesús. “Haced todo sin murmuraciones y contiendas” (Filipenses 2:14). Jesucristo obedeció en todo sin quejarse y sin pelear. Los discípulos fueron los que discutieron sobre “quién de ellos sería el mayor” (Lc 9:46), no Él que era el mayor de toda la historia. En el resto del capítulo 2, Pablo pone a Timoteo (vv. 19-23) y a Epafrodito (vv. 25-30) como ejemplos de hombres que siguieron a Cristo en su obediencia. Timoteo no buscaba “lo suyo propio” (vv. 20-21) y Epafrodito siguió a su Salvador al exponer su vida al peligro y a la enfermedad por el avance del evangelio (vv. 27, 30). Los dos resplandecieron “como luminares en el mundo” (v. 15), reflejando al que es la Luz del mundo.

La reflexión teológica vinculada a la vida

En este artículo corto hemos apenas empezado a meditar en la Persona y obra de Cristo. Si seguimos el ejemplo de Pablo, nuestra reflexión teológica sobre Cristo siempre debe vincularse con nuestra vida cristiana porque la cristología es práctica. Debemos tomar cada encabezado sobre la cristología y vincularlo a nuestra vida cotidiana. ¿Qué significa su deidad para nuestra vida? ¿Su perfecta humanidad? ¿La unión entre sus dos naturalezas? ¿Su vida sin pecado? ¿Los dos estados de Él? Y así sucesivamente… Estas son escasamente algunas ideas para comenzar esta aventura de conocer mejor a Aquel que es “verdadero Dios y verdadero hombre” y ver cómo esto nos ayuda a “vivir para Dios”. [1] Quiero agradecerle al pastor Jeff Wood (CrossRoad Baptist Church, Ames, Iowa, EE. UU.) porque su lección sobre la encarnación me animó a escribir sobre este tema.

Jonathan Boyd

Jonathan Boyd es un misionero norteamericano radicado hace 11 años en Colombia. Es pastor de la iglesia impacto Bíblico, ubicada en la ciudad de Santa Marta. Esta casado con Holly y es padre de cuatro hijos. Jonathan tambien tiene su licenciatura en Misiones, una maestría en Estudios Bíblicos (MA) una maestría en Divinidades (MDiv) de Faith Baptist Theological Seminary de Ankeny, Iowa, EE. UU y una maestría en religión de la Universidad de Birmingham (R.U.) Además es profesor de Idiomas Bíblicos en el Seminario Bautista de Colombia.

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