La tentación de ser el protagonista de tu sermón

Una invitación a recordar que el propósito de enseñar a otros es mostrar a Cristo.
Foto: Light Stock

Si alguna vez has predicado un sermón, si alguna vez has pronunciado un discurso en una conferencia, si alguna vez has dirigido un estudio bíblico, supongo que conoces la tentación. Supongo que has anhelado exaltar a Jesús, pero también has sentido el deseo de que la gente piense bien de ti. Supongo que has orado para que Dios se glorifique a través de tus palabras, pero también has deseado que los que te escuchan te glorifiquen a ti, al menos un poco. Esta es una tentación familiar, y me atrevería a decir universal, para aquellos que enseñan, lideran y ministran.

Es una tentación contra la que tengo que luchar cada vez que me presento ante un grupo de personas grande o pequeño, conocidas o desconocidas, lejos de casa o en mi iglesia local. Es una tentación contra la que lucho cuando estudio, cuando me preparo, cuando predico y cuando me relaciono con la gente una vez que todo está dicho y hecho. Es una batalla que todavía no he ganado y, francamente, dudo que alguna vez la gane del todo.

Sin embargo, creo que he progresado un poco.

He progresado un poco al poner esto en oración, no solo en cada sermón, sino en general. Oro por la humildad para pasar desapercibido, para no ser reconocido ni recordado, siempre y cuando Cristo sea visto, reconocido y recordado. De hecho, oro para que Cristo esté tan presente y sea tan visible que la gente no piense en mí en lo más mínimo.

He progresado un poco al recordarme a mí mismo la bondad y suficiencia de las Escrituras. Si tuviera que presentarme ante la gente y ofrecerle algo de mi propia sabiduría, podría desesperarme y vanagloriarme: desesperarme por la dificultad de la tarea y vanagloriarme por el éxito que pudiera tener. Pero realmente no tengo nada de valor para aportar, nada que pueda bendecir, desafiar o fortalecer a la gente, excepto lo que Dios ya ha dicho.

Aquellos que enseñan, lideran y ministran a menudo enfrentan la tentación de convertirse en el protagonista de su propio sermón. / Foto: Light Stock

He progresado un poco al reconocer la tensión que existe: la tensión de que solo podría saber que Dios ha utilizado algo que he dicho si la gente me lo dice. Y la tensión de que ese estímulo es la manera en la que otros pueden querer bendecirme.

Y he progresado un poco al seguir adelante, sabiendo que, así como nunca predicaré un sermón perfecto ni pronunciaré un discurso perfecto, tampoco seré nunca un hombre perfecto predicando un sermón, ni un hombre perfecto pronunciando un discurso. Tengo que seguir adelante, aunque mi corazón no sea totalmente puro ni mis deseos totalmente irreprochables. Como Pedro, a veces solo puedo decir: “¡Señor, tú lo sabes! Tú sabes que te amo. Tú sabes que quiero honrarte. Sabes que quiero que seas el héroe”. Y entonces sigo adelante, haciendo lo mejor que puedo, pidiendo a Dios que perdone cualquier defecto en mis palabras o en mis deseos, pidiéndole que me conceda lo que deseo en mi mejor momento y no en el peor.

Y entonces me preparo para librar la misma batalla y pedir la misma gracia la próxima vez.


Publicado originalmente en Challies.

Tim Challies

Tim Challies es uno de los blogueros cristianos más leídos en los Estados Unidos y cuyo BLOG ( challies.com ) ha publicado contenido de sana doctrina por más de 7000 días consecutivos. Tim es esposo de Aileen, padre de dos niñas adolescentes y un hijo que espera en el cielo. Adora y sirve como pastor en la Iglesia Grace Fellowship en Toronto, Ontario, donde principalmente trabaja con mentoría y discipulado.

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