Para Calvino, la restauración inaugurada por Cristo ocurre inicialmente en el seno de la Iglesia. Es en la Iglesia que el orden primitivo de la sociedad, tal como Dios lo había establecido, tiende a ser restaurado. En la Iglesia, las diferencias exacerbadas entre las clases sociales, económicas y raciales, así como los prejuicios que de ellas proceden, desaparecen, pues Cristo de todos hace un solo pueblo.
“Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gá. 3:28).
No es que Calvino creyera en la total abolición de estas clases. Él concebía la coexistencia armónica entre la Iglesia e instituciones como el Estado, la sociedad y la familia, con sus respectivas estructuras y funcionamiento. Es en la Iglesia, sin embargo, que las relaciones sociales de trabajo sufren profundas alteraciones, enseña el reformador. Los patrones continúan siendo patrones, pero aprenden a ejercer su autoridad sin opresión, mientras que los empleados (que continúan siendo empleados) aprenden a ser subordinados sin recriminación. En la Iglesia, dice Calvino, Jesucristo establece entre los cristianos la justa redistribución de los bienes destinados a todos. Esto se llevaba a cabo a través de la actividad diaconal, trayendo alivio a las necesidades de los pobres y oprimidos, con recursos provenientes de los ricos.
Debemos recordar aquí que en la época de Calvino todos los ciudadanos de Ginebra formaban parte de la Iglesia, y al menos teóricamente abrazaban el evangelio. Evidentemente, Calvino hacía distinción entre los verdaderos cristianos y los hipócritas. Pero en tesis la Iglesia en Ginebra era tan extensa como los límites de la ciudad y el número de sus ciudadanos. Cuando Calvino hablaba de restauración social, tenía en mente una sociedad civil gobernada por cristianos reformados, que aplicaban los principios bíblicos a las cuestiones sociales, políticas y económicas. Es decir, un Estado que fuera orientado por la Iglesia en el ejercicio de sus funciones.
También es importante señalar que para Calvino la reforma de la sociedad no es completa ni perfecta, teniendo en cuenta que los efectos del pecado no se eliminan al tiempo presente. Es una restauración parcial, por lo tanto, no logra establecer plenamente la justicia en el mundo actual. Al mismo tiempo, ella no excluye ciertos aspectos del orden social: permanece la jerarquía determinada por Dios entre el hombre y la mujer, el patrón y el empleado, los padres y sus hijos.
La plena abolición de los disturbios ahora presentes del orden social (las injusticias, la opresión, la corrupción, por ejemplo) solo se efectuará plenamente en el Reino de Dios, al final de los tiempos, para el cual marcha toda la historia de los hombres y del universo. Su venida será precedida por convulsiones cósmicas. Entonces, Jesucristo regresará en gloria, y el príncipe de este mundo será aniquilado. Así, entonces será establecido el nuevo cielo y la nueva tierra, donde habitan plenamente la justicia.
En las Escrituras leemos:
“Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 P. 3:13).
“Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento” (Is. 65:17).
“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más” (Ap. 21:1)
Conclusión
De esta forma, para Calvino, la Iglesia es una anticipación del reino de justicia a ser introducido por Cristo en Su venida. Como tal, actúa en el presente como una sociedad provisional, gobernada por las leyes de Cristo. Aunque ya reflejando estos ideales, la Iglesia aún no lo hace de forma perfecta, lo que ocurrirá solo al final de los tiempos.